Gabo en su magistral novela decía que enamoramiento y cólera compartían síntomas. El coronavirus es como más vulgar o menos romántico. De compartir síntomas con un sentimiento sería la vulnerabilidad, que según los psicólogos es una combinación de fragilidad, impotencia, sensibilidad e inseguridad. Todo ello propicia un sentido muy consustancial a la globalización: la percepción de ser vulnerables.
El amor es mucho más individualizado, compartido o no, cada cual lo interioriza de una manera distinta. La vulnerabilidad termina teniendo un patrón muy similar. El antídoto también es común a todos.
Es el momento de hacerse una pregunta: ¿El sentimiento de vulnerabilidad es solo responsabilidad de los poderes públicos o también de la propia sociedad?
En primer lugar, nadie debería extrañarse de la angustia personal o colectiva con que estamos viviendo estos días, que pueden ser semanas y nos anuncian que hasta meses. Lo que “nos está sucediendo” tiene un componente histórico, como nos vienen recordando, epidemias y pandemias caminan paralelas al ser humano. De igual forma, es consecuencia de nuestra actual forma de vivir y de relacionarnos con nuestro entorno. Por tanto, sorpresas no debería haber y sí asunción, que nos servirá, pasado el problema, para aprender de las importantes lecciones que nos va a dejar. Pero esto, más las sumas y restas de la responsabilidad, debemos dejarlo todos hasta que escampe y especialmente a los dirigentes de la sociedad que son los llamados a conducirnos.
Yo no me atrevería a cuestionar lo que están diciendo los médicos y los investigadores científicos, no tengo la capacitación formativa ni personal para ello. Lo aprendí fundamentalmente durante los diez años que dirigí el Sistema Nacional de Conducción de Crisis. Sobre esto último, sí creo poder decir algo con algún criterio. Hay experiencias acumuladas, nacional e internacionalmente, que nos permiten plantear algunas cuestiones.
Uno. En una situación de crisis grave como la actual hay que poner el foco colectivo en la solución del problema no en la responsabilidad de los causantes o de los gestores. Vamos, todo lo contrario a lo que está haciendo Casado.
Dos. El “asunto” en la gestión de una situación de crisis debe de ser priorizado y la jerarquía de sus capítulos debe estar en función de la importancia de los valores a proteger. En este minuto es la salud de la población, y para ello mantener la capacidad de respuesta de los servicios públicos que garantizan la continuidad de la vida ciudadana (con las limitaciones obligadas para su solución); para ello es esencial garantizar la continuidad de la acción de gobierno.
En primer lugar, por tanto, está contener la expansión de la enfermedad y que los enfermos puedan ser atendidos. La actuación sobre el sistema económico con medidas de estímulo, incentivos fiscales, apoyo financiero (tanto a empresarios como a trabajadores) es imprescindible tenerlas previstas y dispuestas para ser aplicadas, pero todo el mundo debe tener en cuenta que eso es futuro (inmediato sí), pero lo imprescindible es gestionar el presente aportando todos los recursos disponibles.
Tres. Toda epidemia o enfermedad contagiosa tiene un principio básico: el aislamiento de la población. Aislamiento significa alejar a las personas de los focos de contaminación. Esto consiste en mantener a la población en sus domicilios ,no hay otra. Eso es lo prioritario ahora. Ello puede durar un tiempo, el que los técnicos han dicho. Este tiempo como es obvio puede ser mayor o menor en función del rigor del asilamiento (Italia es un buen ejemplo de lo que no sebe hacer). Tal vez, esto no se ha dicho con la rotundidad necesaria en un principio, ahora los mensajes son nítidos: ¡quedarse en casa! Esto no es nuevo, el cólera y la peste se contuvieron históricamente así.
Cuatro. Hay una notable diferencia en la conducción de las crisis pandémicas del pasado y esta. El papel que juegan los medios de comunicación y dejarse a su autorregulación es un eufemismo. La proliferación de medios y la existencia de las redes sociales, donde cada uno se convierte en emisor de noticas y opiniones, lo hace casi imposible. Por ello, los grandes medios y las televisoras, radios y diarios de mayor difusión deben dejar de jugar a la frivolidad, llenando todo de opiniones de espontáneos expertos que comentan, matizan y corrigen los mensajes de los portavoces oficiales alegremente. Los “tutolos” que inundan platós y estudios deberían, dicho claramente, quedarse en su casa, también. No hay lugar al espectáculo informativo. No solo hablan por boca de ganso, sino que con su cháchara deslenguada se convierten en portadores del virus. Tal vez las instituciones, haciendo ejercicio de la obligada transparencia, deberían llamar al orden sobre la ligereza comunicativa.
Cinco. La población, considerada uno a uno, también tiene un papel esencial en la contención del problema. No es igual la responsabilidad de un directivo que la de un trabajador; de un ejerciente de la patria potestad o de su hijo. Es una situación que exige talla moral, no hay lugar a la frivolidad, a sacar pecho de valentones, o a pensar que cada cual fija las prioridades de los a su cargo a su libre albedrio. En el trabajo o en la familia. Por desgracia, muchas veces ponemos la crítica en los dirigentes políticos y se elude la responsabilidad propia. Cuando las autoridades sanitarias dicen “vete a casa”, no tiene interpretación posible. No hay reuniones importantes, ni botellón, ni los niños van al parque. Cuando los máximos responsables públicos, desde el Presidente del Gobierno al Alcalde, nos están recomendando una medida esencial de orden público no cabe sacar pecho o ser el gracioso del grupo. No es alarmismo es responder con responsabilidad. cívica.
En China la contención se ha logrado por la contundencia con la que fueron tomadas las medidas, su ausencia de libertades individuales lo facilita. No es el caso. En Europa el sistema democrático garantiza el ejercicio de los derechos cívicos, eso sí dentro de la Ley, y la ley permite la adopción de medidas excepcionales y la declaración del Estado de Alarma no es solo plausible, sino que empieza a ser necesaria si la ciudadanía no atiende disciplinadamente. Además de operativo ello sería un mensaje inequívoco a la población de que la cosa es seria para aquellos que aún no se han enterado.
La vulnerabilidad se combate con fortaleza y la fortaleza ante este tipo de crisis se consigue con responsabilidad cívica y con dirección clara. Con las dos.
Seguro que se puede sacar punta a la gestión gubernamental de la crisis, pero no es el momento, ni a lo que se hacía en el pasado y se dejó de hacer, ni a cómo esta sociedad ha ido tomando una deriva de inconsistencia que no lleva a ningún sitio y nos hace flojitos de criterio. Ahora bien, lo que toca en este momento es cumplir los consejos e instrucciones gubernativas siendo comprensivos con las incoherencias que la premura y emergencia a veces parecen crear. Piense todo el mundo que para llegar al punto de ejercer la crítica hay que evitar primero que ninguno se quede por el camino.
No es opinión, es la experiencias aprendidas en la gestión de crisis.