LA SITUACIÓN EN LIBIA
Desde febrero de 2011, se desarrolla en Libia una sangrienta guerra civil. En esa fecha el país fue alcanzado por la onda expansiva de la “Primavera Árabe” que se iniciara poco antes en Túnez. La muerte de Muamar el Gadafi, en octubre de 2011, no trajo la paz sino que generó un enorme vacío de poder seguido de encendidas luchas tribales y religiosas.
Tras la caída de Gadafi, los jóvenes combatientes que habían luchado contra su régimen no entregaron las armas y pronto se adueñaron del gobierno asaltando el Parlamento y secuestrando al primer ministro. Luego de lo cual se repartieron los cargos públicos, se apropiaron del dinero y saquearon los bien provistos arsenales del dictador libio.
La existencia de numerosas milicias dotadas de artillería y armamento pesado hizo que al poco tiempo la guerra civil recrudeciera con inusual virulencia. El 14 de febrero de 2014, el mariscal Jalifa Haftar, quien había logrado movilizar a parte del antiguo ejército que había desertado de las filas de Gadafi en 2011, y que más tarde se había sentido marginado y amenazado por los islamistas, difundió un comunicado en el que ordenaba la suspensión del Congreso General Nacional –CGN-, dominado por los islamistas, tras el rumbo a la deriva que había tomado el país y proponía la formación de una comisión presidencial hasta que se celebraran nuevas elecciones. Después de cruentos combates entre islamistas y moderados el país quedó dividido en dos bandos.
Por un, lado están los islamistas, que controlan la capital, Trípoli. Su coalición, “Amanecer de Libia”, incluye a las Brigadas de Misrata, de las ciudades del Oeste del país y de la minoría bereber, así como a otros grupos de tendencia islamista. Han resucitado al Congreso General Nacional –el antiguo Parlamento- y han elegido un “gobierno de salvación nacional” encabezado por el primer ministro Fayez al Sarraj. Sin embargo, ni un solo país extranjero ha reconocido a su gabinete.
El otro bando, era el gobierno con sede en las ciudades de Tobruk y Al Baida, al este del país, y presidido por Abdulá al Thini. Cuenta con la Cámara de Representantes, el Parlamento elegido en las elecciones de junio de 2014.
Más tarde, este bando se fusionó formalmente con “Operación Dignidad”, el grupo que responde a la conducción del general Jalifa Haftar, a quien se designó como “Comandante en Jefe” de sus fuerzas el 2 de marzo de 2015.
También forman parte de esta coalición moderada las milicias de la ciudad de Zintán, situada al Oeste, las cuales, antes controlaban Trípoli y su aeropuerto internacional junto con los guardias “federalistas” de las instalaciones petrolíferas conducidas por Ibrahim Jadran.
Las dos facciones adoptaron posiciones políticas y religiosas diametralmente opuestas. Los que tienen su sede en Tobruk proclaman que están luchando contra los terroristas islamistas, mientras que los instalados en Trípoli afirman que lo hacen contra los residuos del régimen de Gadafi.
LA PARTICIPACIÓN INTERNACIONAL
El conflicto alcanzó dimensiones internacionales cuando diversos estados comenzaron a involucrarse enviando dinero y armas, luego llegaron los instructores militares y en los últimos meses tropas mercenarias.
Libia se convirtió en el teatro de operaciones donde se dirimen conflictos que se han originado en otros lugares y donde se pretenden resolver pujas geopolíticas generadas por la necesidad de controlar los recursos energéticos del Mediterráneo Oriental.
Los Emiratos Árabes Unidos, Arabia Saudí, Jordania, Egipto, Rusia, Sudán y subrepticiamente Francia unen sus esfuerzos para apoyar a la fuerzas del Ejército nacional de Libia, comandadas por el capitán general Jalifa Haftar que desde hace cinco años intenta infructuosamente controlar Trípoli, la capital libia.
La Fuerza Aérea de los Emiratos Árabes Unidos se instaló en la base aérea de Al Khadim, situada en el noroeste de Libia. Desde junio de 2016, allí operan los aviones de apoyo aéreo cercano AT-802 y los drones chino de tipo Wing Long armados con misiles antitanques LJ-7 “Blue Arrow” y aviones artillados Calidus B-250.
En enero de 2020, se agregaron a las medidas de seguridad de la base Al Khadim, baterías del sistema de defensa aérea de mediano alcance Hawk. Hasta entonces la base solo estaba protegida por sistemas de corto alcance Pantsir-S1.
En esta forma las fuerzas emiratíes se preparan para posibles ataques de la Fuerza Aérea Turca.
Para reforzar al general Haftar, Vladimir Putin, por su parte, ha enviado entre doscientos y quinientos mercenarios rusos (tiradores de élite, instructores y fuerzas especiales) pertenecientes al Grupo Wagner.
La “empresa de servicios militares” Grupo Wagner, con sede en Londres, está dirigida por el magnate gastronómico Yeugeni Prigozhin.
