En algunas ocasiones a los hombres les cuesta reconocer la fuente de sus males. En tiempos del Imperio Zarista, por ejemplo, cuando el pueblo ruso sufría abusos de los funcionarios se consolaba diciendo: “Si el padrecito Zar supiera lo que roban sus ministros los castigaría severamente.” Olvidando que era precisamente el Zar quien los había nombrado ministros y les permitía cometer sus tropelías.
Más tarde, al transformarse luego Rusia en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, el pueblo padeció la “guerra al Kulak”, la hambruna en Ucrania y el terror estalinista.
Cuando Stalin comenzó a purgar a sus enemigos reales o imaginarios en el Partido Comunista de la URSS, los viejos bolcheviques, que creían en la infalibilidad del Partido, cuando eran recluidos en oscuras mazmorras de la NKVD, la policía secreta estalinista, a la espera de un disparo en la nuca o un condena de por vida en los campos del Gulag, se consolaban pensando algo similar. “Si el camarada Stalin error que cometen conmigo -se decían en medio del terror y la angustia- me liberaría inmediatamente y encarcelaría a los responsables de esta injusticia.”
Incluso algunos de estos infortunados escribieron largas cartas apelando al Camarada Stalin, denunciando su situación y señalando sus muchos servicios al Partido y a la Revolución.
Los infortunados bolcheviques que eran “purgados” ignoraban que era precisamente el “camarada Stalin” quien firmaba, luego de revisarlas detenidamente, cada una de las listas de personas a ser ejecutadas o encarceladas como “enemigos del pueblo”.
Una ceguera similar afecta a muchos militantes peronistas con respecto a los crímenes de la Triple A. Los peronistas no dudan en responsabilizar exclusivamente al “brujo” José López Rega por los crímenes de la Triple A. Como si, estando vivo y en uso pleno de sus facultades el presidente Juan D. Perón, un simple cabo retirado de la Policía Federal con inclinaciones esotéricas fuera capaz de organizar un grupo parapolicial.
El ministro de Bienestar Social designado por Perón fue capaz de crear una banda terrorista de tal envergadura que podía asesinar en las calles de Buenos Aires a un diputado nacional (Rodolfo Ortega Peña), atentar contra un senador opositor (Hipólito Solari Yrigoyen), sacerdotes (como Carlos Mujica) e intelectuales (tales como Silvio Frondizi), además de muchos otros militantes políticos con total impunidad.
La ceguera de los peronistas los lleva a ignorar las reiteradas declaraciones del General en favor de crear un “somatén” (denominación catalana para los grupos parapoliciales) para enfrentar a las organizaciones que en la década de 1970 practicaban la lucha armada (especialmente los seudo peronistas de Montoneros).
También pasan por alto que el presidente Perón nunca condenó explícitamente los crímenes de la Triple A, ni ordenó una seria investigación de sus actividades.
Si la triple A pudo operar con impunidad fue gracias a la protección y apoyo que recibía por parte del general Perón. La prueba está en que fue desarticulada rápidamente al poco tiempo de su muerte.
Incluso Nicolás Maquiavelo, hace quinientos años se ocupó de la relación entre los ministros y el gobernante que los elige. En el Capítulo XXII “De los secretarios de los príncipes” de su libro “El Príncipe” señala Maquiavelo: “Uno de los puntos más importantes y que da medida de la prudencia de los príncipes es la elección de sus ministros. Es a favor de esto como se forma una primera opinión a propósito de él: cuando los ministros son hábiles y fieles, se le cree siempre prudente; cuando no lo son, esta primera elección hace siempre que se lo juzgue desfavorablemente.” […] “Cuando un príncipe sabe distinguir lo que es útil de lo que es perjudicial, puede, sin ser un hombre genial, juzgar la conducta de sus ministros y alabar o censurar de modo que éstos, perfectamente convencidos de que no pueden engañarle, le sirven con celo y fidelidad.”
Tanto Cristina Kirchner como Alberto Fernández deberían repasar a Maquiavelo (si es que alguna vez lo leyeron) porque El Florentino esta diciendo que un príncipe vale tanto como lo que valen sus funcionarios.
Por lo tanto, si los funcionarios no funcionan es responsabilidad del Presidente de la Nación y Cristina Kirchner como jefa de su movimiento lo que esta haciendo es reclamar públicamente la renuncia de quién los designó.
Lo curioso es que la vicepresidente y presidente del Senado de la Nación, que en un año nunca se refirió a la pandemia, al aumento de la pobreza, la crisis recesiva que afecta a la economía, el desempleo o la negociación con el FMI, ahora se desespera por señalar que el Presidente que ella misma eligió no funciona, tiene miedo, y no es capaz de solucionarle a ella y a sus hijos sus problemas judiciales.
Cristina Kirchner prácticamente demanda la renuncia del presidente porque este se niega a atropellar a la República, atentar contra la división de poderes y terminar con la independencia de la Corte Suprema de Justicia únicamente para asegurar su impunidad.
Mientras que, Alberto Fernández parece demorase en solucionar las causas judiciales de su Vicepresidenta menos por fidelidad a los principios republicanos que por su temor a que una vez eliminados estos obstáculos que limitan a Cristina Kirchner está se lance a la conquista plena de la presidencia descartando a su “delegado”.
Mientras Alberto Fernández y Cristina Kirchner libra su guerra de declaraciones el resto de los argentinos, indiferentes a las urgencias de sus gobernantes, tratan de sobrevivir a los problemas económicos, la pandemia y la inseguridad mientras buscan la manera de poner pan dulce y sidra en sus mesas navideñas.