“Basándome en experiencias históricas disponibles, estoy convencido de que es posible superar al sistema capitalista actual y diseñar los rasgos de un nuevo socialismo participativo para el
siglo XXI”, predica Thomas Piketty en su apuesta de refundación del socialismo democrático[1].
En este minuto de la historia de la humanidad, de Occidente, la socialdemocracia como pensamiento político y los partidos políticos que fundamentan en él su acción, tienen de su parte la razón económica. El citado profesor, así como Paul Mason[2] Mariana Mazzucato[3] o Carlota Pérez[4] , entre otros, han renovado con sus sugerentes propuestas el acervo socialdemócrata para una nueva economía.
Sin embargo, todo ello solo quedará en un mero ejercicio teórico si la socialdemocracia no recupera su espacio en el relato político -de dónde venimos, estamos y dónde vamos-y su capacidad para ser una ideología y una práctica política atractiva con capacidad para construir proyectos mayoritarios.
El objetivo: no perder la batalla cultural ante los vientos de populismos de distinto signo.
Es difícil imaginar a Marx o a Engels twitteando por el móvil mientras guardan la fila para subir a un avión con destino a cualquier punto del mundo a exponer sus teorías en una Universidad. Más, si lo que twittean es que “el motor de la historia es la lucha de clases” o que “el poder político es simplemente el poder organizado de una clase para oprimir a otra”. En cada tiempo histórico difundir ideas tiene su propia complejidad.
La ideología política enunciada por los teóricos del “socialismo científico” (marxismo), ocupó un espacio prominente en lo político, filosófico y económico durante la mitad del Siglo XX.
Este debate despertó filias y fobias, igualmente de furibundas. El pensamiento socialista emanado de aquella teoría ha perdurado hasta nuestros días con sus dos vertientes: el comunismo y la socialdemocracia. El marxismo, como tal, nunca tuvo un modelo de teoría del Estado, de la democracia, de los derechos fundamentales personales y de su acción política a través de partidos o sindicatos. Hoy diríamos que ha sido más una imagen de marca que un producto acabado.
La socialdemocracia, sin disponer tampoco de un cuerpo teórico doctrinal, sí ha tenido elaboraciones parciales y, sin duda, ha sido una práctica política de éxito en la Europa Occidental de la postguerra mundial, siendo parte nuclear en la construcción del Estado de Bienestar.
Ahora bien, el Estado del Bienestar, con bondades y lagunas, no es consecuencia del triunfo de un pensamiento sobre otro, es de un gran pacto, de cesiones hasta el entendimiento de patronales y sindicatos, de partidos socialdemócratas y liberales y democristianos. Aunque sin duda, el influjo del socialismo democrático ha sido determinante en el modelo resultante.
La relevancia del socialismo democrático es indiscutible en la UE por su contribución al fortalecimiento democrático. Su acción consensuada ha dado como resultado la implantación del modelo socioeconómico de bienestar, políticas de reducción de las desigualdades sociales, propiciado la equidad y extendido las posibilidades de una vida digna a la mayoría de la población, en educación, servicios sociales, sanidad…en definitiva, ha logrado cohesión social como contrapeso a un modelo capitalista desprovisto de cualquier visión social.
En la batalla por el relato, no debe de olvidarse que la relevancia histórica y política del marxismo viene del triunfo de la Revolución soviética, del que tampoco hay que olvidar sus graves consecuencias y que, en alguna medida, hipotecó el término.
El gobierno de la dictadura del proletariado soviético y sus sucedáneos marcaron una vía de gestión de la sociedad tan perniciosa como la que aspiraba a superar. El no Estado de Marx y Engels pasa a ser el todo Estado y solo Estado. La economía, el derecho, la cultura …pasan a ser exclusivos de la doctrina oficial y excluyentes de cualquier atisbo de pluralidad. Todo pivota en el binomio Estado-Partido.
