En la política argentina las terceras fuerzas, ya sean partidos o heterogéneas coaliciones electorales, suelen constituir en la práctica tan sólo tácticas políticas poco éticas, financiadas y apoyadas secretamente por los gobiernos de turno con el único propósito de dividir el voto opositor con el objeto de disimular una derrota en elecciones legislativas y transformarla en una “victoria”.
Esta táctica también es útil en las elecciones presidenciales para dividir al voto opositor y así ampliar la diferencia entre el candidato más votado y el segundo más votado permitiendo al triunfador evitar competir en una segunda vuelta donde toda la oposición podría unificarse contra él.
Ese fue precisamente el papel que cumplió el economista Roberto Lavagna en las elecciones presidenciales del año 2007. En esa ocasión Cristina Kirchner triunfó en la primera vuelta con el 45,29 de los votos válidos, segunda se situó Elisa “Lilita” Carrió con el 23,04% y el tercero fue Lavagna con 16,91%.
Con esa distribución de los votos Cristina Kirchner se impuso en primera vuelta superando el 40% de los votos con una diferencia de más del 20% sobre la segunda.
Otra hubiera sido la historia sin la candidatura de Lavagna. La distancia entre Cristina y Lilita seguramente habría sido de menos del 20% obligando a llevar a cabo una segunda vuelta entre las dos candidaturas más votadas.
En ese caso todo el voto opositor podría haberse unificado llevando a la presidencia a Lilita Carrió.
Roberto Lavagna, apoyado financieramente por el presidente Néstor Kirchner, se convirtió en el instrumento del oficialismo kirchnerista.
En las elecciones legislativas de medio tiempo, la presencia de terceras fuerzas al dividir el voto opositor permite al oficialismo disimular su pérdida de votos y seguir presentándose como el partido más votado aunque con un menor porcentaje de sufragios.
Además, las terceras fuerzas suelen conformar pequeñas bancadas de legisladores supuestamente opositoras pero que en la práctica terminan siendo funcionales al oficialismo dando quórum cuando el gobierno necesita tratar leyes muy polémicas resistidas por la oposición real y aunque simulan sus diferencias con el Gobierno pronunciando encendidas críticas en la Cámara de Diputados, luego o votan a favor de los proyectos oficialistas, se abstienen o se ausentan en el momento previo a la votación en la Cámara.
Este suele ser, por ejemplo, el comportamiento reiterado de la diputada Graciela Caamaño al tratar leyes importantes para el Ejecutivo.
Las terceras fuerzas suelen surgir en escenarios políticos fuertemente polarizados e ideologizados como el argentino donde suelen presentarse con un discurso conciliador y moderado supuestamente destinado a “superar la grieta”.
Por lo general, suelen estar conformadas por una decena de figuras políticas conocidas por la opinión pública, sin segundas líneas, equipos técnicos o de campaña, tampoco disponen de suficientes cuadros políticos experimentados. Son dirigentes que se rodean tan solo de un reducido núcleo de amigos o familiares incondicionales.
Como son generosamente financiados desde el gobierno, disponen de abundantes recursos económicos que vuelcan a alquilar lujosas oficinas en puntos importantes, muy visibles de las grandes ciudades, cuentan con abundante material de propaganda con costoso diseño gráfico y generoso merchandising (remeras, gorras, banderas, globos, etc.), fotografías de alta calidad de los candidatos, entre otros elementos de apoyo.
Al otro día de los comicios cierran sus locales y oficinas y desaparecen por los siguientes dieciocho mese cuando, como la cigarra, salen de la tierra para reiniciar el ciclo electoral.
Al carecer de suficientes militantes en su espacio recurren a personal rentado para mostrar presencia callejera con puestos de distribución de propaganda gráfica en la vía pública y atender las redes sociales.
Los organizadores de estas terceras fuerzas suelen ser dirigentes sin territorio, que alguna vez controlaron municipios o provincias, incluso fueron ministros o exsecretarios de Estado pero que hoy, están desprestigiados en su distrito y no lograrían ser elegidos concejales si encabezaran una lista vecinalista.
Con el apoyo del gobierno o incentivando financieramente a los medios se convierten en invitados frecuentes de los programas políticos e informativos de mayor audiencia en la radio y la televisión donde exhiben un discurso bien articulado lleno de propuestas de lo que se debe hacer, claro que sin decir como es posible materializar sus propuestas.
Es sobreexposición mediática suele hacerlos muy conocidos pero no siempre tiene un correlato en los votos.
Al realizar apariciones políticas esporádicas, suelen carecer de una estructura partidaria bien desarrollada y con inserción barrial. Para suplir esta carencia se ven obligados a recurrir a los “ronin” de la política argentina. Punteros barriales, vestidos de dirigentes vecinalistas que, sin partido ni ideología muy definida, cambian su alineamiento político de elección en elección según quien “contrata” sus servicios.
