EL AUTOR
En gran media Bob Woodward es un mito del periodismo contemporáneo. A sus 78 años es el periodista de investigación más conocido y prestigioso del mundo. Desde hace 47 años trabaja en The Washington Post donde actualmente es editor adjunto. Ha escrito veinte libros, doce de los cuales han alcanzado el primer puesto en ventas en los Estados Unidos. Sus libros se traducen a una decena de idiomas. Ha obtenido dos Premios Pulitzer: uno por la cobertura del escándalo Watergate para el Post junto a Carl Bernstein, que derivó en la dimisión del presidente Richard Nixon; y el otro, en 2003, por la de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, como principal reportero.
Incluso ha sido personificado por Robert Redford en el film “Todos los hombres del presidente”, dirigido por Alan J. Pakula en 1976.
Robert Upshur Woodward se graduó en Literatura Inglesa en la Universidad de Yale en 1965. Sirvió cinco años como oficial de comunicaciones en la Mariana de los Estados Unidos durante los años de la Guerra Fría y el conflicto de Vietnam. La periodista Deborah Davis afirmó que durante su servicio en la Armada Woodward realizó tareas de criptografía e inteligencia. Según otras fuentes habría sido parte de la “Task Force 157”, una unidad ultrasecreta creada en 1966 bajo el nombre de “Naval Field Operations Support Group” (NFOSG). La unidad tenía su base en la ciudad de Alexandria, Virginia, y 75 operadores alrededor del mundo.
Estos vínculos con el ámbito de la inteligencia estadounidenses explicarían el porqué de su acceso a fuentes clasificadas (especialmente de inteligencia) de los sucesivos gobiernos de su país que han cimentado su prestigio como periodista de investigación. Su acceso a este tipo de fuentes es evidente en todos sus libros, pero especialmente el que es mi favorito: “Veil: Las guerras secretas de la CIA 1981 – 1987”.
EL AFFAIRE WATERGATE
El caso Watergate es posiblemente el escándalo político más importante ocurrido en los Estados Unidos en el siglo XX. Consistió en una “penetración clandestina” realizada con fines de espionaje en el complejo de oficinas Watergate de Washington, sede del Comité Nacional del Partido Demócrata, y el posterior intento de la administración Nixon de encubrir a los responsables. Cuando la conspiración se destapó, el Congreso inició una investigación, pero la resistencia de la Administración Nixon a colaborar en esta condujo a una crisis institucional.?
El término Watergate empezó a abarcar entonces una gran variedad de actividades ilegales en las que estuvieron involucradas personalidades del gobierno estadounidense presidido por Richard Nixon. Estas actividades incluían el acoso a opositores políticos y a personas o funcionarios considerados sospechosos. Nixon y sus colaboradores cercanos ordenaron hacer acoso a grupos de activistas y figuras políticas, utilizando para ello al FBI, la CIA o el Servicio de Impuestos Internos (IRS). El escándalo destapó múltiples abusos de poder por parte de la Administración Nixon, que se saldó con la dimisión de este como Presidente en agosto de 1974. El escándalo afectó a un total de 69 personas, de las cuales 48 fueron encontradas culpables y encarceladas y muchas de ellas habían sido altos funcionarios del gobierno de Nixon. ?
El acontecimiento se inició poco después de la medianoche del 17 de junio de 1972, Frank Wills, un guardia de seguridad del Complejo Watergate notó que una cinta cubría las cerraduras de algunas de las puertas del complejo que conducía desde el garaje subterráneo a varias oficinas. Entonces quitó la cinta, sin dar demasiada importancia al hecho. Pero cuando volvió una hora más tarde y descubrió que alguien había vuelto a poner cinta en las cerraduras, Wills llamó a la policía. Fueron arrestados cinco hombres que descubiertos dentro de las oficinas del Comité Demócrata.
Los detenidos inicialmente fueron acusados de intento de robo, intento de interceptación telefónica y otros cargos. El 15 de septiembre, el gran jurado los acusó, así como a otros dos involucrados en la penetración clandestina, al ex oficial de la CIA E. Howard Hunt y a G. Gordon Liddy, Consultor de Seguridad y Asesor de Finanzas, respectivamente, del Comité para la Reelección Presidencial,? de conspiración, robo y violación de las leyes federales de escuchas telefónicas. Los siete detenidos fueron juzgados por un jurado, el juez John Sirica oficiando, y condenados el 30 de enero de 1973. Finalmente, solo cumplieron condenas de cárcel efectiva muy reducidas (de entre cuatro años y medio -Liddy- a dos meses).