Esto es historia pasada, es nítidamente otra cosa que pertenece a una etapa superada de la historia de la humanidad. Lo mismo que otros ismos como el nazismo o el fascismo. Así algunos vieron en la caída del Muro el paso a una Democracia Universal que conduciría a todos al modelo de Estado de Bienestar europeo.[5]
Thomas Piketty a la hora de teorizar el socialismo participativo para el siglo XXI, parte de la conocida aseveración de Marx [6]de que “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de clases”. Idea que reformula indicando que: “la historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días es la historia de la lucha de ideologías y de la búsqueda de la justicia”. Siendo concluyente “las ideas y las ideologías cuentan en la historia” (1227)
En los años 30 existió una relación directa entre el crecimiento del comunismo[7] en su extensión de la revolución proletaria y la emergencia de partidos totalitarios que construyeron su ideario básicamente como oposición al marxismo. En Mein Kampf se proclama la “lucha antimarxista”, doctrina cuyos efectos sobre las sociedades europeas son devastadores, disuelven los "principios y valores" en los que se fundamenta el modo de vida europea. El fascismo mussoliniano consideró su primer escalón la lucha contra el marxismo, el socialismo y el comunismo.
Este discurso en la nueva extrema derecha es actual, en Europa, en los Estados Unidos y en buena parte de Iberoamérica.
La extrema derecha emergente ha recuperado los viejos resortes de su batalla cultural anatemizando a la izquierda como parte esencial de su estrategia. Bolsonaro en Brasil apeló a emprender “una cruzada” contra lo que considera "el marxismo cultural" en la Educación y en ello justifica los recortes a la enseñanza pública.
En los procesos políticos vividos en Chile recientemente, los partidarios del candidato de extrema derecha José Antonio Kast convocaban manifestaciones al grito: "Mientras Chile exista, jamás será marxista". Trump concitaba a sus seguidores clamando que los demócratas quieren convertir a EEUU en la Cuba comunista o la Venezuela socialista.
Orban, reciente vencedor de las elecciones en Hungría es otro magistral dominador de la batalla cultural contra la izquierda radical, aunque esta es residual.
No hay que irse tan lejos para ver ejemplos de esa voraz batalla ideológica en su intención de hacer el camino de vuelta al pensamiento único. Vox levantó desde sus inicios la bandera por la dominación del pensamiento frente a la izquierda (la dictadura progre). Reiteradamente cifra su gran objetivo en “echar” a un gobierno socialdemócrata, un fin en sí mismo.
Ahora bien, si tuviéramos que identificar un líder que ha tomado, entre nosotros, como misión personal la descalificación histórica del socialismo democrático es la Presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que no se recata en explicitar su objetivo de “socialismo free”. La política y las políticas dan lo mismo. El problema: a la ciudadanía se la intenta convencer con eslóganes de combate y relatos de versiones seudo históricos de fácil asimilación, desde Napoleón a los visigodos.
La socialdemocracia ante este escenario está en una posición de clara debilidad. Es la no política, incluso su penalización. Todo pasa por avivar las emociones primarias de una población que tiene poco tiempo para pensar en política. El juego político no se cifra en los mismos parámetros que en la segunda mitad del S.XX y la primera década del presente. No se trata ya de proponer alternativas o de consensuar políticas para el interés general preservando o primando unos u otros postulados ideológicos en el marco de un proceso electoral que iguala oportunidades y en todo caso otorga su plus de legitimidad al adversario.
Piketty recomienda que el término “populismo” debe evitarse por su vacuidad, es como hablar de nada en concreto, nos dice. Él recomienda distinguir con precisión e ir a las respuestas concretas que se dan a los problemas. Pone como ejemplo los debates que se realizan con harta frecuencia sobre condonación de la deuda pública y la ignorancia al respecto de operadores políticos y tertulianos mediáticos sobre “la historia de la deuda pública”. Lo que no tiene en cuenta el profesor es que esta lucha ideológica, no se libra en los foros académicos, ni en el proceloso mundo de los datos y las tablas estadísticas; esta lucha como bien tiene identificada la extrema derecha, como ya lo tuvieron los neocones, es una “batalla cultural” [8] que se libra esencialmente, en impactos del mensaje, en los medios de comunicación y en las redes sociales como nuevos transmisores del pensamiento colectivo.
