Por el Mg. Norberto Mourad
Ganar un mundial de fútbol es uno de los desafíos más difíciles que existen. Si pensamos que el torneo tiene casi 100 años, y solo fue conquistado por 8 naciones de las 211 que actualmente integran la FIFA, nos damos una idea de lo que requiere levantar la copa. También es digno de destacar que, de esos 8 países, 5 pertenecen a lo que llamamos el mundo desarrollado – Alemania, Francia, Italia, Inglaterra y España – siendo otras 2, naciones en desarrollo de gran peso específico como Brasil, o reconocida calidad institucional – Uruguay.
Es así como Argentina, el flamante campeón mundial, luce prima facie como alguien lejano a la posibilidad de acometer semejante hazaña, pero para sorpresa de muchos lo ha logrado con una solidez y maestría dignas de admiración, y por tercera vez.
Las naciones que se han hecho acreedoras al trofeo, por otra parte, lo han obtenido con intervalos promedio para todas ellas de casi 22 años- suponiendo que alguna vaya a ganar nuevamente el mismo en el 2026- mientras que la Argentina lo ha hecho en 16.
Estas estadísticas preliminares refuerzan la complejidad del torneo que nuestro país acaba de ganar, a la vez que invitan a reflexionar sobre la aparente contradicción entre nuestro éxito deportivo y los elementos y actitudes que normalmente conforman la sociedad argentina
Toda organización condiciona su éxito a 5 factores fundamentales
- Dirección
- Motivación
- Camaradería
- Ética pública y compromiso
- Destreza
La AFA y el futbol argentino no escapan a esa regla, al punto de que sus logros y fracasos acompañan de alguna manera la historia misma de nuestro país
En los años 30, cuando el amateurismo rondaba el futbol y otros deportes, la destreza y una dirección de mediana envergadura fueron suficientes para hacer de Argentina el primer subcampeón mundial. El país vivía aún los coletazos de una época de gloria, donde el individualismo y la libertad habían impulsado un desarrollo extraordinario, pero eso pronto comenzó a cambiar.
Los tiempos que siguieron, cargados de guerras y turbulencias, dieron paso a un capitalismo vigoroso y hegemónico, que hizo del profesionalismo en el deporte la meta de naciones y deportistas. Fue ahí donde nuestro país y nuestro futbol comenzaron a transitar un camino diferente
La Argentina, tan afecta a las grietas irreductibles y el populismo perverso, hizo de la eficiencia una falacia y del alistamiento para alcanzar las metas un mero relato. El caos político y económico tuvo su reflejo en las selecciones formadas a partir del año 1950, donde grandes jugadores eran reunidos pocos meses antes de la competencia y dirigidos en forma cuestionable. La Nación y la selección de futbol se deslizaban hacia el abismo a un mismo ritmo.
Fue hasta el año 1976, de la mano del controvertido proceso militar, que algunas ideas comenzaron a imponerse
Más allá del juicio histórico sobre las circunstancias que ocasionaron las oscuras jornadas de los 70, lo cierto es que algunos conceptos, ya plenamente vigentes en los países de avanzada, tomaron cuerpo en la sociedad argentina.
Con el trasfondo de la Escuela Económica de Chicago y ¨la orden de batalla¨ impuesta por el proceso, se comenzó por primera vez a construir desde los cimientos una selección ganadora. Acompañando un vuelco a la eficiencia y al capitalismo liberal, un técnico de renombre tuvo la autoridad y los recursos para consolidarse en la dirección, lograr motivación y profundizar el compromiso. Todo eso, sumado a la destreza de los argentinos, conformó un grupo casi imbatible.
