No quisiera escribir más sobre “el problema catalán”. Hoy por lo menos, no. Y tal vez por mucho tiempo hasta que no me restablezca de la vergüenza que hoy me embarga de ver como la política, con minúscula o con mayúscula usted elija, ha sido capaz de tirar por el sumidero las bases de la convivencia cívica. Algo que, por otra parte, se había construido sobre las esperanzas de muchos hombres y mujeres que vivieron su vida (mis padres y mis abuelos por no ir muy lejos) en la frustración y el miedo.
Ver las imágenes, que las televisiones ofrecen de nuestro país y que recorren el mundo, de policías rompiendo a mazazos las puertas de los colegios de enseñanza, y a ciudadanos tirando vallas contra esos policías, entristecen profundamente. Padres usando a sus hijos como parapetos, jóvenes persiguiendo policías, urnas de plástico opaco compradas en “el chino” con papeles que se llaman votos depositados en virtud de un “censo universal”. Dirigentes que hablan con desparpajo de legalidad, legitimidad, democracia, desde la posesión de una verdad absoluta es como no haber entendido nada de lo que es un sistema político democrático. Es todo una burla. Pegarse por quién es el vencedor de la sinrazón nos sitúa en otras latitudes y cercanos a locura colectiva, eso que nos gusta criticar a otros. Es la victoria de la ilógica. La política según se entiende mundo adelante es justo lo contrario.
La responsabilidad de lo vivido no tiene subterfugios, es lo que ideológica, política y factualmente ha querido romper una comunidad política conformada y garantizada constitucionalmente de manera plenamente democrática. La que ha sacado a ciudadanos a la calle a cometer actos ilegales y predisponerles para ello, aunque sea para votar.
Yo puedo convocar un referendo entre los depositantes del Banco de Santander, pues creo que me han engañado en las comisiones, para repartimos los fondos del Banco, pueden venir a votar a mi casa o hacerlo por teléfono. ¡Absurdo! No menos que lo que estamos viviendo. La ley, la democracia, los derechos, no pueden ser interpretados siguiendo “el modelo Sinatra”, cada cual a su manera.
El que gente sensata y formada, que la hay entre los que han apoyado este despropósito, hayan llegado a convencerse de que la única opción para resolver un grave desencuentro es “tirarse al monte”, como se ha dicho hasta la saciedad, tiene que ver con el hecho de que buena parte de la clase política española ha permanecido desconociendo voluntariamente y desoyendo lo que estaba pasando. La inacción es la peor de las acciones políticas que en una sociedad democrática se puede practicar. Resolver los problemas de convivencia mediante la única apelación a las decisiones de los tribunales y la aplicación de las mismas por las fuerzas policiales es la crónica de un fracaso anunciado.
Como se ha gestionado esta crisis aquí y ahora tiene una responsabilidad que más pronto que tarde habrá que dilucidar en las urnas. No solo eso, sino también como han puesto de manifiesto mentes preclaras, que esta situación se larvara durante años sin ser conscientes de que se estaba creando un problema convivencial.
En una “democracia de opinión” como en la que estamos viviendo se ha pretendido resolver el problema con juegos iconográficos de imágenes a favor y en contra. Manifestando la incapacidad para alcanzar un acuerdo ratificado en el Parlamento. Se ha dejado la política a los dictados de los autodenominados expertos en comunicación política. Consecuencia final: ofrecer un espectáculo, evidenciando el fracaso de la política en España.
Generacionalmente tenemos una deuda con aquellos abuelos y padres que creyeron que la democracia plural, abierta y avanzada solventaría los endémicos problemas de relación entre españoles con distintos orígenes, lenguas, condiciones y expectativas.
Esta chifladura ha amortizado a muchos políticos antiguos, nuevos, incipientes, inesperados e inconsecuentes, que de todo hay. Sin embargo, también se han escuchado voces templadas, reflexivas y valientes que el ruido no ha dejado percibir pero que ahí están. Ellos han de buscar su visibilidad consecuente y los ciudadanos, con sentido de ciudadanía, ver en ellos la capacidad de regenerar una política enferma.
Una última reflexión. Hasta ahora hemos contemplado como los británicos se ponían exquisitos, con más pena que gloria, daban un machetazo al proyecto europeo; por otro lado contemplamos como, entre otros, los polacos, húngaros, austriacos, suizos, noruegos, franceses y recientemente alemanes han visto crecer en su electorado posiciones más extremas e intransigentes de corte nacionalista. Nosotros ya lo tenemos en carne propia. Por otra parte, la amenaza yihadista ha aprovechado la debilidad de los estados democráticos occidentales para entender con ello que su “guerra santa” tiene una razón de ser, lo que obliga a fortalecer la democracia no solo con palabras. Nada es casual y nada nos debe dejar expectantes a que las cosas vayan por sí y encuentren su cauce. Todo dirigente responsable debe ser consciente de ello.
Ante el fracaso de la política no queda otra que una apuesta firme por una nueva política con nuevos políticos. Perdonen el optimismo una y otros haberlos “haylos”.