El día después de unas elecciones cada vez se asemeja más a los partidos de fútbol de niños, donde con el empate todos se consideran vencedores. Las elecciones en Euskadi vienen a corroborar tal pensamiento. Todos jubilosos se auto felicitan.
La respuesta a la pregunta que nos formulamos de si el resultado va a afectar a la gobernabilidad española parece ser negativa. Todo parece seguirá como está, de momento. Todo proceso electoral tiene en su interior tres situaciones muy determinantes: las expectativas antes de celebrarse, que en muchos casos se van modulando según se acerca el día de la votación; cuando las urnas se abren y se cuentan los votos y se ven los resultados y las posibilidades de cada uno de los contendientes y finalmente las tendencias de futuro que se abren y cierran. Para ello, sería bueno disponer del estudio postelectoral que elabore el CIS, pero para eso aún queda tiempo. En todo caso, si hay lecturas que se pueden hacer de estas últimas elecciones y comprobar en primera instancia cómo puede afectar al devenir político en los próximos meses y, por tanto, si va a tener algún significado o no para los españoles no vascos.
A mi juicio, nada experto, como si es el de los centenares de opinadores y analistas que recorren televisiones y radios, algunas cuestiones sí me hacen pensar.
Uno, que el PP debe tomar en serio dos cuestiones si quiere acceder al gobierno de España. La primera, sin duda, es que debe recomponer su equipo de estrategia electoral. Apelar al voto a los populares para evitar la victoria de Bildu, no se le ocurre ni al que asa la manteca. Sin duda, despertó a determinado electorado que contemplaba con indiferencia una posible victoria de “los abertzales” (patriotas vascos). El voto sigue siendo mayoritariamente ideológico y más cuando buena parte de las discusiones electorales han versado sobre cuestiones económico-sociales y no identitarias, lo que lleva directamente a que el voto útil, a estos efectos, mire al nacionalismo vasco, que hace tiempo demostró que es una garantía de buen gobierno, sin escándalos de corrupción, con una lógica interna democrática y poco basado en hiper liderazgos personales. Por otro lado, el PP si quiere gobernar en España sin tener frentes abiertos en la España periférica identitaria debe recomponer su relación con el electorado vasco y catalán, como supo hacer en Galicia, sin destilar perfumes de un rancio tardo franquismo reaccionario. Ese papel se lo tiene que dejar a otros que son la mosca cojonera del pasado y que ya están subidos al escenario.
El PNV tiene una base electoral mucho más sociológica y que siempre ha tenido dos cosas imprescindibles para una política convincente: Un modelo de país (vasco) y un siempre engrasado mecanismo de relación con el Estado, entendido como entramado institucional, sabiendo cómo relacionarse en los asuntos que a la gente le importa con la Administración General del Estado, la judicatura y las organizaciones económicas y sociales españolas. Son un valor seguro que tiene un solo problema, no menor, el envejecimiento de su electorado: Por ello, el cambio de candidato a la Lehendakaritza, que muchos no llegaron a entender, fue una jugada necesaria el rejuvenecimiento y en la formación del nuevo gobierno y en la implantación de políticas públicas lo volveremos a ver.
El PNV supo aprender de sus crisis del pasado para hacer que su partido fuera la columna vertebral de su forma de entender la política y el gobierno y su amplitud de miras a la hora de dar visibilidad y consistencia a su esquema de liderazgo. Un recuerdo, el actual CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, fue presidente del PNV y con un dilatado recorrido político en las filas del partido. Ortuzar parece ser consciente de que han ganado a los penaltis, como el Athletic, y que para ganar el siguiente partido hay que darle una vuelta a la estrategia. ¿Esto significa romper sus relaciones con el gobierno de Madrid? Para nada. Eso sí van a mantener en otro plano sus relaciones con Sánchez y sin perder la visión, en primer lugar, de su electorado. No todas las políticas anunciadas les son validas, ni que las politicas públicas queden solo en un anuncio. Eso va a dejar de valer. El tiempo pasa más rápido de lo que parece y para nada van a dejarse condicionar. No se dejaron en el pasado, por la necesidad del apoyo de los socialistas para gobernar. Son conscientes que las hipotecas pueden terminar en desahucio.
O tempora, o mores!” (¡Oh, tiempos! ¡Oh, costumbres!) – Con esta frase Cicerón expreso su desilusión y consternación por el estado de la República Romana durante el ascenso de Julio César al poder y su eventual dictadura. Cosas de la historia.
El resultado de los socialistas ha sido sin duda importante; el electorado socialista vasco es histórico y adhesión al partido está por encima de sus lideres. Habrá que ver si esos más de veinticinco mil votos que han recuperado de los comicios anteriores son provenientes del PP, Ciudadanos o del electorado de CC. OO e IU, huyendo del galimatías de Sumar o de las honras fúnebres de Podemos. Aunque estos parecen han recalado en Bildu.
El PSE-EE volverá a tener futuro político en Euskadi, como ya lo tuvo, si recupera su propia identidad y centra su discurso como una izquierda socialdemócrata reformadora, complementaria en este momento de un nacionalismo sensato y sin estridencias, nada comparable con el existente en otros territorios. Y sin que la brujula la lleven en Madrid.
En estas elecciones, todos esperaban que Bildu se transformara para ser una Medusa, de cuya cabeza decapitada saliera un nuevo caballo alado, tipo Pegaso, que ganará democráticamente victorias impensables. Para ello, era tan fácil como hacer como el denigrado Borbón; lo sentimos mucho, no lo volverán a hacer, por ejemplo. Algo que puede hacer creíble su conversión democrática a parte de ocuparse de “ser sensibles” a “las políticas progresistas”. Este pronunciamiento de reconocimiento y arrepentimiento por su cruel error histórico es lo que cualquier gobernante democrático les debería haber exigido para convenir, aunque tan solo fuera la forma de pedir la hora. Esto es por dignidad, palabra cada vez más en desuso, y por respeto a los muertos, sus familias y a la convivencia en una sociedad democrática.
La subida de Bildu esconde un problema. Puede que los jóvenes que hoy voten en Euskadi, sin reparar en ello, quizás han olvidado o nadie les ha recordado ese hecho histórico de antes de ayer y creen que lo importante es que gracias a Dios se acabó, pero no. No fue así, no fue gracias a Dios. Se acabó gracias a que muchos guardias civiles, policías nacionales, militares, y también médicos, tenderos de comestibles, taxistas, obreros de la construcción… y niños, muchos niños (como en Palestina), a demasiados les fue arrancada su vida o sus piernas y la sociedad grito ¡Basta ya! Todo porque una panda de descriteriados no entendía que las cosas se resuelven con la palabra.
Quienes no tienen en su acervo cultural, en su ser, interiorizado el valor de la palabra y, más aún, el de la vida humana, no merecen crédito alguno. No podemos fiarnos de ellos. La solución del problema aún sigue siendo muy sencilla. Si el candidato de Bildu en la última semana de campaña, por muy electorero que resulte, hubiera dicho lo mismo que el Borbón, el tema estaría solucionado; al no ser así, es preocupante. No voy a decir lo que dicen Feijoo y Abascal; su politización electoralista del terrorismo y sus muertos es una actitud tan deleznable como la de aquellos otros que lo consideran cosa pasada.
Por ello, los resultados de Euskadi no van a afectar, no lo creo, a la gobernabilidad española, en principio, pero va a ser difícil mantener, sin sonrojo, el apoyo de los abertzales en el Congreso si se quiere ser coherente con lo manifestado la última semana de campaña. Si la coherencia significa algo en política.
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