En la mañana del 18 de junio de 1972, G. Gordon Liddy llamó al jefe interino del Comité de Reelección Presidencial, Jeb Magruder y le informó que los cuatro hombres arrestados con McCord eran “combatientes de la libertad cubana”, a quienes Howard Hunt reclutó. Inicialmente, el Comité para la Reelección Presidencial, que dirigía el ex Procurador General John N. Mitchell, y la Casa Blanca rápidamente comenzaron sus manobras para encubrir el crimen y destruir cualquier evidencia que pudiera dañar al presidente y su reelección.?
La conexión entre el robo y el Comité de Reelección Presidencial fue destacada por la información de los medios de comunicación -en particular, la serie de notas publicadas por The Washington Post, The Time y The New York Times.
La cobertura periodística aumentó dramáticamente la publicidad y las repercusiones políticas del escándalo. Los reporteros Bob Woodward y Carl Bernstein, bajo el comando del director Ben Bradlee, descubrieron información que sugería que el conocimiento de la penetración y los intentos de encubrirlo implicaban profundamente a los niveles superiores del Departamento de Justicia, el FBI, la CIA y la Casa Blanca. Woodward y Bernstein entrevistaron a Judy Hoback Miller, la contador de Nixon, quien les reveló información sobre el mal manejo de fondos y registros que estaban siendo destruidos. ?
La principal fuente clasificada a la que tuvieron acceso los periodistas del TWP fue un individuo que Woodward apodó “Deep Throat” (“Gargantea Profunda”); 33 años más tarde, en 2005, el informante fue identificado como William Mark Felt, Subdirector del FBI durante ese período de la década de 1970, algo que Woodward más tarde confirmó aunque nunca aclaró cuál era el origen de su relación con él y en qué momento y porqué se convirtió en su informante.
Felt se encontró en secreto con Woodward varias veces, diciéndole de la participación de Howard Hunt con el robo de Watergate, y que el personal de la Casa Blanca consideraba los riesgos del escándalo como extremadamente altos. Felt advirtió a Woodward que el FBI quería saber dónde él y otros periodistas estaban recibiendo su información, ya que estaban descubriendo una red más amplia de crímenes que el FBI reveló por primera vez. Todas las reuniones secretas entre Woodward y “Deep Throat” tuvieron lugar en un garaje subterráneo en algún lugar de Rosslyn durante un período comprendido entre junio de 1972 y enero de 1973. Antes de renunciar al FBI el 22 de junio de 1973, Felt, para desviar la atención sobre The Washington Post, también anónimamente sembró fugas sobre Watergate a la revista Time, el Washington Daily News y otras publicaciones.
La divulgación de las intrigas en torno al Affaire Watergate significo para Bob Woodward y Carl Bernstein la consagración como periodistas. Ganaron el Premio Pulitzer, quienes coescribieron un par de libros y se vieron representados en el cine nada menos que por Robert Redford y Dustin Hoffman, los actores más taquilleros del momento.
En los Estados Unidos, Bob Woodward es una celebridad no sólo en el ámbito periodístico o como escritor. Es contratado como orador habitual en reuniones de ejecutivos de empresas, como el Citibank y el Instituto Americano de Alimentos Congelados. Por estas presentaciones suele cobrar importantes honorarios. En sus disertaciones suele defender que el Estado deje de regular ciertos sectores de la economía para que “las fuerzas del mercado puedan hacer su inestimable trabajo” y sugiere reducir la cobertura pública de los gastos médicos de los ancianos para afrontar el reto de las “realidades del siglo XXI”.
Pero no todo son flores para el periodista de The Washington Post, su colega Serge Halimi, decía en 2019, “Durante los últimos treinta años, las recetas de Woodward no han variado: elegir a un personaje central impopular o muy consensuado (lo que garantiza un best-seller); recompensar a sus informantes presentándolos con los buenos de la película; y a cambio apabullar a todos los que se niegan a brindar su testimonio. Todos otorgan a Woodward el papel de fiscal, con mayor generosidad porque ignoran lo que otros testigos le han confiado”.
