De vez en cuando, los periódicos nos hablan de un nuevo gurú de la estrategia política fichado por algún partido político. Sobre ellos se pone énfasis en su, casi insultante, juventud o en la maestría en la utilización de técnicas disruptivas de comunicación política. Estos estrategas se han convertido en el gran baluarte de los partidos políticos para ganar elecciones. Algunos incluso se publicitan por su capacidad para “ganar elecciones imposibles”. Escuchándolos, da la sensación de que, a ellos, solo a ellos, se debe la “invención de la política”. La máxima dice que los estrategas no siempre aciertan, pero siempre facturan. Aunque quizás no diga eso exactamente…
A lo mejor estos innovadores de la política moderna olvidan el “Commentariolum Petitionis“(*). En este primer manual de estrategia electoral conocido se dan una serie de consejos de validez política universal e intemporal: Conocer a los votantes; Utilizar las redes de influencia; Mantener una imagen pública positiva; Prometer beneficios; Atacar a los oponentes; Aprovechar los tiempos oportunos (en el lugar oportuno en el momento oportuno). En definitiva, nada nuevo bajo el sol.
La conversión de la política en eslóganes y argumentarios, con menosprecio del tradicional discurso político, que algunos prefieren llamar relato y los más presuntuosos narración, ha hecho que los estrategas políticos se aproximen más a guionistas de películas de bajo presupuesto que a verdaderos analistas de la realidad sociopolítica. Eso lleva a que, a veces, el propio protagonista de la política, el político, pierda perspectiva por transitar a toda costa el camino marcado por el estratega.
Las elecciones europeas, al margen de los múltiples análisis de los resultados en sus diferentes variables, han dejado una evidencia: el Partido Popular, aunque mantenga la tendencia de buenos resultados electorales, tiene una necesidad imperiosa de cambio de estrategia y de estrategas.
Lo que corre por los mentideros de la política, propios y extraños, es que el problema del PP es su líder. Feijoo, en principio, no es mejor ni peor que cualquiera de los otros líderes que ha tenido la política española. La mandíbula de cristal del liderazgo no depende, en la mayoría de los casos, de la idoneidad personal. Es el entorno, tanto el más cercano, el partido político, como el ambiente y las circunstancias del ecosistema político en cada momento.
Desde el histórico Fraga, pasando por Hernández Mancha, Almunia o Borrell, todos tenían capacidades suficientes para liderar sus respectivos proyectos políticos, pero quedaron fuera del terreno de juego. Razones evidentes: Fraga tenía enfrente a un imbatible, pletórico en su mejor momento, Felipe González. Hernández Mancha padeció el mismo mal, unido a un enemigo interno con mayor instinto asesino (político) que él, que no dudó en posponer el ascenso de los populares al poder. A este grupo habría que incorporar a Pablo Casado, elegido líder del partido rompiendo las previsiones internas existentes y enfrentándose a quien tal vez sea la carta escondida de muchos (Ayuso) que no se atreven a darle aún la vuelta.
Tampoco puede decirse que los que han logrado alcanzar el preciado premio de montar el caballo blanco en el carrusel del poder sean líderes bajados del Olimpo. Suárez, González, Aznar, Rodríguez Zapatero, Rajoy o Sánchez pasarán sin duda a la historia de España, pero no siendo más que nombrados en una línea del tiempo del libro de sexto de primaria, donde se dedican tres páginas para un siglo. Malo sería otra cosa.
El mayor problema de Feijoo, si me ocurre, pueden ser los estrategas que le marcan la línea a seguir. Su oponente, también se me ocurre, se ha librado de todo aquel que puede pensar diferente o incluso tener ideas propias o pretender indicarle un camino diferente al pensado por él. El líder gallego da la impresión de que, para conseguir su conversión en líder nacional, demasiados han metido la cuchara. Un líder necesita disponer de la autonomía para poder asentar su perfil, no independencia, pues el partido existe para algo. El partido es la organización de sustento y prescindir de su savia se termina pagando. El partido tiene que hacer valer su utilidad conformando tanto equipos como, sobre todo, la estrategia.
El PP se está limitando a regresar persistentemente a la línea que siguió en los últimos meses del mandato de Felipe González y Rodríguez Zapatero, y que creen que les dio buen resultado. En ambos casos, el relato último y, a veces, único fue buscar el deterioro personal del líder opositor. En uno, ligándolo a los diferentes casos de corrupción que fueron aflorando e incluso mezclando esto con la guerra sucia contra ETA. En el segundo, la profundidad de la crisis financiera y económica y sus consecuencias sobre la población fueron suficientes para deteriorar la imagen presidencial, acompañada de una cierta sensación de no saber si el gobierno subía o bajaba. El clima de deterioro de la imagen de los líderes no lo crea la oposición, se percibe en el ambiente. La llegada de Zapatero al gobierno tuvo una relación directa con los atentados de Atocha y cómo se gestionó esa crisis, no hubo estrategias detrás, y la de Sánchez fue la cascada de decisiones judiciales sobre corrupción contra los populares. En todo caso, hay que insistir en el principio de que las elecciones no se ganan, se pierden. Ahora bien, las alternativas tienen que estar en mejores condiciones que los gobiernos para que puedan ser reconocidos por los electores.