El futuro de pensamiento socialdemócrata hoy tiene su mayor escollo en esta guerra y no en su capacidad de poner en marcha políticas públicas de carácter socialdemócrata. El pensamiento reaccionario, está basado en ideas frugales y vacuas que de manera fácil penetran en sociedades líquidas (Bauman) y poco preocupadas sobre la desigualdad económica. Si más por las consecuencias percibidas y en muchos casos no reales por la emigración (raza, religión, costumbres…), las normativas de igualdad y pluralidad de género que las ven como un ataque al concepto tradicional de familia, la generalización de los servicios sociales, vistos como espurios privilegios y una apuesta por el libre mercado como un absoluto (desde la fiscalidad a los derechos laborales).
Las armas con las que se combate son muy diferentes y los objetivos no tienen nada que ver. Utilizar sus mismas herramientas conduce a un fracaso certero como se pudo comprobar en las elecciones autonómicas de Madrid de 2021.
En la actualidad los teóricos económicos que desde el acervo socialdemócrata aportan sus ideas para dar salida esperanzadora y justa a la confluencia de problemas que se concitan (la emergencia climática, sanitaria y el caos de un orden internacional que ha saltado por los aires con la invasión de Ucrania) tienen a mi modo de ver, poco recorrido, si no se hacen ajustes en las formas de hacer política.
La socialdemocracia tiene, sin duda, la(s) respuesta(s) para enfocar la agenda, mitigando e incluso solucionando, pero va a tener en frente a unas fuerzas reaccionarias que tan solo creen en el sistema democrático lo justo para apartar del gobierno a aquellos que no comulgan con sus planteamientos identitarios. Por ello, tiene tareas que realizar con urgencia, pues el tiempo juega en su contra.
La primera, recuperar la credibilidad política en la sociedad, mejorando sus cauces de comunicación, siendo conscientes de que el sistema de organización política (partido) no vale para el presente y menos para el futuro, su selección de liderazgos no puede seguir siendo intestinos y meritocráticos. El mensajero ha pasado a ser tan importante como el mensaje y la apuesta de la socialdemocracia para comunicarse con la sociedad no puede cifrarse sólo en redes sociales o por diez segundos de impacto en un informativo con una frase ocurrente.
Como hemos dicho antes, la comunicación de las ideas tiene poco espacio en nuestra sociedad, por ello la única alternativa posible es apostar por políticas públicas participadas y por una alta capacidad de gestión en su implementación. Evidenciando su valor ciudadano. Ello requiere dotarse de un capital humano cualificado y convencido moralmente de la importancia social de realizar con éxito su cometido. La socialdemocracia ganó sus batallas de pasado demostrando su utilidad para la sociedad, su capacidad en la resolución de aquello que realmente impide el bienestar colectivo, ya sea la vivienda, la circulación viaria o la calidad de su empleo.
La gobernanza de sociedades complejas, en riesgo permanente, y con tendencia a la desigualdad, con serias amenazas en el horizonte, exige de una alta capacidad para la búsqueda de consensos y pactos y conseguir que el impacto mediático evanescente sea superado por la eficacia y eficiencia del trabajo realizado. La ciudadanía exige que su status de sujeto político sea reconocido de manera cotidiana y permanente.
Dr. Álvaro Frutos Rosado
Experto en gestión pública
[1] Capital e Ideología. Editorial Planeta Barcelona 2019.
[2] Postcapitalismo, Hacia un nuevo futuro. Paidos Barcelona 2016.
[3] El Estado emprendedor. RBA Barcelona 2014
[4] Revoluciones tecnológicas y Capital Financiero Siglo XXI Editores México 2004.
[5] En palabras de otros el fin de la historia de la lucha de clases. Fukuyama “El fin de la Historia”
[6] Marx y Engels en el Manifiesto del Partido Comunista.
[7] Poulantzas, Nikos (1973), Fascismo y dictadura. La Tercera Internacional frente al fascismo, Siglo XXI de España Editores, S.A.; Edición: Librairie François Maspero.
[8] La batalla cultural: Reflexiones críticas para una Nueva Derecha. Agustín Laje.