Es imposible estar permanentemente contemplando cómo los llamados a dirigir la sociedad están en una pelea sin fin. Si alguno no cede la cosa puede terminar muy mal. Considerando las reglas del juego democrático no todo el mundo está en la misma posición, aunque no guste, y el respeto a la jerarquía institucional es importante.
La vocación por el ataque y la descalificación del adversario, teniéndole ocupado defendiéndose, es un desgaste estéril. Jalear la bronca de imbéciles. Esto influye en hacer olvidar a los ciudadanos que junto a sus muchos derechos tienen otros tantos deberes. Es convertir la política en una dialéctica circunscrita a colocar un argumentario de buenos contra malos. El paupérrimo valor de lo cuántico comunicacional (tantos PCRs, tantos millones para esto y para lo otro, tanto de tanto…). Olvidamos que al final del día lo que importa es el resultado de la gestión y eso se cifra en muertos, enfermos y sanos, parados o empleados, empresas cerradas o ERTES firmados, y el resultado es para cada ciudadano o ciudadana que está detrás del problema. Encontrar el camino de salida es indefectiblemente común. La cuestión va de resolver incertidumbres, fortalecerse frente a las vulnerabilidades. Ganar la batalla de las redes sociales es perder la batalla de este tiempo histórico que es lograr no hundirse en las arenas movedizas por las que estamos caminando. Igual hay que dejar de tener la razón de la próxima semana para conseguir la seguridad colectiva de la próxima década.
¡Urge empezar a ver la luz! La vacuna va a tardar y su posterior gestión va a ser complejísima. Entre tanto, solo la disciplina social nos va a permitir recorrer la senda sin pisarnos unos a otros. La disciplina social solo se consigue de dos maneras: con la utilización de la máxima coerción del Estado (China dixit) o con el ejemplificador orden y concierto institucional, más un total consenso en el grado de coerción a utilizar.
En un futuro muy próximo nuestros gobernantes, yo creo que ya se han dado cuenta, tienen que someter a profunda revisión la planta del Estado, la Organización de lo Público. Gobierno de la Nación, Administración General, Comunidades Autónomas y los Entes Locales también, todo. Si hay alguien que dice que ha funcionado y está funcionando bien, o nos quiere tomar el pelo o se ha puesto la mascarilla en los ojos. No solo el reparto competencial, como algunos se han predispuesto a decir en una crítica ideológica e injustificada del estado autonómico, hay que revisar las estructuras de gobierno, la función pública, la financiación, las reglas de relación interadministrativa, todo. Modernizar el Estado es una tarea de país y el Estado son todos. Hace ya mucho que la jurisprudencia constitucional lo dejó sentado (STC 4/1981): ”autonomía no es soberanía -y aun ese poder tiene límites-“. Cada organización es parte de un todo. Los graves fallos que en la gestión se están produciendo son una quiebra colectiva del sistema, no cabe tartufeo teatral de imputación de responsabilidades. Esta situación del Estado no es casual, tiene un claro origen en la crisis económica y en la desamortización administrativa desde el 2011 y también en la inestabilidad política que vivimos desde hace cinco años, con corrupciones incluidas. Las instituciones son de los ciudadanos y, para servirles a ellos, es especialmente grave que se hayan utilizado con intereses espurios, eso también está en la base del debilitamiento y descredito de lo público. Además, como ha señalado el catedrático de Derecho Administrativo Julio González García: “La crisis sanitaria provocada por la COVID19 ha sacado a la luz la reducción de las políticas sociales en sanidad y educación y ha abierto un nuevo frente de quiebra de la confianza de la ciudadanía en las funciones del Estado”. No se pueden dormir en recuperar el valor, la fortaleza y sobre todo la confianza de los españoles en nuestro Estado.
Ahora lo que urge decidir es el día a día, y no es asumible que responsables a los que se les paga para resolver los problemas jueguen a lágrimas y jaculatorias. La situación no puede ser conducida a golpe de opinión pública, de millares de voces de emergentes expertos, con títulos y organizaciones variopintas que como setas afloran en los medios. Si la política no manda, la administración está infradotada y condicionada por consecutivos cambios de criterios, y los medios luchan por convertirse en gestores de la salida, no extrañe entonces que los ciudadanos, embozados o no, hagan de su capa un sayo.
La Comunidad de Madrid ya era una Comunidad fallida antes de todo esto; sus Presidentes se han pasado más tiempo en los chiqueros que en otro sitio. El aparato público autonómico se ha fragilizado y nepotizado hasta lo inenarrable, así es muy difícil gerenciar nada y menos esto. Sin mascarillas ni antifaces, es obvio que Madrid requiere ser repensado y limpiado en cuanto escampe.
Ahora lo que toca es el urgente rescate, no por Madrid, por España. No hay que dedicar ni un minuto más en poner de manifiesto la falta de idoneidad del gobierno regional. Hay que efectuar un rescate urgente de la Comunidad y sus ciudadanos, del sistema sanitario antes de que el desborde se lleve por delante la salud y la economía. Traer profesionales desde donde sea. Los centros de atención primaria están a punto de generar problemas de orden público y los hospitales van a romper.
Evitar que el sistema educativo quiebre, que no cierre. Con ello mataríamos nuestro futuro, pero también el presente inmediato dejando los padres de producir. En el ámbito escolar la disciplina social es inexcusable, debe comenzarse por empoderar como autoridad a maestros y profesores.
Los centros geriátricos exigen una intervención y fiscalización pública urgente. No puede temblar la mano ante el cierre preventivo de instalaciones. El otoño y el invierno pueden generar una crisis más trágica que la de primavera.
En todo caso, nada que ver confinamientos aleatorios.
Cantando con Serrat: No hay otro tiempo que el que nos ha tocado, aclárennos quién manda y quién es el mandado, y si no estuviera en su mano, poner coto a tales desmanes, mándeles copiar cien veces… Esas cosas no se hacen.