El Partido Popular deberia recuperar el contenido de una relación política propositiva no simplemente personalizando las críticas al Presidente, los electores deben reconocer la existencia de una alternativa.
Hace unos días el Catedrático Ricardo Peña hacia una interesante apreciación: Hay que ayudar, no arrinconar, a los partidos conservadores.
La polarización, el bloquismo y el “permanente estado de campaña” crean una situación en la que es imposible racionalizar la política. La constante movilización y estrategia electoral, incluso cuando no hay elecciones inmediatas, con el objetivo de mantener y aumentar el apoyo popular y la legitimidad política, implica que los líderes políticos y los partidos se comportan como el gato de Alicia en el País de las Maravillas, no les importa mucho a dónde quieren ir. Todo líder que se precie solo quiero una cosa: Subirse al caballito blanco del carrusel del poder. Con ello se pierde el teórico significado propositivo y transformador de la política.
Continúan utilizando tácticas de campaña, publicidad intensiva y comunicación constante con los ciudadanos, tratándolos como presionados de guardia. Estos, cada vez más, sienten que los consideran borregos atontados, disciplinados y acongojados. Esta compulsión cansina desgasta el sistema político. En definitiva, las decisiones políticas están más orientadas hacia la obtención de beneficios electorales que hacia el bienestar ciudadano, más allá de lo que la verborrea electoral diga.
Los remedios de los estrategas que ganan elecciones imposibles, tarde o temprano, se comprueba que son bálsamos con un mero efecto placebo; no tienen los efectos mágicos del bálsamo de Fierabrás. Perseveran en frotarse una y otra vez sin conseguir curar el mal.
El PP sigue teniendo obsesivamente fijada su acción en el enfrentamiento político para el desgaste personal Sánchez, como la tuvo con González y Rodríguez Zapatero, sin reparar que el contexto en el que se desarrolla la acción es muy diferente de unas épocas a otras. González perdió, no lo vamos a recordar, por una diferencia mínima y porque renunció a buscar el apoyo de los nacionalistas después del desgaste de 14 años de gobierno. Rodríguez Zapatero se enfrentó a una crisis económica muy seria sobre la cual era muy difícil actuar gubernamentalmente; Incluso en buena medida los votantes socialistas se quedaron en casa y algunos no tuvieron problemas incluso para cambiar su voto.
La fragmentación actual del voto de la derecha es una piedra en el zapato para el PP. Haber absorbido a Ciudadanos es una importante recomposición de su electorado, pero no suficiente. La radicalización discursiva funciona para Madrid, obvio, pero poco más. El sistema electoral español, basado en la representación proporcional en circunscripciones provinciales, tiende a favorecer a los partidos que pueden obtener mayorías claras en cada circunscripción. La fragmentación entre derecha y extrema derecha no beneficia al PP, y establece una relación simplista, coincidentemente con VOX y con los nuevos actores, basada en los perjuicios de Sánchez para la democracia. Eso no aporta nada diferente. Además, con ello moviliza negativamente al voto templado del centro, que ideológicamente está en la “equidistancia”, ese electorado es imprescindible para ganar elecciones. La polarización es una estrategia que juega al empate, pero nunca a la victoria.
La política española no ha perdido, como estamos comprobando, el bipartidismo pero si se ha vuelto más multipartidista, lo que hace que sea difícil para un solo grupo obtener una mayoría sólida de gobierno. La necesidad de contar con los apoyos nacionalistas parece irremediable, ello no se logrará manteniendo machaconamente el eslogan anti-amnistía. Ese relato está ya amortizado electoralmente, es un instante ya superado. El PP necesita formar alianzas sobre políticas públicas concretas y no sobre eslóganes de una batalla cultural perdida antes de librarse.
La división interna, pública y manifiesta, corroe en todo caso a los partidos, no sé si es ese “quiero, pero no puedo, o no me dejan los que mandan de verdad”, que mantiene a Ayuso como una permanente mosca cojonera, menoscabando el liderazgo de Feijóo responde a estrategia alguna. Ayuso es un producto de Sánchez, es como la sombra de Rebeca en el liderazgo de Feijoo. Estar en la recámara como la extrema derecha del PP, que mece permanentemente la cuna, hace que el electorado moderado no baje la guardia. El mileinismo argentino en España da más miedo que risa.
Tal vez la estrategia del PP debería abrir un nuevo camino , al ser diferente a lo habitual no es sencillo. Obliga, por ejemplo, a que sus parlamentarios y al propio partido, en su conjunto, a trabajar y demostrar que es una alternativa de gobierno mejor que el gobierno y no sólo de oposición. Quizás todo pase por cambiar su narrativa. Hacer que el relato sea completo y convincente. Tiene que aprender a resignificar los eslóganes del gobierno en un discurso de contenidos y con una visión puesta en el futuro, la mirada hacia el pasado les debería corresponder a otros (Díaz Martínez, 2024). La financiación autonómica y la gestión de los fondos europeos son buenas cuestiones para empezar.
“Commentariolum Petitionis“, es un manual de estrategia electoral atribuido a Quinto Tulio Cicerón, hermano menor de Marco Tulio Cicerón. Este documento, que data del año 64 a.C., es considerado uno de los primeros tratados de campaña electoral en la historia y proporciona un fascinante vistazo a las tácticas políticas de la antigua Roma.
Discussion about this post