El próximo lunes 22 de febrero Argelia conmemorará un penoso aniversario. El movimiento de resistencia civil conocido como “Hirak” cumplirá dos años de protestas antigubernamentales semanales ininterrumpidas. El malestar en las calles no se detenido ni con la renuncia del anciano y enfermo presidente Abdelaziz Bouteflika, las elecciones amañadas de diciembre de 2019 que consagraron como presidente a su exministro Abdelmejid Tebboune, la represión y encarcelamiento de militantes y periodistas independientes o las restricciones a los desplazamientos impuestas por la pandemia del coronavirus Covid 19. Porque los argelinos “no creen demasiado en las promesas de reformas escenificadas por los mismos actores que dirigen el país desde sesenta años”, tal como afirma el think thank estadounidenses Middle East Institute de Washington.
Las protestas se iniciaron el 22 de febrero de 2019, en Kherrata, al este de Argel, antes de extenderse como reguero de pólvora por todo el país. El detonante fue el anuncio de que el presidente Bouteflika, confinado a una silla de ruedas por un accidente cerebro vascular desde 2013 y con limitadas capacidades de habla, de presentarse con sus ochenta años como candidato a un quinto período presidencial consecutivo.
Pero, las causas del descontento popular iban mucho más allá de la reelección del anciano presidente y radicaban en el agotamiento de un régimen sociopolítico que condena a la masa de su población a vivir en la pobreza sin esperanzas de mejorar su situación.
En Argelia, país con una población de cuarenta y cuatro millones de habitantes que tienen una edad promedio de 29 años, el poder esta en las manos del mismo núcleo de dirigentes que tras casi una década de lucha anticolonialista forjaron la independencia nacional de los franceses en 1962.
Los luchadores del FLN fueron también quienes desde un primer momento, en plena Guerra Fría, repudiaron la democracia e instauraron un régimen policial y autoritario de partido único bajo la inspiración soviética.
Esta suerte de “nomenclatura” argelina al mismo tiempo baso el desarrollo del país en la explotación intensiva de sus grandes recursos en hidrocarburos. Es así como actualmente el petróleo y el gas proporcionan el 60% del presupuesto estatal y el 95% de los ingresos totales por exportaciones, ay que la economía de Argelia depende de estas dos materias primas sin apenas tejido industrial y con una agricultura precaria que no alcanza a cubrir las necesidades de su propia población.
Pero, al igual que ocurre en la Venezuela chavista, ni la industria petrolera parece funcionar. El gobierno argelino trata de mantener niveles normales de suministro de petróleo y gas debido a una creciente demanda interna, mientras que la falta de inversión en exploración e infraestructura no permite la reposición de reservas. Esto deja cada vez menores saldos exportables.
Según Ecofin, en 2020, el volumen de las exportaciones combinadas de petróleo y gas alcanzo los 82,2 millones de toneladas, valoradas en U$S 20.000 millones de dólares. Esta cifra representa una disminución del 40% y 11% respectivamente en comparación con 2019. El descenso fue aún más pronunciado en 2020 debido a la recesión mundial impuesta por la pandemia.
Cabe mencionar que incluso la reciente mejora del barril de Brenta a U$S 64 dólares continúa siendo insuficiente para mejorar la economía del país. Argelia necesita para equilibrar su presupuesto que el precio del barril se sitúe en el orden de los U$S 130.
Al mismo tiempo, mientras que la dirigencia de los países petroleros buscan estrategias de desarrollo que reduzcan su dependencia de las exportaciones de hidrocarburos en un mundo que lenta pero indefectiblemente gira hacia el mayor empleo de energías limpias y renovables, la oligarquía militar sin ideas y contacto con la realidad permanece indiferente a todos cambio o innovación.
Además, las industrias extractivas tienen el inconveniente de que generan escasos puestos de trabajo por lo cual Argelia presenta altos niveles de desempleo estructural. Pero esta no es el único problema que debe enfrentar la sociedad argelina. El país tiene el peor sistema sanitario del Norte de África y sus escasas rutas están en estado calamitoso, la gran mayoría de la población carece de agua potable y cloacas, pero Argelia tiene el mayor gasto militar del continente y es la nación que más dinero gasta en armamentos.
Es por estos motivos que el Hirak trata de democratizar Argelia y apartar del poder a una camarilla gerontocrática que se resiste a dejar sus cargos y privilegios a las nuevas generaciones.
El presidente Abdelmajid Tebboune tiene 75 años, el presidente del Senado -primero en la sucesión presidencial en caso de acefalía- Salah Gudjil tiene 89, el jefe de Estado Mayor del Ejército, el general Saïd Chengrinha tiene 75, el presidente de la Autoridad Nacional Independiente de las Elecciones, Mohamed Charfie 74, y ningún ministro del gabinete presidencial tiene menos de 65 años.
Si bien las movilizaciones nunca cesaron totalmente mermaron considerablemente en frecuencia y cantidad de asistentes por la restricciones a los traslados y reuniones impuestas por las autoridades con la excusa de la pandemia, pero han recrudecido considerablemente en los últimos meses reclamando la liberación de los presos políticos y un recambio de los elencos de gobierno coreando consignas tales como: “Un estado civil, no un estado militar” o “La banda debe irse”.
Acorralado por la presión de la gente en las calles y los problemas de la economía, el presidente Tebboune tomó medidas de emergencia buscando distender la situación.
El pasado 17 de febrero disolvió la Asamblea Nacional Popular, el parlamento argelino y anunció la realización de elecciones legislativas antes de fin de año, un cambio de los integrantes del gabinete ministerial y una liberación de los activistas de la Hirak presos.
Tebboune anunció la liberación de sesenta de los setenta activistas encarcelados según el Comité Nacional de Liberación de Detenidos, pero, finalmente solo recobraron la libertad treinta y tres personas que cumplían condenas firmes. Sobre los detenidos bajo proceso el presidente carece de facultades para indultarlos hasta tanto no finalice el accionar de la justicia.
Esta tibie liberación de disidentes presos no ha conformado a nadie. Ni a los activistas de la Hirak que demandan la libertad de todos sus compañeros ni a los integrantes de las fuerzas de seguridad y militar que deben contener en las calles el descontento de la población.
Tampoco el resto de las medidas cosméticas que el presidente Tebboune ha anunciado para ganar tiempo y calmar los ánimos han dejado conformes a los manifestantes. Incluso las maniobras de distracción de la opinión pública y de unificación del frente interna ante una amenaza externa han dado resultado.
Los argelinos se han mostrado escépticos sobre las versiones un aumento de las tensiones con Marruecos por el Sáhara, uno de los tradicionales embustes a que recurre Argel cuando enfrenta problemas internos.
Los manifestantes en las calles no se conforman con un cambio de caras dentro del elenco gobernante sino que pretenden una transformación profunda y real del régimen, una ampliación de las libertades individuales y un cambio de las reglas de juego políticas para posibilitar que Argelia se transforme en una auténtica democracia (algo que el país norafricano no ha sido nunca) y, en especial, abrir los cargos políticos a la generación de los profesionales y estudiantes universitarios subcuarenta.
Por esos motivos, los observadores estiman que el cumplimiento de un nuevo aniversario del comienzo de las protestas el próximo lunes se celebrará con movilizaciones aun más masivas en Argel y otras grandes ciudades.