_ Pienso que la pregunta para usted, señor presidente, es: ¿cree que la suerte está de su parte?
Lo miré y sonreí.
_ ¿Dónde estamos, Phil?
Phil vaciló dudando de si era una pregunta capciosa.
_ ¿En el despacho Oval?
_ ¿Y cómo me llamo?
_ Barack Obama.
Sonreí
_ Barack Hussein Obama. Y estoy aquí contigo en el despacho Oval. Hermano yo siempre creo que la suerte está de mi parte.
Barack Obama
Una tierra prometida. (P. 494)
De las memorias y sus autores
Desde hace un siglo existe un saludable hábito en los Estados Unidos. Al término de su mandato los presidentes publican sus memorias. Esta costumbre genera para ellos importantes ingresos económicos y la oportunidad de defender ante la opinión pública el legado de su gobierno. Al mismo tiempo sus textos son una fuente bibliográfica para los historiadores posteriores.
En esta forma, las memorias presidenciales se han convertido en éxitos editoriales y motivo de debates políticos por lo cual muchos importantes funcionarios (secretarios de Estado, comandantes militares, embajadores, etc.) estadounidenses también publicaron sus memorias (entre ellos figuran Henry Kissinger, Alexander Haig, Norman Shwarkoff, Donald Rumsfeld, Hilary Clinton, etc.)
El problema de emplear las memorias de los estadistas como fuente historiográfica es la tendencia de los autores a justificar sus actos y decisiones distorsionando u ocultando los hechos.
Es cierto que con respecto a muchos sucesos el público tiene cierta creencia e incluso la prensa errónea o maliciosamente atribuye decisiones a personas o circunstancias totalmente ajenas al suceso en cuestión.
Además, sin caer en teorías conspiratorias, lo cierto es que en la mayoría de los hechos históricos hay ocultas otras razones o explicaciones que difícilmente se harán públicas alguna vez. La historia suele ser escrita por los vencedores en las contiendas bélicas o las luchas electorales y políticas. En muchas decisiones inciden en forma determinada los intereses personales, los antagonismos y favoritismos personales y hasta los errores involuntarios que producen resultados que son interpretados por la posteridad como intuiciones geniales o perversas maquinaciones según los casos.
En muchas ocasiones los estadistas, al narrar algunos acontecimientos, deben ocultar, omitir o distorsionar el relato de los acontecimientos para no afectar los intereses de su país, para no perjudicar a personas aún vivas, a sus descendientes o al recuerdo que la Historia tiene de ellas, en otros casos mienten por mero cálculo político para adjudicarse méritos que no tienen.
En muchos libros de memorias, el autor aprovecha la ocasión para reconocer a estrechos y fieles colaboradores destacando sus méritos, adjudicándoles los aportes y oportunos consejos. También brindan la ocasión para sutiles venganzas con los rivales, para tomar distancia de algunos personajes (ocasionales aliados, colaboradores y hasta amigos) que posteriormente cayeron en descrédito, cometieron graves errores o fueron ingratos con el autor.
Por lo tanto, las memorias son a la vez un género literario y un tipo de fuente historiográfica que tanto el lector como el investigador debe tomar con mucho cuidado porque sus datos suelen estar considerablemente distorsionadas por los factores anteriores.
Así como por el hecho de que ningún estadista o político de alto perfil escriben sus propios discursos, sino que delegan esa tarea a especialistas. Incluso algunos políticos que simulan improvisar (como tanto les gusta a los gobernantes populistas) suelen preparar y estudiar sus alocuciones previamente.
Del mismo modo, ningún estadista escribe el mismo sus memorias. Eva Perón no escribió “La razón de mi vida”, sino el periodista español Manuel Penella da Silva y luego retocaron el texto Juan D. Perón y su ministro de Educación Raúl Mendé. Tampoco Winston Churchill escribió el mismo algunos de los libros que le permitieron obtener el Premio Nobel de Literatura en 1953, en especial “The Word Crisis” o “The Second Word War”.
Debido a sus muchas obligaciones, Churchill dictaba sus notas a una secretaria que luego las pasaba a máquina corrigiendo la redacción y un equipo de investigadores históricos verificaba y justaba los datos, agregaba esquemas, gráficos, mapas o algún documento que complementaba y mejoraba el relato original. Aunque las ideas centrales, las anécdotas y las conclusiones eran siempre de Churchill.
Finalmente, Churchill trabaja ajustando y puliendo la redacción final del texto que se publicaba.
Otros políticos, que carecen del talento literario o la vocación de escritor o periodista, que afortunadamente tuvo el estadista británico, se limitan a grabar sus memorias o a responder un largo cuestionario ideado por un escritor profesional –ghost writer– la elaboración total del texto. No sorprendería descubrir que algunos de ellos ni siquiera hayan leído completo antes de su publicación.