Estos punteros suelen operar especialmente en la provincia de Buenos Aires, son miembros de familias numerosas concentradas en ciertos barrios o municipios pequeños. Son quienes se encargan abrir locales partidarios, distribuir propaganda, organizar las listas locales, reclutar y organizar a los fiscales y llevarles refrigerios el día de la votación, organizar la concurrencia de los votantes a los centros electorales, distribuir recompensas monetarias y materiales.
Los candidatos de la tercera vía por lo general tampoco disponen de un partido político con personería nacional y no les interesa crearlo debido a que mantenerlo en períodos no electorales tiene altos costos y demanda agotadoras tareas de militancia, organización y negociación política que no están dispuestos a asumir.
Recordemos que estos candidatos suelen ser “políticos de tertulia” buenos para tejer acuerdos de cúpula pero sin lazos con las bases. Suelen ser exfuncionarios para quienes la política consiste en asistir a los programas televisivos, reunirse con amigos en interminables almuerzos de “rosca política”, conseguir clientes para su estudio jurídico o brindar consultoría financieras y una vez cada tanto dar una charla en el local de algún Rotary Club, la Fundación Konrad Adenauer, el Club del Progreso u otro ámbito similar.
Por lo tanto, suplen la carencia de partido alquilando el sello electoral de algún ignoto dirigente político que se las ingenia para mantener una suerte de “cascarón vacío”, sin demasiada estructura ni militancia que en cada elección patrocina o participa de alguna alianza electoral al solo efecto de cumplir con las exigencias de la ley de partidos políticos, cobrar los aportes que paga el Estado por los votos recibidos y si tienen suerte obtener un inesperado cargo electivo.
En ocasión de elecciones presidenciales estos políticos a tiempo parcial suelen engañar al electorado por que careciendo de un partido con personería nacional, solo presentan candidatura en un puñado de grandes distritos electorales y saben que con esa limitación nunca podrán competir con posibilidades contra los partidos tradicionales consolidados en todo el país.
FLORENCIO, EL DUEÑO DEL BALNERARIO
En las futuras elecciones legislativas de medio término, en noviembre de 2021, el típico político que intenta venderle al electorado la posibilidad de una candidatura de “tercera vía” que rompa la polarización entre el Frente de Todos y Juntos por el Cambio es el exministro del interior Aníbal Florencio Randazzo.
A Randazzo en el kirchnerista Instituto Patria lo denominan “el dueño del balneario” porque solo aparece en el escenario político en temporada electoral.
Después de haber sido ministro de Cristina Kirchner durante ocho años y haber competido en las elecciones parlamentarias de 2017 con Alberto Fernández como jefe de campaña, Randazzo pretende convencer al electorado de que no es kirchnerista o al menos es un kirchnerista más moderado, eficiente y democrático. Es decir, una suerte de “unicornio” de la política populista.
Su intención es encabezar la lista de diputados nacionales en la provincia de Buenos Aires en alianza con otros políticos de tercera vía demasiado desacreditados por sus compromisos con el kirchnerismo en los últimos dos años, entre ellos están los eternos nombres y caras del duhaldismo residual: el circunspecto Roberto Lavagna, la presidenta del minúsculo partido Tercera Posición, la diputada Graciela Caamaño y su segundo Martín Jofre, el salteño ahora radicado en San Isidro, Juan Manuel Urtubey, el ex intendente de general Pueyrredón Gustavo Pulti, el diputado Eduardo “Bali” Bucca y Florencia Casamiquela.
Instalado en costosas oficinas de Puerto Madero (que seguramente le ha prestado un amigo) Florencio Randazzo busca sumar apoyos y aportes del más variado espectro político: los piqueteros Humberto Tumini y Jorge “Huevo” Ceballos del Partido Libres del Sur (que incluye al sector liderado por Silvia Saravia del Movimiento Barrios de Pie como brazo social y de movilización) y a diversos dirigentes vecinalistas (los “ronin” que mencionamos antes), entre otros, para conformar una alianza de izquierda..
En el contexto actual, la candidatura de Florencio Randazzo es sin lugar a duda funcional al kirchnerismo. Le permitirá retener el voto de los sectores que se sienten defraudados por el gobierno de Axel Kicillof en la provincia de Buenos Aires, el mal manejo de la pandemia, la falta de vacunas y camas de terapia intensiva y la crisis económica, evitando que migren hacia Juntos por el Cambio y creando así la sensación de que el Frente de Todos sigue siendo la fuerza mayoritaria en la provincia.
Además de proporcionarle llegado el caso, al gobierno el oportuno voto de diputados “independientes”.
Aunque tal como se presentan las encuestas y la evolución de la situación política en el país posiblemente ni siquiera esto logre conseguir la candidatura de “el dueño del balneario”.