La democracia occidental tiene uno de sus mayores riesgos en la electorización de la política. Esto, en principio, puede parecer un contrasentido. ¿Qué otra cosa es la política democrática? Un proceso de opción entre diferentes alternativas, respetando el pluralismo y siendo legitimado mediante el voto de los ciudadanos en elecciones libres y periódicas. Hasta ahí todos de acuerdo.
La cuestión quiebra cuando los procesos electorales pasan de ser un medio, el cauce mediante el cual los llamados a ser gobernados eligen a sus gobernantes, a ser, un fin. Más aún cuando el resultado último es la asignación del poder a una fracción para quitárselo a las otras.
Los que se dedican profesionalmente a la política pensarán, a buen seguro, que es cansino volver una y otra vez a la cuestión de la calidad democrática. Esto es entendible. Se gobierna cuando se ganan elecciones, se ganan si se convence a los ciudadanos de las razones por las que tienen que votar a uno y sobre todo por las que no tienen que votar, de ninguna manera, a los otros. Y tras la victoria hay un generoso reparto de puestos de trabajo entre los afines.
En el objetivo de obtener el rédito electoral perseguido, los estrategas han venido en encontrar como fórmula mágica mantener permanentemente la tensión política. El elector, futuro votante, solo puede ver delante dos únicas alternativas, la buena y la mala, el gaullista o yo o el caos. Conmigo o contra mí. Es por ello por lo cual hay constantemente que estar entre el argumentario y el contra argumentario. Agotada una cuestión se pasa a la siguiente, de manera inmediata. Lo esencial es no bajar la tensión. Es el fundamento de la democracia de trincheras como algunos la han denominado.
Es imprescindible mantener viva la polarización, que no exista hueco para la equidistancia. En definitiva, como se dice ahora, es mantener viva una guerra de relatos. Cada lado del frente posee uno y es excluyente de cualquier otro. En este ambiente, cuando se acercan los procesos electorales reales es cuando se va a por todo. Si se pudiera, se acompañaría al elector hasta meter la papeleta en la urna. Las elecciones en lugar de ser la fiesta de la democracia es tan solo una verbena. La política pierde calidad y la democracia se convierte en un eufemismo, ganando terreno la desafección y frustración de los ciudadanos sobre la una y la otra. Si eso no se quiere ver el problema se agrava.
La democracia es, además de un sistema formal amparado por la ley para organizar la sociedad, un conjunto de valores. Olvidarse de ello y dejar que se creen páramos democráticos es facilitar el camino a los enemigos de la democracia, que existen. Para ello es obligado practicar la ejemplaridad democrática, que no deja de ser una forma de educación cívica y fortalecimiento institucional. Es por ello una asignatura inexcusable que el pueblo entienda que el Estado no es una ventanilla dispuesta a recoger cualquier demanda y a cualquier precio, ni las rebajas de enero de los grandes almacenes.
Quizás ya nadie recuerde a Aylan Kurdi el niño sirio que apareció muerto en la isla griega de Kos y cuya foto apareció en todos los periódicos y televisiones. La guerra, el éxodo de expatriados existían con anterioridad, sin embargo, aquella imagen cambio radicalmente las posiciones políticas sobre la guerra en Siria y del incesante flujo migratorio de su población hacia Europa; cinco millones se cifraban en 2016. A partir de aquella imagen y la reacción de la sociedad civil cambió, formalmente, la política de los Estados europeos incluso cambió la respuesta de la dura Merkel. La situación generó duras tensiones entre los diferentes gobiernos de la Unión y también en el posicionamiento político de los diferentes partidos. Los socialdemócratas tradicionalmente partidarios de actitudes propicias a permitir la entrada de emigrantes, y más, por razones humanitarias sabían que esto podría significar que una parte de su electorado tradicional les retirara su apoyo. No es lo mismo favorecer la entrada de emigración a muchos kilómetros de su círculo de intereses que a pocos kilómetros de sus casas. La derecha también estaba incómoda, no podía quedar como deshumanizada y lejana de los valores cristianos, pero tampoco pasar por ser laxos y decepcionar a un electorado nada partidario a dejar abierta de par en par la puerta de paso a la inmigración. Ello podía significar lo que significó, un resurgir de partidos de extrema derecha con un marcado cariz xenófobo.
La emigración siempre esconde tras de sí una quiebra humanitaria, huyendo de la guerra o del hambre o de ambas. Es, será aún más en el futuro, el más peliagudo tema de controversia electoral. Las dos posiciones ideológicas tradicionales de las democracias europeas (conservadores-liberales y los socialdemócratas) saben que van a estar en un difícil equilibrio en esta cuestión y que la tienen cercana, aunque ahora la traten de soslayo. Lo peor es que las opciones populistas a derecha e izquierda van a colaborar denodadamente en hacer más irresoluble el problema migratorio. La emigración es una bomba de relojería, electoralmente hablando, como ya algunos han comprobado. Será, sin duda, el más grave problema al que los europeos tendrán que enfrentarse, la guerra, el cambio climático, la crisis alimentaria …son factores de agravamiento. La emigración será sin duda el nudo gordiano del sistema democrático a corto plazo, pero hoy no está en la agenda. No es electoral ni conveniente hablar de ello.
Retomemos el hilo anterior. Si convertimos absolutamente todo en un estéril y esterilizante juego electoral hay que ser conscientes de que la resistencia de materiales de la democracia no es infinita. Todo lo contrario. La democracia, no es aburrida como dijo alguno, es, valga la comparación, como una fina copa de cristal de uso diario que ha de limpiarse con mucho cuidado para que no se rompa y además sabiendo disfrutar del contenido cuando se bebe de ella, sea vino o agua fresca. Sin embargo, se sigue en la política de los quince minutos, creyendo que es de Duralex.
Cada vez hay más cuestiones que deberían sacarse del foco electoral pues realmente son esenciales para definir el mejor camino de un futuro incierto que afecta por igual a todos, eso sin perjuicio de que uno se ubique en una u otra identidad, del tipo que sea, o incluso aunque quiera negar lo evidente. Las diferencias ideológicas en este tiempo se encuentran más en cómo se hacen las cosas y en las actitudes pues las tareas son homogéneas y hemos llegado a un punto que las prioridades también, por lo menos a corto plazo. No es el fin de las ideologías, todo lo contrario, es el momento de su profundización y depuración. Ahora, más que nunca los matices son esenciales.
Dicho de manera más cruda, los ciudadanos están muy cansados del permanente e intenso electoralismo. Este se puede cargar el valor, consideración y respeto que la sociedad debe tener por la política democrática. Al otro lado, siempre existirá política, pero ya no será democrática.
Como ya decían The Buggles, no podemos rebobinar hemos ido demasiado lejos, las imágenes me rompieron el corazón, échale la culpa al reproductor…el vídeo mató a la estrella de la radio.
Publicado por cortesía de lahoradigital.com