La selección se impuso en el 78, se derrumbó con la guerra de Malvinas en el 82 y saltó a la gloria en el 86, de la mano de Maradona y un país que parecía finalmente consolidarse en el rumbo correcto. Sin embargo, quizás lo más importante de todo esto no hayan sido las victorias, sino que el futbol aprendió algunas lecciones que el resto de la Argentina aún hoy no ha podido asimilar del todo
A partir del 78, nuestro fútbol comenzó a valorar la importancia de los factores mencionados más arriba, e impulsados por la pasión del “Team Argentina”, el único elemento junto con el amor por Malvinas que no reconoce grietas, todos insistimos y profundizamos sobre cada uno de ellos. La AFA se convirtió en un barco que trazó su propia ruta en medio de un mar embravecido. No importa quién haya sido el capitán ni que tan de acuerdo hayamos estado con él, lo que importa es que desde entonces todos han mantenido el rumbo.
Es así como este maravilloso deporte, idolatrado por hombres y mujeres de nuestro país, ha comenzado a mostrarnos ciertas verdades que se imponen cada vez con más fuerza.
La primera es que los recursos, las habilidades y la inteligencia no aseguran el éxito por si mismos. Siempre se nos ha dicho que somos un país rico, pero la historia demuestra que esa riqueza en pocas ocasiones ha sido conducente.
La segunda es que, si realmente queremos alcanzar un objetivo, sea este el campeonato mundial o el desarrollo definitivo de nuestro país, debemos ponernos en manos de personas solventes y ofrecerles un horizonte de trabajo, dejando de lado resultados inmediatos para cambiarlos por metas de largo plazo
La tercera es que la motivación de la sociedad y de las organizaciones intermedias, debería estar siempre atada a resultados concretos. En el caso del fútbol, el reconocimiento a nivel planetario que conlleva ganar un campeonato mundial tiene una directa correlación con el futuro de cada jugador, permitiéndole acceso a los suculentos sueldos y recompensas que ofrecen los clubes europeos. A nivel país, sin embargo, esto no parece haber sido logrado todavía, ya que gran parte de los argentinos piensa que el futuro de la Nación está lejos de condicionar el suyo
La cuarta es que, a la luz de los grandes objetivos, las mezquindades deberían ser dejadas a un lado. Argentina es un país profundamente dividido, ya sea por razones económicas, sociales, culturales o políticas, pero claramente no es el único. Se dice que solo hay 2 cosas que pueden cerrar las grietas sociales: el éxito y la amenaza, y nuestra nación parece estar relativamente lejos de ambas situaciones. Es todavía una tarea pendiente de cualquiera que sea gobierno hallar un factor aglutinante, como ya lo ha hecho el fútbol
Finalmente, todo organización social, grande o pequeña, debe tener y respetar códigos éticos y normas de comportamiento, lo que les permitirá a sus miembros saber cómo actuar y a qué atenerse. Esto va más allá de la moral individual, y se refiere a las actitudes y procederes frente a sus pares. Aquí nuevamente el fútbol tiene mucho que decirle a la sociedad, es especial cuando vemos que nadie se escandaliza por ser titular o suplente, por estar dentro de la cancha o en el banco, por jugar 5, 10 o 90 minutos. Nuestro pueblo, acostumbrado a romper códigos y no respetar la ley, está lejos de comprender que sin reglas inquebrantables ninguna Nación puede ser exitosa.
El pueblo argentino disfruta hoy del éxito resonante de su selección, y recibe el reconocimiento planetario por la hazaña lograda. Muchos en el país y en el exterior -incluyendo la derrotada Francia- sin embargo, no dejan de preguntarse cómo una Nación que parece estar a la deriva puede ganar semejante campeonato. La realidad es que la Argentina es un espejo roto, donde algunos pedazos reflejan el futuro posible y otros siguen mostrando un pasado aciago que se niega a desaparecer
En el año 1954, una Alemania destruida por la guerra surgía de entre los escombros y ganaba una final increíble, diciéndole al mundo que estaba nuevamente de pie. Los argentinos de bien esperamos que, de una vez por todas, victorias extraordinarias como la de Qatar 2022 den paso a la frase que todos queremos escuchar: “estamos de vuelta”.