Prigozhin, es conocido en Rusia como “el Chef de Putin” (es propietario de cadenas gastronómicas como Concord Management y Concord Catering), es un empresario con fluidos contactos en el Kremlin.
En 2018, cuando el general Jalifa Haftar visitó Moscú en búsqueda de ayuda militar mantuvo una reunión con el ministro de Defensa ruso Sergey Shoigú, quien concurrió al encuentro acompañado de Yeugeni Prigozhin, tal como testimonian las imágenes difundidas por el canal de YouTube del Comando General del Ejército Nacional Libio.
Prigozhin, que sufre sanciones por parte del Departamento del Tesoro de los Estados Unidos, fue acusado por el asesor especial de los Estados Unidos, Robert Müller, por su gestión de la Agencia de Investigaciones en Internet, una “fábrica de trolls” empleada para campañas de desinformación y de la cual se sospecha que estuvo detrás de la injerencia rusa en las elecciones presidenciales de 2016.
Los mercenarios del Grupo Wagner hicieron su aparición en Ucrania, apoyando a las fuerzas separatistas prorrusas de Donbass. Luego el Grupo Wagner apareció en todos los escenarios bélicos donde se juegan los intereses rusos: Siria, Sudán, República Center Africana o Venezuela. En muchos casos cobran sus servicios en especies: petróleo, minas de oro, esmeraldas o diamantes de sangre, etc.
Los combatientes de Wagner (en su mayoría rusos, pero también ucranianos de Donbass, sirios o sudaneses) suelen recibir un salario mensual de unos dos mil dólares que se incrementan según sus capacidades especiales (paracaidista, buzo, tirador de élite, piloto, experto en explosivos, etc.) o experiencia de combate comprobada.
Los hombres del Grupo Wagner se diferencian de los “contratistas” (de diversas nacionalidades) que emplean las Fuerzas Armadas y otras Agencias de los Estados Unidos. Los contratistas estadounidenses suelen cumplir en general misiones secundarias de seguridad o logísticas (custodia de instalaciones, misiones de apoyo humanitario, seguridad e interrogatorio de prisioneros.) Nos suelen involucrarse en acciones de combate a menos de ser atacados.
Los mercenarios rusos, por el contrario, cumplen especialmente misiones de combate. Participan activamente en las batallas como unidades de asalto de élite. En Siria, por ejemplo, demostraron ser sumamente eficaces, especialmente cuando las fuerzas locales se negaban a avanzar. Los rusos más aguerridos y con indiferencia por sus vidas, luchaban sin tomar en cuenta las pérdidas humanas. En caso de muerte en combate, la familia del mercenario recibe unos cincuenta mil dólares una cifra muy importante en cualquier lugar y en especial en Rusia.
Para los servicios de inteligencia y los expertos occidentales el Grupo Wagner es en realidad un apéndice del GRU ( El Departamento Central de Inteligencia, en ruso: Glávnoye Razvédyvatelnoye Upravlenie) el organismo de inteligencia de las Fuerzas Armadas de la Federación de Rusia.
Para operar en primer línea de combate en Libia, el Grupo Wagner ha reclutado a un millar de ex combatientes de la milicia sudanesa Janjaweed.
El término Janjaweed se traduce del árabe como “pistolero montado” o “demonio montado”. El núcleo original de los Janjaweed fueron pastores nómadas en el Norte de Darfur y en las zonas adyacentes de Chad que se dedicaban especialmente a la cría de camellos. Estos pastores que pertenecen a los subgrupos étnicos de la Mahamid y Mahariya de la etnia de los Rizeigat.
Los Janjaweed fueron armados en los años ochenta como milicias de autodefensa en la guerra del Chad. Actualmente, unos 5.000 hombres de la Janjaweed están integrados a las Fuerzas de Apoyo Rápido dependiente de los Servicios de Inteligencia y Seguridad de Chad a las ordenes Mohamed Hamdan Dagalo, vicepresidente del Consejo Militar de Transición del Chad, un hombre al que se le atribuyen sólidas relaciones con Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos.
Los mercenarios chadianos de Janjaweed han sido acusados de genocidio y violaciones reiteradas a los derechos humanos contra la población de Darfur, en la Corte Penal Internacional.
El Grupo Wagner también ha contratado a través de la empresas de servicios militares Moran y Schit a mercenarios sirios que combatieron al servicio del dictador Bashar Háfez al-Ásad.
Para contrarrestar el apoyo extranjero que recibe el Ejército Nacional Libio del general Jalifa Haftar, las fuerzas del Acuerdo Nacional de Libia con sede en Trípoli ha solicitado ayuda al presidente Recep Tayyip Erdogan de Turquía.
El 27 de noviembre de 2019, Fayez al Serraj, líder del Gobierno del Acuerdo Nacional Libio , único gobierno reconocido por la ONU y el presidente turco Erdogan firmaron un acuerdo de cooperación en materia de defensa seguido de otro acuerdo que delimita las zonas económicas exclusivas en aguas del Mediterráneo de ambos países.
