En Bielorrusia los partidos opositores se niegan a reconocer los resultados de los comicios efectuados el pasado domingo 9 de agosto. Según los datos oficiales, el dictador Alexander Lukashenko de 65 años, en el poder durante los últimos 26 años, habría logrado un nuevo y aplastante triunfo con el poco creíble 80% de los votos emitidos, quedando habilitado para un sexto mandato presidencial consecutivo.
La oposición considera que la candidata Svetlana Tijanósvskaya, una profesora de inglés de 38 años, esposa del dirigente Serguei Tijanóvski, encarcelado por el gobierno bielorruso desde el año 2004, actualmente asilada en la vecina Lituania, es la auténtica triunfadora en los comicios.
También n Occidente se consideran fraudulentos los resultados anunciados por el régimen de Lukashenko. La Unión Europea ha anunciado la imposición de sanciones a Bielorrusia por el fraude electoral y la dura represión desatada contra los manifestantes y dirigentes opositores.
Diversos líderes europeos, como Ángela Merkel y Emanuel Macrón, se han comunicado con el presidente Vladimir Putin, reconociendo que Bielorrusia integra la esfera de interés y seguridad de Rusia, buscando que el Kremlin ejerza una influencia positiva en crisis dejando de apoyar al dictador bielorruso.
Hasta el momento Vladimir Putin, que enfrenta su propia crisis tras el envenenamiento del opositor ruso Alkséi Navalny, no ha dado muestras claras de apoyar cambios en el liderazgo de Bielorrusia.
Muy por el contrario, Putin fue el primer jefe de Estado en felicitar a Lukashenko por su triunfo y los medios de prensa rusos han tomado una actitud ambigua en la defensa del dictador calificando a los dirigentes opositores como neoliberales antirrusos financiados por la OTAN. Incluso han llegado a compararlos con los opositores ucranianos, que en 2014 llenaron la Maidan Ployet (Plaza de la Independencia).
El presidente Putin siempre ha apoyado a Lukashenko aunque mantiene sus reservas con respecto al dictador bielorruso. En el pasado Lukashenko apeló a todo tipo de argumentos para no concretar la integración con Rusia pactada en el Tratado suscripto el 2 de abril de 1997, ni aceptar la instalación de bases militares rusas en su territorio.
Minsk tampoco reconoció la integración de Crimea a la Federación de Rusia, ni la independencia de las exrepúblicas georgianas de Abjasia y Osetia del Sur. Por último, el año del Kremlin siempre recelo de la estrecha relación de Lukashenko con su rival el presidente turco Recep Tayyip Erdogan y de sus aproximaciones al Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Sin embargo, Vladimir Putin parece temer que si deja caer a Alexander Lukashenko la “revolución de colores” se extienda también a Rusia y amenace su propio proyecto continuista.
También es grande el rechazo que en Moscú siente por la oposición encabezada por Tijanóskaya a quién consideran financiada por la OTAN y la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos a través de sus aliados en Polonia y Lituania.
Recientemente, la periodista Vicky Peláez, en el portal Sputnik Mundo, acusó a la oposición bielorrusa de formar parte de un complot occidental destinado a crear un “cordón sanitario” de naciones antirrusas extendido desde el mar Báltico hasta los mares Negro y Adriático para contener la influencia y expansión de Rusia hacia Europa Oriental.
Presentando como clara evidencia de ello el empleo por parte de los manifestantes antilukashenko de la bandera blanca y roja, que no es la oficial del país (con colores rojo, verde y blanco), sino la empleada en el pasado por el Gran Ducado de Lituania y la Mancomunidad Polaco – Lituana (1569 -1795) y aún más, por la “Rada Central Bielorrusa”, el gobierno colaboracionista encabezado por el nacionalista lituano Radaslaü Astroüski, durante la ocupación alemana (1941 – 1944).
Las sospechas rusas se ven incrementadas por ciertas decisiones adoptadas por la Unión Europea como el destinar dos millones de euros para apoyar a las familias de las víctimas de la represión y otro millón para “apoyar a la sociedad civil”, es decir, a la oposición bielorrusa. El Kremlin ve en estos anuncios la clara evidencia de que la Europa Comunitaria esta financiando a los manifestantes opositores.
Mientras la diplomacia intenta bloquear los apoyos internacionales de Lukashenko, la oposición mantiene la presión sobre su gobierno en las calles.
El domingo 24 de agosto, la oposición llevó a cabo un imponente acto de fuerza. Reunió a doscientas mil personas en el centro de la ciudad de Minsk para exigir la renuncia de Lukashenko, nuevas elecciones y la liberación de los numerosos presos políticos que mantienen superpobladas las cárceles del país.
Pronto las manifestaciones callejeras recibieron el apoyo de diversos sectores de la sociedad bielorrusa cansados de la dictadura de Lukashenko, los mineros, varios directores de los complejos industriales, como el director de la planta de tractores de Minsk, Alexei Rimshevski, que desconocieron los resultados oficiales y llamaron a los obreros a la huelga.
Algo similar hicieron unos trescientos trabajadores de la televisora estatal “Beterradio” (BTRK) y los periodistas del diario Zuyazda que se declararon en huelga demandando el fin de la censura oficial.
Algunos prestigiosos presentadores televisivos como Dmitry Smchenko, Anna Shalyutina y Dmitry Shunin se han negado a difundir las noticias oficiales que critican a la oposición y difaman a los manifestantes.
Por su parte, el vicepresidente de la Asociación de Periodistas de Bielorrusia ha anunciado que 72 periodistas fueron detenidos mientras realizaban su labor cubriendo las protestas. También señaló que las autoridades trataron de evitar que se difundiera en el mundo la real situación que impera en el país bloqueando la Internet, negando la acreditación a decenas de periodistas extranjeros y reemplazando a los periodistas bielorrusos que se negaban a aceptar la censura oficial por periodistas rusos.
Mientras tanto, el dictador Alexander Lukashenko ha declarado que deberán matarlo para lograr convocar a nuevas elecciones. Para demostrar su resolución hizo difundir un vídeo donde aparece descendiendo de un helicóptero en el jardín del Palacio de la Independencia, residencia presidencial, junto con su hijo Nikolái de quince años. El presidente y el niño lucen indumentaria negra, gorra, chaleco antibalas y portan fusiles Kalashnikov.
Lukashenko también ha ordenado a las fuerzas antidisturbios y a la KGB bielorrusa que comanda el general Valeri Vakulchik, que desarticule el movimiento opositor. Es así como se produjeron la muerte de cuatro personas, centenares de heridos y siete mil detenidos que fueron a parar al complejo carcelario de Kurapaty – Akrestsin, entre ellos los dirigentes opositores Olga Kovalkova y Sergei Dylevsky.
Desde su exilio en la capital lituana de Vilna, Svetlana Tijanósvkaya creó un “Consejo de Coordinación para la Trasferencia del Poder” conformado por setenta personalidades, entre ellas intelectuales, activistas de derechos humanos, líderes sindicales y políticos, entre los cuales están la Premio Nobel de Literatura 2015, Svetlana Aleksiévich, María Kolesnikova y el ex ministro de Cultura, Pavel Latushka.
Pese a las protestas, la presión internacional y la renuncia de algunos funcionarios, el presiden Alexander Lukashenko parece contar, al menos por el momento, con el apoyo y lealtad de las fuerzas armadas y los órganos de seguridad e inteligencia.
Estos apoyos parecen ser suficientes para mantenerse en el poder. Especialmente porque Vladimir Putin no ha decidido aún que alternativa es la mejor para mantener a cubierto los intereses rusos en la vecina Bielorrusia.