Pese a su vocación como profesor y escritor, cuesta imaginar que Henry Kissinger encontrara el tiempo suficiente para corregir la redacción de las tres mil páginas de sus dos gigantescos tomos de memorias, debido a otras múltiples ocupaciones. am
Al menos Barack Obama es honesto al reconocer a los miembros del equipo de redacción en los agradecimientos.
Una tierra prometida
Esta parte de las memorias del expresidente Barack Obama llegó en plena pandemia del coronavirus y de las elecciones presidenciales de 2020 y en su versión en castellano, publicada por Editorial Debate tiene 926 páginas totales de las cuáles 847 corresponden al texto y las restantes están destinadas a agradecimientos y referencias. Además, el libro incluye dos anexos fotográficos en color de muy buena calidad.
El texto está divido en 27 capítulos que abarcan desde sus años de estudiante secundario hasta la “Operación Lanza de Neptuno” que, el 2 de mayo de 2011, culminó con el asesinato del terrorista Osama bin Laden, líder de la red Al Qaeda y responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001.
En 2008 Brack Obama era un político sui géneris: cosmopolita, intelectualmente bien preparado, profesionalmente educado en la misma Ivy League donde se formaron algunos de sus predecesores. Egresó de la carrera de Ciencias Políticas en la Universidad de Columbia y culminó la de Derecho en Harvard donde fue el primer afroamericano en dirigir la Law Review, iniciando así su popularidad.
Obama pertenece a la minoría afroamericana, pero sin el pasado esclavista de sus pares (en este sentido, aunque miembro formal de esta minoría también responde a la condición de mulato), con un discurso moderado, aunque propio de un político progresista que no respondía al acartonamiento del establishment estadounidense. Por lo que los estadounidenses vieron en su presidente 44° a un dirigente con un discurso conciliador y articulado que abría una nueva etapa en la política de su país.
A lo largo de todo el libro Obama dedica muchos párrafos a destacar los costos humanos y familiares que paga un político por los cargos que desempeña y de cómo ve afectada su vida personal por los cuestionamientos injustos de la oposición y la prensa independiente, las restricciones a sus desplazamientos y actividades por razones de seguridad y los efectos de la notoriedad que adquiere.
A las lamentaciones del expresidente podríamos contestarle con una célebre frase de otro exmandatario demócrata Harry Truman: “Quien no resista el calor, que no entre en la cocina”.
Otro tema reiterativo en el texto son los reconocimientos y agradecimientos destinados a su madre la antropóloga Ana Duham, de quien destaca su “libertad intelectual”, su abuela “Toot” y su esposa Michelle. A esta última, en especial, le agradece por los grandes sacrificios de ser la esposa de un político exitoso y la Primera Dama de los Estados Unidos.
A lo largo de todo el libro Obama insiste en el carisma de su esposa, en su indiferencia por la política y en su constante preocupación por mantener a sus hijas lo más cubiertas posibles de la exposición pública.
Ninguno de estos temas presenta mayor relevancia para el lector.
En “Una tierra prometida”, Barack Obama realiza muchas descripciones o referencias de personalidades que van desde rivales políticos, colaboradores, altos funcionarios y estadistas extranjeros y en todos los casos aprovecha para dejar su opinión (en la mayoría de los casos crítica) sobre ellos.
En general, es tan importante lo que dice de algunas personas como lo que no dice. Por ejemplo, hay escasas referencia a Bill Clinton y ninguna a legado de su administración. De Hillary Clinton reconoce algunos méritos, como su alto perfil internacional, pero minimiza su rol como secretaria de Estado y en los procesos de toma de decisión de su gobierno.
Muy oportunamente, Obama termina su libro antes de la fecha del ataque al consulado estadounidense en Bengasi el 11 de septiembre de 2012, en que fallecieron cuatro estadounidenses, entre ellos el embajador Christopher Stevens. Hillary Clinton ha sido especialmente cuestionada por su manejo de la crisis en Libia. En esta forma, el expresidente no se ve obligado a explicar demasiado que ocurrió en esa ocasión y quienes fueron responsables por el resultado.
Pocas son las personas que merecen la aprobación de Obama en el libro. Una de ellas en Nancy Pellosi, la congresista por el estado de California que fue y es presidenta de la Cámara de Representantes, el fallecido senador Ted Kennedy y la canciller alemana Angela Merkel y el expresidente Dmitri Medvedev.
El autor es especialmente crítico con el presidente ruso Vladimir Putin a quien considera un auténtico dictador. Despectivo e irónico se burla del presidente francés Nicolás Sarkozy, de quien no duda en decir que usa zapatos con elevador para parecer más alto y decir que parece “un personaje de Toulouse – Lautrec” (p.403). Recordemos que el célebre pintor francés retrataba bailarinas, prostitutas y rufianes…
También no duda en menospreciar al presidente Hu Jintao por teñirse las canas, al primer ministro de Dinamarca Lars Lokke Rasmussen al que crítica su peinado diciendo “tenía el pelo rubio apelmazado, como si acabase de salir de una pelea de lucha libre” (P.619).