Así, al Serraj busca básicamente evitar su derrota frente a Haftar que pretende eliminar toda huella del Islam político en Libia y acaparar el poder al estilo de la dictadura egipcia del general Abdelfatah al Sisi.
Mientras que Erdogan pretende, como mínimo, frenar el proceso que Grecia, Chipre, Egipto e Israel, a través del llamado “Foro del Gas del Medio Oriente”, están desarrollando para explotar los hidrocarburos localizados en el Mediterráneo Oriental son contar con la participación de Ankara.
En principio, Erdogan, arrinconado por los países del Foro que han condenado el acuerdo, pretende sumar aliados a su causa con la intención final de llegar a tener un papel relevante en la futura red mediterránea de suministro de gas a los países de la Unión Europea. Por el momento, a la espera de ver en qué desemboca su controvertida exploración en aguas chipriotas, ya ha logrado convertir a la ciudad sureña de Ceyhan en el punto de llegada de hidrocarburos procedentes del mar Caspio y de Irak. Por otro lado, está a punto de entrar en servicio el gasoducto Turkstream por el que transitará gas ruso hacia Europa.
Ankara también pretende resarcirse de las pérdidas económicas acumuladas en estos años en los que sus cuantiosas inversiones en Libia han quedado paralizadas o destruidas por la guerra civil. Su objetivo es intentar reactivar los más de trescientos proyectos desarrollados por empresas turcas y que se encuentran en distintas fases de ejecución y que constituyen una inversión superior a los U$S 16.500 millones de dólares. Y a eso se uno actualmente el interés por obtener una importante porción de los contratos para la reconstrucción de un país que cuenta con los suficientes recursos en hidrocarburos como para encarar seriamente la modernización y reparación de los daños provocados por una década de violencia fratricida.
En este sentido, las empresas turcas tienen grandes posibilidades de participación tanto en el sector de la construcción de infraestructuras como en el aeronáutico, sin olvidar la venta de armamentos.
Por último, Erdogan esta imbuido de una visión neo-otomana cada vez más marcada. El presidente turco aspira a ser reconocido como el líder político del Islam suní, incluso por encima de Riad. Al igual que ocurre en Siria, también en Libia -uno de los últimos territorios perdidos del Imperio Otomano hace un siglo- se dirime en buena media la confrontación entre los aspirantes a un liderazgo que tradicionalmente han ejercido los saudíes.
Por lo tanto, la presencia turca en Libia significa para Erdogan no sólo desviar la atención sobre los problemas internos y alimentar el orgullo de una sociedad golpeada por la crisis, sino también aumentar el peso específico de Turquía en un delicado juego que lo esta llevando a involucrarse en escenarios bélicos tan complejos como el sirio e iraquí.
La presencia militar turca en Libia comenzará con una Fuerza de Reacción Rápida que cumplirá misiones de “militares y policiales”, el establecimiento de una Oficina de Cooperación en Defensa y Seguridad “con suficientes expertos y personal”, transferencia de materiales e instrucción militar y compartir información de inteligencia.
Las tropas turcas comenzaron a llegar el lunes 6 de enero de 2020 a la ciudad – estado de Misrata, situada en la costa a unos cuatrocientos kilómetros al oeste de la ciudad de Trípoli, donde los turcos habían instalado una base que operaba las unidades de drones turcos clase “Bayraktar TB2”, que combatían con mucho éxito contra las fuerzas del general Jalifa Haftar.
Los efectivos turcos están comandados por un teniente general al mando de trescientos hombres de las fuerzas especiales reforzados por mercenarios sirios contratados por Ankara. En esta forma, mercenarios sirios combatirán al servicio del Gobierno del Acuerdo Nacional y otros mercenarios sirios lo harán para el otro bando, el Ejercito Nacional Libio de Haftar.
CONCLUSIONES
La guerra civil en Libia parece estar sufriendo una escala militar como producto de la mayor presencia de fuerzas extranjeras y tropas mercenarias.
La participación de tropas extranjeras, y en especial de fuerzas mercenarias, abre la posibilidad de acciones guerra violatorias de los derechos humanos.
Pese a contar con mayor apoyo logístico y militar, las fuerzas del Ejército Nacional Libio que comanda el general Jalifa Haftar se han demostrado incapaces de tomar la ciudad de Trípoli como ha anunciado en varias ocasiones.
La presencia de fuerzas turcas aumenta las posibilidades del Gobierno del Acuerdo Nacional de seguir resistiendo al embestida de las fuerzas que comanda el general Haftar e incluso de recuperar parte del territorio que ha perdido en los combates del último año.
Por lo expuesto, todo indica que la guerra civil seguirá en Libia y el Norte de África continuará siendo un escenario geopolítico inestable y conflictivo