A la velocidad que se están produciendo los cambios en el escenario mundial es muy complejo decir que se pueda tomar lección de algo que pasa a más de 10.000 kilómetros.
Siempre nos esforzamos en ver lo distinto. Las que el territorio ofrece, la cultura, vivencias históricas remotas, estereotipos sociales, cohesión, la propia historia reciente y podríamos añadir muchos factores que nos podría hacer decir que no tiene nada que ver y que las soluciones tampoco son iguales. Si embargo, la condición humana, para bien o para mal, tiende a llevar a cabo comportamientos muy semejantes. En la política en mayor medida. La hiper comunicación existente lo acrecienta, sin duda.
¿Qué es lo que está pasando en Chile? Chile desde Europa se ve como el país más serio de América. Un país con mayor seguridad jurídica, un crecimiento económico más sostenible y con un amplio respeto por la institucionalidad. La dictadura militar y la represión para mantenerla dejó una doble guía en la recuperación democratica. En primer lugar, que era mejor un buen consenso sobre el futuro que cualquier radicalidad de exclusión de los otros y segundo que Chile ofrecía, a todos, oportunidades de progresar personalmente y escalar por la senda del bienestar hasta alcanzar cimas objetivamente inaccesibles.
Este pensamiento, bastante generalizado, llevo a que las diferentes fuerzas políticas moderaran sus expectativas y que sus discursos políticos, tanto a izquierda como a derecha, se centraran. La llamada, primero, Concertación y después Nueva Mayoría en la izquierda, donde estuvieron integrados desde los comunistas, socialistas, radicales y demócratas cristianos lideraron el largo proceso de transición de la dictadura a la democracia y la derecha política, que siempre había gozado de la tolerancia pinochetista, formado básicamente por la UDI y Renovación Nacional (RN), supieron esperar su momento político que llegó en 2010 cuando el demócrata cristiano Eduardo Frei Ruiz-Tagle, que buscaba un segundo mandato, que perdió ante Sebastián Piñera, propició que este fuera el primer presidente de derechas elegido desde 1958. Piñera fue nuevamente elegido tras el segundo mandato de la socialista Bachelet.
A pesar de parecer que se estaba ante una democracia perfecta y estable capaz de una alternancia entre bloques ideológicos nada problemática, en el 2019 se produjo la crónica de un estallido social anunciado.
Andrés Solimano, que fue directivo, entre otros sitios, del Banco Mundial, del BID y actualmente presidente del Centro Internacional de Globalización y Desarrollo, en su ya obra clásica Capitalismo a la chilena, trabajo de una década atrás, hace una documentada advertencia. Indicaba que Chile necesitaba “un nuevo contrato social que debería compatibilizar la estabilidad macro-financiera con el crecimiento económico definiendo nuevos parámetros de equidad social, seguridad económica y una efectiva profundización de la democracia”.
Ponía énfasis en el hecho de que las elites económicas chilenas habían preferido consolidar su control de poder político y económico a profundizar en la democratización, lo que hubiera supuesto terminar, por anacrónicos, con algunos de los privilegios establecidos por el regimen militar. Además de los efectos socioeconómicos de esto, es que se promovió y generalizó una cultura ciudadana conformista, consumista y trivializada a través de su control nada disimulado sobre los medios de comunicación, especialmente la televisión.
Así, lo que surgió en las calles de Santiago en el 19, de forma violenta y al parecer no organizada, no fue una respuesta ideológica al regimen establecido, ni siquiera al ultra liberalismo económico imperante en el que habían sabido cohabitar izquierda y derecha. Todos conscientes, no obstante, de que a pesar de que el sistema funcionara era cuestión de tiempo que saltará por lo aires. No tan conscientes de que cohesión social y equidad no son finalidades ideológicas sino presupuestos básicos para que una democracia funcione.
La nueva izquierda (el Frente Amplio) emergida de aquella revuelta confundió, como otras izquierdas, el análisis de las causas y la denuncia de los fallos existentes en el sistema con las soluciones a aplicar. Nunca estaba la salida avivando el enfrentamiento social, si estaba asumiendo un papel de adalides de unos procesos de transformación que siempre se iban quedando aparcados, como los sistemas previsional, sanitario o educativo esencialmente. Todos estaban en la agenda del último gobierno de izquierdas de Bachelet pero básicamente olvidaron que las grandes transformaciones en las sociedades democráticas para establecerlos, consolidarlos y hacerlos irreversibles tienen que ser fruto del consenso político y social y no de un logro partidario y también, explicarlo a la ciudadanía, más pobre y más rica, que ello conlleva renuncias y solidaridad. Esto es imprescindible para poder dotar al sistema de una fiscalidad equitativa y aceptada mayoritariamente por la sociedad.
El cambio constitucional, sin duda, era imperioso para otorgar fortaleza a la democracia y eso nunca se consigue por la imposición de los unos sobre los otros. No nos engañemos, esto no deja de ser lo que hizo Pinochet llamando Constitución a lo que era una Carta Otorgada.
El rechazo al texto constitucional en el pasado otoño, mediante un complejísimo método de selección de constituyentes y elaboración, no fue un exclusivo cuestionamiento del presidente Boric, fue ver en la Constitución a ratificar una Ley Fundamental que no representaba tanto a los chilenos sino a las nuevas elites enfangadas en una política más discursiva identitaria que resolutiva.
La elección de los consejeros responsables de la elaboración de un nuevo texto ha tenido un resultado muy poco esperanzador. La mayoría queda en manos de la ultra derecha nostálgica del pinochetismo y de su exacerbado liberalismo económico.
La derecha histórica puede tener la tentación de sumarse a una guerra ideológica de corto recorrido y la izquierda, representada por los grupos más radicalizados del gobierno, tensar la cuerda para el otro lado, a pesar del llamamiento de Boric al entendimiento post electoral. Será difícil en estas condiciones tener un texto constitucional que de cobijo a la inmensa mayoría de los chilenos.
Chile en estos momentos tiene dos serísimos problemas que han pesado sobre la elección como es la migración y el crecimiento de la delincuencia organizada, dos cuestiones de fácil utilización electoral por la extrema derecha.
El presidente de la República ha hecho constar este peso, pero no sólo ha sido eso. El giro a la extrema derecha hay que buscarlo más en otros dos factores, por un lado, la radicalización discursiva con altos tintes populistas y por otro una desmedida ocupación del poder político por “nuevas castas” que no aportan la capacidad de gestión que el universo socialdemócrata aportaba a la acción del gobierno y que estas elecciones se le ha llevado por delante.
En definitiva, ¡siempre hay lecciones que aprender!
Publicado por gentileza de lahoradigital.com