En su discurso en el Salón Felipe Vallese de la CGT con motivo de la conmemoración del 75 aniversario del “Día de la Lealtad”, el presidente de la Nación Dr. Alberto Fernández realizó una interpretación muy curiosa y errónea de historia argentina.
Por ejemplo, “A esta Argentina derrumbada, la vamos a poner de pie nosotros. A esta Argentina enfermada, la vamos a curar nosotros. Y lo vamos a hacer como siempre lo hizo del peronismo, sin odio”, dijo el primer mandatario.
Parece ser que el Presidente ha olvida que el fundador de su movimiento Juan D. Perón acuño frases de un odio notable: “al enemigo ni justicia”, y que en su discurso de la Plaza de Mayo del 31 de agosto de 1955 señaló terminante: “Con nuestra tolerancia exagerada nos hemos ganado el derecho de reprimirlos violentamente. Y desde ya establecemos como una conducta permanente para nuestro Movimiento: aquel que en cualquier lugar intente alterar el orden en contra de las autoridades constituidas o en contra de la Ley o de la Constitución, ¡puede ser muerto por cualquier argentino!
“Esta conducta, que ha de seguir todo peronista, no solamente va dirigida contra los que ejecutan, sino también contra los que conspiran o inciten. Hemos de restablecer la tranquilidad entre el gobierno, sus instituciones y el pueblo, por la acción del gobierno, las instituciones y el pueblo mismo. La consigna para todo peronista esté aislado o dentro de una organización ¡es contestar a una acción violenta con otra más violenta! ¡Y cuando uno de los nuestros caiga, caerán cinco de los de ellos!”.
Solo la mala memoria del presidente Alberto Fernández puede pasar por alto este claro “discurso de odio” en las palabras del fundador del peronismo.
En otro momento de su discurso el presidente Fernández mencionó: “Hoy me decía Sergio Ziliotto, el gobernador de La Pampa, ‘Dios deber ser peronista, porque menos mal que el peronismo está gobernando la Argentina en este momento”.
Si Dios es peronista que le habrá parecido la quema de las iglesias porteñas en la noche del 16 de junio de 1955, después del salvaje bombardeo de la Plaza de Mayo por aviones rebeldes de la Fuerzas Aérea y la Aviación de Marina.
Recordemos que el primer blanco de los incendiarios peronistas fue la Curia Metropolitana. Los saqueadores robaron reliquias, volcaron los magníficos archivos de la época colonial y luego incendiaron las instalaciones después de rociarlas con nafta destruyendo una invaluable colección de 80.000 volúmenes.
En la Catedral destrozaron altares y confesionarios sin incendiar el templo. Después fue el turno del convento y la iglesia de San Francisco, que fueron totalmente destruidos por el fuego. Esa noche también sufrieron ataques San Ignacio, Santo Domingo, San Miguel, La Merced, San Nicolás, La Piedad, San Juan, el Socorro, San Nicolás, San Juan Bautista, la capilla de San Roque en la Capital Federal y las iglesias de Asunción, en Vicente López, y Jesús del Huerto, en Olivos.
Algunas iglesias sólo sufrieron parcialmente los efectos del fuego, pero todas fueron saqueadas y profanadas por los vándalos, que no dudaron en robar copones, candelabros y relicarios. Toda la noche continuaron los saqueos y destrozos. Mientras que grupos de fieles trataban consternados de salvar imágenes u objetos de culto, ante la ausencia de los bomberos y la policía. Durante estos hechos sacerdotes y feligreses fueron duramente castigados, pero no hubo ningún muerto.
El entonces presidente Juan D. Perón no tomó ninguna medida para determinar la identidad de los incendiarios ni para someterlos a la justicia. Perón –que por la mañana del 17 de junio había expulsado del país a los obispos Manuel Tato y Ramón Novoa por haber organizado la posesión de Corpus Cristi- fue excomulgado ese mismo día y se produjo una ola de repudio mundial por los actos de vandalismo y la destrucción de objetos artísticos y religiosos.
Después de esos sucesos, parece difícil que Dios se sintiera muy alagado de ser considerado peronista.
Por último, como puede el peronismo alegrarse de estar conduciendo al país en medio de la pandemia del covid 19 cuando después de una siete meses de un estéril aislamiento social que destruyó la economía del país, Argentina tiene cerca de un millón de infectados constatados, es el quinto país con mayor nivel de contagio entre los 189 de planeta y el séptimo en mayor cantidad de fallecidos cada cien mil habitantes. ¿Es posible conducir la lucha contra la pandemia de peor manera?
Qué lindo sería habitar en el país que ve Alberto Fernández, lastima que debamos vivir en la Argentina que gobierna el kirchnerismo.