Los movimientos migratorios son consustanciales a la historia de la humanidad. El desarrollo humano no puede entenderse sin el tránsito de poblaciones de un lado a otro, siempre con el mismo objetivo: mejorar las condiciones de vida. No obstante, ahora vivimos en un mundo más pequeño y no sólo es el instinto de supervivencia lo que obliga a dejar atrás el lugar de nacimiento.
Hoy llegan a todos imágenes de que existen paraísos terrenales idílicos donde se ambiciona poder vivir así o parecido. Elegir entre la paupérrima vida y el bienestar, incluso soñar con un inalcanzable lujo. ¡Esto no es una elección racional!
Cuando el Estado abandona su papel
Los choques de culturas y los procesos de integración son otra cosa. Una vez llegados los migrantes al destino pensado es casi inevitable que se produzca un intenso rozamiento de culturas, formas de vida y religiones. Esto genera una problemática. No puede confundirse, como se produce con harta frecuencia, con la gestión fronteriza de la inmigración; esto es: cómo regular, condicionar o impedir su entrada, y en su caso, su posterior expulsión del territorio europeo.
Europa y Estados Unidos poseen esa imagen idílica que los convierten en objeto de deseo, aunque luego están los lugares no idílicos pero que pueden asegurar la supervivencia, como Sudáfrica o Chile, para africanos o iberoamericanos.
En todo caso, la confusión que nos trasladan política y medios de comunicación de referirse a un problema y al otro, sin la diferenciación nítida que existe entre ambas, nos lleva a que todos erremos en los diagnósticos y en las soluciones. Ellos también.
En cuanto a la cuestión de la migración, llamada ilegal por no regulada, Europa tiene ya un serio problema y le va a explotar no tardando mucho. Van a ver desbordados los instrumentos estatales de seguridad en fronteras. En lo referente a cómo gestionar la integración y convivencia de la población migrante en las sociedades prexistentes. No es un problema que sea menor que el otro, incluso más complejo, pero el enfoque no es una cuestión de seguridad, de momento, si nadie lo convierte en ello. Es de políticas sociales, educativas y de un discurso político, necesario, cargado de pedagogía, nunca de inmediatez de fin de semana.
En cuanto a la inmigración ilegal la política está completamente desbordada. Sería engañar decir otra cosa; está ante una verdadera situación de crisis. La política lanza, desde hace tiempo, la pelota para adelante en sus soluciones y convierte, una vez más los argumentos y razones en formulas inconexas del permanente debate electoral.
No obstante, los datos nos vienen de la noticia de cada día, (como el cambio climático que también es parte indisociable de esta cuestión), no es un asuntillo que esté por venir, está viniendo a diario. Un ejemplo: más de 40.500 migrantes han llegado a Canarias durante el 2023; en el mes de enero del presente año han llegado 8.067 migrantes, es decir, un 524,4% más que en el mismo periodo de 2023. Esto no es, como dicen algunos, consecuencia de la entrada en vigor del pacto migratorio europeo, acordado finalmente en la Unión después de muchos años de negociación (2020). La iniciativa de este pacto, hay que recordar, se puso en marcha tras la crisis que supuso para Europa la entrada masiva de migrantes huyendo de la guerra en Siria y, más que nada, por la presión mediática derivada de la foto del niño ahogado en las playas europeas (2015).
El Pacto migratorio en sus cinco reglamentos establece unos procedimientos que pueden hacer más asumible y ordenada la recepción para los estados europeos, sobre todo aquellos que son frontera con lugares de salida de los migrantes y que, en primera instancia, los reciben. Ahora bien, ¿hay alguien que piense que el pacto va a hacer disminuir el creciente flujo migratorio? A los migrantes movidos por la necesidad y la esperanza no les van a parar los reglamentos comunitarios y a las mafias les supondrá un incremento en los beneficios por el coste de transporte.