Todas estas críticas a su método de trabajo se ven ratificadas cuando analizamos la forma en que fue escrito el libro “Miedo”.
EL LIBRO
En su edición en castellano el libro: Miedo. Trump en la Casa Blanca, publicado por Roca, Editorial de Libros de Barcelona, en diciembre de 2018, tiene 445 páginas divididas en dos notas, un prólogo, 42 capítulos breves, agradecimientos, notas sobre las fuentes y créditos fotográficos. Lo cual deja un saldo de 397 páginas “útiles” de un texto con tipografía grande y generosos espacios en blanco.
Curiosamente es exactamente la misma extensión que presenta el siguiente libro de la trilogía: “Rabia” (“Rage”) publicado en 2020. La distribución interna es también la misma sólo que comprende 46 capítulos.
Es decir, que se trata de productos elaborados en base a una estricta receta.
La traducción es anónima o casi se la adjudica “Traducciones Imposibles” y es imposiblemente mala. Esta traducido para el castellano de España y no en un castellano neutro. Con demasiados “coño” y “gilipollas” para mi gusto. Pero lo peor es que la traducción no es capaz de identificar cuando los personajes se tratan coloquialmente y cuando por razones de cargo deben tratarse protocolarmente de usted.
Woodward afirma que el libro fue realizado en base a 17 entrevistas realizadas bajo la modalidad de “Deep background” (que pueden ser usadas y ocasionalmente citadas para construir la historia, pero no identificadas como fuentes de primera mano). Este método hace dudar sobre la veracidad de algunas de los diálogos reproducidos y de los hechos relatados.
La descripción que Woodward realiza de la Administración Trump no difiere demasiado de los relatos recopilados por otros autores como Michael Wolf en “Fuego y Furia” (Fire and Fury), “A higher loyalty” del exdirector del FBI James Comey o “Unhinged” (Desquiciado), de la mediática exasesora presidencial Omarosa Manigault Newman.
Posiblemente, se deba a que estos autores tienen una visión preconcebida de Donald Trump, en especial por agravios reales o supuestos recibidos del empresario y presidente.
También puede deberse a que la mayoría de ellos entrevistaron a las mismas fuentes: antiguos funcionarios de Trump que dejaron la Administración de forma poco amigable, en especial el gurú de la derecha alternativa Steve Bannon.
Lo cierto es que el presidente Donald Trump no fue entrevistado para la confección del libro o para verificar los hechos que se relatan. Al parecer ni el Presidente ni el Autor pusieron mucho empeño en reunirse y se responsabilizan el uno al otro por esa omisión. Hecho que Woodward modificó en su segundo libro: Rabia.
Cuando se publicó Fear: Trump in the White House el Presidente se limitó a decir: “No es más que otro mal libro. Woodward ha tenido muchos problemas de credibilidad.
En tanto que la entonces portavoz de la Casa Blanca Sarah Huckbee Sanders describió al libro como una colección de “historias inventadas, en su mayoría por empleados insatisfechos, para dejar mal” al presidente.
En general, el libro de Woodward no agrega ni quita nada a lo que ya se sabía sobre la Administración Trump y la mala traducción al español hace menos interesante su lectura.
Sin embargo, en este primer libro encontré dos informaciones interesantes y que quiero compartir con el lector.
La primera de ellas está referida a las capacidades militares de Corea del Norte.
Relata Woodward: “Obama encargó al Pentágono y a las agencias de inteligencia que investigasen si era posible eliminar todas las armas nucleares e instalaciones relacionadas de Corea del Norte. ¿Era ese objetivo viable? Tendrían que actualizar los satélites, las señales y la inteligencia humana. Conllevaría mucho esfuerzo y los resultados no estaban asegurados.
“Pakistán, que tenía armas nucleares desde 1998, había disminuido su tamaño y las había puesto en minas y proyectiles de artillería. ¿Corea del Norte podía hacer lo mismo? Las evaluaciones de inteligencia de entonces no pudieron responder con exactitud.
