El nuevo presidente estadounidense Joe Biden busca por todos los medios diferenciarse de su predecesor el republicano Donald Trump y en se afán termina por complicarse abriendo frentes innecesarios e incurriendo en el mismo tipo de declaraciones conflictivas que caracterizaron al magante inmobiliario durante su Administración.
Donald Trump nunca pudo superar totalmente las sospechas de mantener, a través de asesores cercanos e incluso familiares, canales informales de comunicación con el gobierno ruso. Algo que es una anatema para un político estadounidense y mucho más si es un presidente.
Aprovechando la difusión del informe elaborado por Barry A. Zulaf, el “ombudsman analítico” de la Oficina del Director de Inteligencia Nacional, sobre las interferencias extranjeras en las elecciones presidenciales del 2020, el presidente Biden intentó tomar distancia de Rusia e incrementar su censura sobre el presidente Putin pero terminó originando un incidente diplomático con el Kremlin.
En una extensa entrevista (la de mayor duración desde que asumió su cargo) que concedió a programa de la cadena ABC News, “Good Morning America”, conducido por el popular periodista George Stephanopoulos, el pasado lunes, el presidente se vio sorprendido por el periodista, cuando con relación al envenenamiento del dirigente opositor ruso Alexei Navalny, al preguntarle si creía que Putin era “un asesino”.
El presidente de 78 años, luego de reflexionar por un segundo respondió algo dubitativo “Mmmm…sí, lo pienso”.
Durante la campaña electoral, Biden había despertado dudas sobre su capacidad de responder con rapidez y precisión por sus aparente lagunas mentales o la lentitud para reaccionar en ciertos momentos de tensión y en esta ocasión pareció suceder precisamente una situación así.
Los presidentes democráticos no suelen referirse en forma agresiva o despectiva hacia otros mandatarios con quienes luego deben negociar y reunirse en cumbres internacionales. Este tipo de lenguaje suele estar reservado para uso exclusivo de los dictadores populistas como Nicolás Maduro o Fidel Castro en su tiempo que no dudaban en insultar a los jefes de Estado que los censuraban por sus restricciones a las libertades individuales o las violaciones a los derechos humanos.
Si Donald Trump hubiera calificado de asesino al presidente chino XI Jinping, por ejemplo, la prensa lo hubiera crucificado pero, tratándose del sufrido Joe Biden, un presidente demócrata y progresista, el periodismo se escudó en la tradición de los “cien días de luna de miel” otorgados a un nuevo presidente que asume el cargo para dejar pasar el tema sin mayores cuestionamientos.
A quienes no les agradó demasiado el lapsus presidencial fue a los rusos. El Kremlin reaccionó llamando a consultas al embajador estadounidense en Moscú y retiraron a su representante en Washington, Anatoli Antonov.
Por su parte, Vladimir Putin pareció controlar su enfado por el insultó y respondió irónicamente recomendando a Biden “mantenerse saludable. Le deseo buena salud”, en una elíptica referencia a que el presidente estadounidense podría no estar en pleno uso de sus capacidades intelectuales y que él lo sabía. Completó la respuesta con un desafío a su homólogo estadounidense, retándolo a una conversación “franca y abierta” pero “online, en vivo” y lo antes posible.
Luego en una video conferencia con residentes y representantes de la península de Crimea, en el séptimo aniversario de su anexión a la Federación de Rusia se refiriéndose al tema precisó: “Nosotros, aunque ellos piensen que somos iguales, no lo somos. Somos diferentes, tenemos un código genético, cultural y moral diferente. Pero sabemos defender nuestros propios intereses. Y vamos a trabajar con ellos, pero en aquellas áreas que nos interesan. Y en condiciones que consideramos beneficiosas. Y tendrán que tenerlo en cuentas”.
Algunos analistas internacionales, como el mexicano Raúl Tortolero, consideran que el duro calificativo aplicado a Putin por Biden en realidad responde un plan geopolítico destinado a, por un lado, diferenciarse de Trump y, por el otro, unificar a la opinión pública en apoyo de su Administración frente al incremento de tensiones con un rival internacional.
Sin Donald Trump fue cuestionado por sus vínculos con Rusia, el presidente Biden debería ser sospechado por algunas relaciones no muy claras con respecto a China. En 2018, su hijo Hunter Biden fue investigado por la fiscalía del Estado de Delawere por sus negocios en China. En especial, por haber recibido un costoso “regalo” de parte del magnate chino Ye Jianming. El “presente” recibido por Hunter fue un diamante de 2,8 quilates valorado en U$S 80.000.- dólares.
También la embajadora designada por Biden como representante estadounidense en Naciones Unidas, la afroamericana Linda Thomas Greenfield fue cuestionada en el Congreso estadounidense durante sus audiencias de confirmación por haber recibido dinero del gobierno chino como pago por una conferencia pronunciada en 2019 para el Instituto Confucio de la Universidad Estatal de Savannah.
Es quizá por ello que Joe Biden ha elegido confrontar con Rusia mientras parece pasar por alto que China presenta el mayor reto a la hegemonía global de los Estados Unidos.
Es que el presidente Biden necesita unificar su frente interno. En medio de una pandemia mundial, con una economía en recesión y la deuda externa casi duplicada de los 2,5 billones de dólares a 4,59 billones (datos de 2019) y la población profundamente dividida y enfrentada ideológicamente, tras unas elecciones sospechadas de fraudulentas, donde 75 millones de americanos no votaron por él, el presidente necesita de una causa nacional y una causa externa para cerrar la herida.
Sin embargo, el verdadero rival por la hegemonía mundial que enfrentan los Estados Unidos en China y Rusia, así lo reflejan los principales indicadores.
El gigante asiático es, desde 2020, el principal socio comercial de la Unión Europea, superando a los Estados Unidos, con un intercambio de 586.000 millones de euros, contra 555.000 millones.
Además, India, Japón y Australia, países que intentaban frenar el expansionismo chino ahora tienen como principal socio comercial a China.
El intercambio comercial chino – indio ascendió en 2020 a 77.700 millones de dólares, ante solo 75.900 millones de los Estados Unidos con India.
China es también el mayor socio comercial de Japón y su más grande mercado. China representa el 20% del comercio total de Japón.
Según el Banco Mundial, en 2018, las importaciones japonesas de productos chinos ascendieron a U$S 173.612 millones de dólares. Las importaciones de Japón desde los Estados Unidos sumaron menos de la mitad: U$S 83.571 millones de dólares. Japón exportó a China un valor de U$S 155.053 millones de dólares y a los Estados Unidos U$S 140.664 millones.
Por otro lado, China es también el principal socio comercial de los Estados Unidos, superando a Canadá y México.
El intercambio de China con los Estados Unidos, en 2020, ascendió a U$S 560.097 millones de dólares y con México a solo U$S 538.066 millones de dólares.
Pero, Biden en lugar de rivalizar con los chinos prefiere confrontar con el Kremlin. Estados Unidos sancionó a comienzos de marzo a siete altos dirigentes rusos como represalia por el envenenamiento de Navalny. El miércoles 17 de marzo , el respuesta de los que calificó como “empleo de armas químicas”, la secretaría de Comercio de los Estados Unidos anunció que expandía las restricciones para la exportación de productos sensibles hacia Rusia, sin dar mayores detalles.
Por lo tanto, todo parece indicar que para el presidente Biden los intereses de los Estados Unidos en esta etapas residen en confrontar con Rusia y mantener una tácita asociación comercial con China. Deberemos esperar un tiempo para saber cuales son los resultados de la estrategia elegida por el presidente americano.