La migración ilegal proporciona grandes dividendos a las multinacionales del tráfico de personas, aún sin cotizar en bolsa. El tráfico de seres humanos se ha convertido en un gran negocio. No sólo en Europa, en América está pasando lo mismo. Hay verdaderas multinacionales de tráfico de personas, como las hay en la droga o el tráfico de armas. Organizadas como las mejores corporaciones. Lo peor, es que ambos execrables negocios de la logística del mal no son territorios autónomos, distantes y distintos unos de otros, traficantes de drogas y de personas son miembros de las mismas estructuras. ¡Los Estados lo saben y no actúan!
Es conocido que, casualmente se avisa a los servicios de salvamento marítimo y de la Guardia Civil la llegada de pateras con migrantes, justo cuando se produce el desembarco de fardos de drogas. A un sitio o al otro. La colusión entre una delincuencia y la otra no es ningún secreto. Lo mismo que no lo es la llegada a los Aeropuertos Internacionales (Madrid y Barcelona) de migrantes ilegales en tránsito para Europa con documentaciones falsas, camuflando entre ellos a miembros de maras y miembros de la delincuencia organizada.
En el campo de Gibraltar y buena parte de la costa andaluza occidental, el desordenado, por no planificado, turismo, surgido en las últimas décadas, no ha supuesto que dejara de ser una zona que requiere especial atención. En primer lugar, por ser un territorio de frontera, no sólo con Marruecos (“primer fabricante de emigrantes y costo”) como algún avezado periodista se ha puesto a señalar como la causa de todos los males. Es el gran punto de entrada tanto de África como América. Si, por otro lado, superponemos los mapas de tránsitos de drogas y migrantes, nueva casualidad, son totalmente coincidentes.
Una confusión alentada desde la política. La extrema derecha tiende a hacer una asociación de la migración con la delincuencia, la inseguridad y la inestabilidad económica y como destaca Luciano Carriño, experto de Naciones Unidas para la Cooperación al Desarrollo, es fácil la instrumentalización de los equívocos entre delincuencia y migración como recurso político-electoral. Ello sin duda va a abonar monotemáticamente el crecimiento de movimientos extremistas en toda Europa y tendrán su primer reflejo en las próximas elecciones europeas. El migrante es el enemigo de la nación imaginada, soñada, y que pertenece a un tiempo anterior.
La batalla contra el narcotráfico es sin duda una forma de combatir el tráfico de personas, que da lo mismo que vivan o mueran. Se ha repetido hasta la saciedad estos días que las redes de narcotráfico van dos pasos por delante de los servicios de seguridad pública. La solución es bien fácil, que el Estado avance cuatro pasos.
Primero, considerando integralmente ambos problemas, equipando suficientemente en medios humanos a Guardia Civil, Policía Nacional y a los Servicios de Vigilancia Aduanera. Dotándolos tecnológicamente, utilizando las empresas españolas y con participación pública, por ejemplo, como INDRA y otras, a la investigación y desarrollo de nuevos sistemas de lucha. Y, sobre todo, que económicamente estos servidores públicos de nuestra seguridad sean retribuidos y considerados por la importante misión que realizan.
Asimismo, la inspección del blanqueo de capitales, delegado en las entidades bancarias, se olvide del menudeo y se dedique a los grandes tráficos de dinero.
Por otro lado, hay políticas públicas de inclusión y económicas que es necesario poner en marcha. Hasta ahora han fracasado todos los planes especiales llevados a cabo en la zona por falta de la constancia en su ejecución y dirección. ¡¡Todos!!
Es muy difícil combatir una y otra delincuencia si los jóvenes de la zona tienen más expectativas vitales dedicándose a participar en cualquier actividad relacionada con el tráfico de drogas o personas, que en encontrar un trabajo digno y bien remunerado. Cuando el Estado desaparece otros ocupan su lugar.
No tenemos que reaccionar, si es que reaccionamos, porque cuenten los medios de comunicación la noticia de los millares de migrantes que mueren anónimamente al caer al mar o por la salvaje muerte de dos servidores públicos. Aunque no lo cuenten, el problema existe.
La no dimisión del ministro del Interior es una cuestión de responsabilidad política personal. ¡Él sabrá!
Dejen que termine con una pregunta ¿Cuántos millones de euros de los fondos de recuperación y resiliencia, tan cacareados, van destinados a solucionar este problema? Ello, sin duda, podría cambiar la patética situación actual de esta zona.
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