Es particularmente duro con las monarquías del Golfo Pérsico y los dictadores de Medio Oriente que viven en el lujo y ostentación, en tanto mantienen a sus pueblos en la pobreza.
Obama centra el relato en los temas que resolvió exitosamente durante su presidencia y obviando los que constituyeron fracasos. Entonces relata detenidamente sus campañas electorales, los planes para enfrentar la denominada “crisis de las hipotecas subprime” en 2008; los avances en la lucha contra el cambio climático, la guerra en Irak y Afganistán, la reforma sanitaria, las cumbres del G-8 y G-20, etc.
No hay mayores referencias a América Latina tan sólo leves menciones a su gira por la región el 2011, en que recorrió Brasil, Uruguay y Chile, y a Brasil por su participación entre los BRICS. Es el único país especialmente nombrado. Los únicos mandatarios latinoamericanos mencionados son los brasileños Luis Inacio “Lula” da Silva y Dilma Rousseff y el chileno Sebastián Pineda.
No hay ninguna mención a las marchas de inmigrantes, a régimen bolivariano en Venezuela o a los líderes populistas como Hugo Chávez, Rafael Correa, Evo Morales, José Mujica o Néstor Kirchner. Lo cual indica el escaso interés que para la Administración Obama tenía América Latina y el escaso peso de la región en la política internacional.
Como hemos dicho, no hay referencias a la Argentina o a Cristina Fernández de Kirchner que gobernó el país por esos años. La única frase vinculada con Argentina es la siguiente: “…los políticos estadounidenses no consideraban que la muerte de camboyanos, argentinos o ugandeses fuera relevante para nuestros intereses…” (P. 790)
Por momentos, el relato tan pormenorizado de los inconvenientes para lograr aprobar una ley o convencer a un líder extranjero de apoyar los intereses y la visión estadounidense sobre un tema en particular se hace tedioso y aburrido.
El relato se hace más dinámico cuando describe la “Primavera Árabe” y la participación estadounidense en el derrocamiento del dictador egipcio Hosni Mubarak y el libio Muammar Gadafi y los intentos contra el sirio Bashar al-Ásad. Especialmente, los argumentos de Obama sobre la necesidad de democratizar y estabilizar el Norte de África.
Por supuesto, que Obama se cuida mucho de decir que desde su intervención en esa región, Libia vive una cruenta guerra civil que mantiene al país dividido con dos gobiernos. En Trípoli el Gobierno de Salvación Nacional y en Tobruk las fuerzas del mariscal Jalifa Haftar.
Egipto tras la salida de Hosni Mubarak hubo elecciones donde resultó elegido el candidato de los Hermanos Musulmanes el islamista Mohamed Morsi quien asumió el cargo el 30 de junio de 2012 quien un año más tarde fue derrocado por los militares que llevaron a cabo una dura represión contra los islamistas. Finalmente, el general Abdelfatah Al-Sisi, electo presidente en 2014, instaurando un régimen tan dictatorial y represivo como el de Mubarak.
En Siria, la intervención de los Estados Unidos y sus aliados provocó una cruenta guerra civil de diez años. Solo Bashar al-Ásad permaneció en el poder gracias a los mercenarios rusos del Grupo Wagner y al apoyo de Vladimir Putin.
Es cierto que los Estados Unidos no fueron los únicos responsables de la desestabilización de parte del África del Norte y Medio Oriente, pero hicieron su contribución al caos.
El último capítulo del libro de Obama consiste en el relato de la “Operación Lanza de Neptuno” nombre clave para la ejecución de Osama bin Laden. Si el lector espera encontrar allí un relato de la misma es mejor que consulte Wikipedia donde encontrará una mejor explicación y mayores detalles. Porque el expresidente Barack Obama no aporta ningún dato nuevo, salvo la confirmación de que desde un primer momento los Estados Unidos iban a arrojar los restos del líder de Al Qaeda al mar para evitar que el lugar de su entierro de convirtiera en un “lugar santo” de culto y peregrinación. Lo cual contradice la versión de que todos los países musulmanes se opusieron a recibir sus restos mortales.
“Una tierra prometida” es tan solo la primera parte de las memorias de Barack Obama debemos esperar un segundo libro en que el autor seguramente hablará de su segundo mandato y de la campaña presidencial en que Donald Trump se impuso a Hillary Clinton.
Recomendación Final: un libro solo para personas muy motivadas o interesadas en conocer la opinión de Obama sobre los políticos estadounidenses y algunos líderes mundiales y con tiempo libre para leer unas novecientas páginas de gene