“Por otro lado, la valuación de inteligencia advirtió de que un ataque de Estados Unidos no podía eliminar todo lo que tenía Corea del Norte. Destruirían solo parcialmente algunos objetivos, mientras que otros ni siquiera los tocarían, ya que desconocían su existencia.
“La gran megalópolis de Seúl albergaba aproximadamente a diez millones de personas y llegaba hasta la zona desmilitarizada de cuatro kilómetros de extensión que dividía Corea del Norte y Corea del Sur. La primera escondía miles de piezas de artillería en cuevas cerca de la zona desmilitarizada. En los ejercicios militares, los norcoreanos sacaban la artillería, practicaban disparos y volvían a las cuevas. Es lo que se conocía como “táctica de desgaste”. ¿Un solo ataque de Estaos Unidos podría destruir tantas armas?
“Después de un mes de estudio, la inteligencia estadounidense y el Pentágono informaron oficialmente a Obama de que, tal vez, podrían atacar y destruir el 85 por diento de todas las armas nucleares y de sus instalaciones…, pero solo de las que se tenía constancia. Clapper (James Clapper director del Servicio Nacional de Inteligencia de Obama) pensaba que la tasa de éxito del plan debería ser perfecta, sin margen de error, puesto que si Cora del Norte tenía la oportunidad de detonar una única arma nuclear, la respuesta al ataque se traduciría en miles de bajas en Corea del Sur.
“Cualquier ataque de Estados Unidos también podría desencadenar la artillería con potencial devastador de Corea del Norte, otras armas convencionales y un ejercito terrestre de al menos 200.000 voluntarios.
“El Pentágono declaró que la única forma de “localizar y destruir con total certeza todos los componentes del programa nuclear de Corea del Norte” era mediante una invasión terrestre. Una invasión terrestre desencadenaría una respuesta coreana, probablemente con un arma nuclear.”
Este análisis dejo a Obama (y a los Estados Unidos) sin una opción militar en Corea.
La segunda información valiosa está referida a Hezbolá el grupo terrorista chií patrocinado por Irán.
Woodward menciona que Derek Harvey, excoronel de la Armada designado como director de personal del Consejo de Seguridad Nacional para el Oriente Medio informó al yerno de Trump Jared Kushner que “La mayor preocupación de Harvey sobre Oriente Medio era Hezbolá, una organización terrorista apoyada por Irán. Según información confidencial, Hezbolá conservaba a más de cuarenta y ocho mil soldados apostados día y noche en el Líbano, donde representaba una amenaza para la seguridad del Estado judío. Tenían a ocho mil miembros de exploración en Siria y Yemen, así como unidades de comandos por toda la región. Además, su gente estaba por todo el mundo: mantenían de treinta a cincuenta hombres en Colombia, Venezuela, Sudáfrica, Mozambique y Kenia.
“La organización islámica poseía la alarmante cantidad de 150.000 misiles. Cuando participaron en la guerra de 2006 contra Israel, tan solo perdieron 4.500.
“Las filas de Hezbolá estaban formadas por oficiales de la Guardia Republicana iraní. Básicamente, Irán le pagaba las facturas, nada menos que mil millones de dólares anuales. Esto sin tener en cuenta el dinero que conseguía con el tráfico de personas, l contrabando de opio y cocaína, el blanqueo de dinero y la compraventa de colmillos de marfil provenientes de Mozambique.
“Hezbolá controlaba todo el Líbano, era un Estado dentro de otro. Tenía vía libre para usar la fuerza, no había nada que sucediera en el Líbano sin su conocimiento, y estaba decidido a acabar con Israel”, página 143.
Cabe recordar que este libro fue publicado en diciembre de 2018 y que el 3 de enero de 2020, un ataque estadounidense con drones en el aeropuerto de Bagdad, Irak, terminó con la vida del Mayor General Qasem Soleimani, líder de la Guardia Republicana iraní. El ataque fue ordenado por el presidente Donald Trump sin notificación o consulta al Congreso. No creo que sean necesarias mayores explicaciones.
Estos párrafos me inducen a pensar que algunos sectores del Pentágono o de la estructura de inteligencia estadounidense pueden estar empleando a Woodward para “filtrar” algunas informaciones que les interesa dar a conocer.
En cuanto al libro, solo es recomendable si el lector es un fanático de Bob Woodward y es capaz de tolerar las traducciones espantosas.