NOTA: En 2010, la revista francesa Cahiers de la Securité me solicitó un artículo sobre el problema de las barras bravas, como una modalidad del crimen organizado. Este trabajo se publicó en francés para un público europeo. Dada la actualidad que el tema ha tomado en estos días me parece oportuno reproducir el artículo original tal como fue publicado debido a que en esencia el fenómeno no se ha modificado sino tan sólo incrementado.
Estos grupos violentos se originaron en épocas donde las instalaciones deportivas eran precarias. En muchos casos simples gradas con tablones de madera. El campo de juego no estaba bien protegido del eventual ingreso de espectadores y la presencia policial era algo eventual y siempre insuficiente. Cuando los ánimos se caldeaban, debido al juego brusco de los futbolistas, las decisiones del árbitro o el resultado final del encuentro, la violencia se hacia presente. El primer incidente grave de violencia que registra la historia del futbol se produjo el 16 de julio de 1916. Ese día se jugaba el último partido del Campeonato Sudamericano en el estadio del club Gimnasia y Esgrima de Buenos Aires. Debido a la sobreventa de entradas, cuarenta mil personas se acercaron para ver el partido en un estadio que sólo podía albergar a la mitad de esos espectadores. El encuentro debió ser suspendido debido a la violencia desatada en las tribunas, que terminaron incendiadas.
En esos tiempos, cuando estallaba la violencia en un partido de futbol la peor parte solían llevarla los simpatizantes del equipo visitante. Se libraban combates a puño limpio. En esas ocasiones, el núcleo duro de la hinchada copaba la parada y hacia frente a la hinchada rival protegiendo a su propia gente de la agresión de los locales siempre más numerosos.
Así nacieron los barras bravas. En un comienzo tan sólo un grupo de muchachos, más aguerridos que el resto de los simpatizantes, dispuestos a actuar como informal “grupo de choque” de la hinchada en los eventuales combates con hinchadas rivales. El nivel de violencia fue creciendo con el tiempo y pronto llegó la primera víctima fatal. El 2 de noviembre de 1924, en la ciudad de Montevideo, Uruguay, tras disputarse el último partido del Campeonato Sudamericano en que se impuso Uruguay, se produjeron incidentes frente al hotel donde se alojaba el seleccionado argentino, interviniendo en la pelea fanáticos uruguayos contra hinchas y jugadores argentinos. Durante los incidentes, el argentino José Lázaro Rodríguez disparó contra Pedro Demby, quien falleció al día siguiente. Rodríguez logró escapar y regresar a la Argentina, gracias a la ayuda de jugadores argentinos, en un buque que partió una hora antes de los programado y no interceptado por la policía. Las autoridades uruguayas lograron identificar al agresor por una fotografía publicada, el 4 de noviembre de ese año, en el diario argentino Crítica. En la foto se veía a Rodríguez cenando con jugadores argentinos. El asesino fue detenido el 24 de ese mes, pero nunca fue extraditado a Uruguay ni juzgado en Argentina.
Los primeros barras eran amateurs. Es decir, jóvenes más o menos violentos pero que fuera del estadio y del club tenían una vida relativamente normal. Es decir, que poseían un trabajo más o menos formal. Con esto queremos significar que no vivían del dinero que les pagaba el club de futbol ni de actividades criminales.
Los directivos del club también comenzaron a proteger a los barras bravas que eran detenidos por la policía durante los enfrentamientos con otras hinchadas. En algunos casos a través de simples gestiones con las autoridades policiales. Cuando esto fracasaba intervenían directamente los abogados del club. Gradualmente, los barras bravas comenzaron a gozar de cierta inmunidad, dentro del club, dentro del estadio y aún en la calle. En muchos casos eran las mismas autoridades quienes “negociaban” con los violentos para evitar incidentes en encuentros claves: cuando se enfrentaban dos hinchadas particularmente enemistadas, encuentros en que se definía un torneo o que implicaban el descenso de categoría para el perdedor.
La denominación de barras bravas para estos grupos organizados de violentos llegó mucho tiempo después. La mayoría de las fuentes atribuyen a un artículo periodístico publicado por un diario de la ciudad de Buenos Aires, el vespertino “La Razón”, en octubre de 1958. El artículo, donde se comentaban los hechos que originaron el asesinato del joven Mario Linker, muerto por un disparo efectuado por el personal policial que custodiaba el evento, en realidad empleaba la expresión “barras fuertes”. No obstante, a partir de la década de 1960, la prensa deportiva de Argentina generalizó el empleo del término barra brava. La expresión se extendió por toda la América de habla castellana. En Brasil en cambio, estos grupos reciben la denominación de “torcidas organizadas”, mientras que en Europa se los designa como “hooligans” o “ultras”.
Gradualmente la situación fue cambiando. Los partidos que antes jugaban exclusivamente los fines de semana -sábado o domingo según las categorías-, comenzaron a jugarse también los días de semana, es decir cuando la mayoría de las personas debían concurrir a sus trabajos. Además, los encuentros deportivos comenzaron a multiplicarse. A las ligas nacionales se complementaron con torneos internacionales, copas mundiales y hasta encuentros olímpicos. Al incrementarse los encuentros, lógicamente, también se incrementó la posibilidad de hechos violentos.
Los fanáticos no tenían descanso. Alentar a los equipos y acompañarlos en sus giras nacionales e internacionales se convirtió en una tarea de tiempo completo. Gradualmente, los fanáticos se convirtieron en profesionales dedicados a alentar a sus equipos a tiempo completo.
Pero lo que realmente cambio las reglas del juego fue la televisación de los partidos. El futbol se convirtió en una industria en expansión. Los derechos de televisación alimentaron a esta nueva industria. Los jugadores comenzaron a comprarse y venderse en cifras astronómicas. La publicidad vio allí su oportunidad. A la propaganda televisiva y radiofónica emitida durante los encuentros se agregó la comercialización de una gran cantidad de productos de mercadeo especialmente concebida para los fanáticos: ropa deportiva con los colores del equipo, banderines y objetos de diverso uso con los colores de los clubes y sus emblemas.
La industria también se diversificó en múltiples actividades complementarias aparecieron los directores técnicos, preparadores físicos, médicos deportólogos, kinesiólogos nutricionistas, médicos deportólogos y hasta psicólogos deportivos. Paralelamente, surgió un ejército de relatores deportivos, periodistas, comentaristas, programas radiales y televisivos, diarios y revistas especializadas, etc. Todos ellos ligados a una sola actividad: la millonaria industria del deporte espectáculo.
El futbol al dejar de ser un deporte para transformarse en una industria, precisó de simpatizantes profesionales que movilizaran e impulsaran al resto de los espectadores. Alguien debía acompañar a los equipos en sus giras aportando el fervor necesario en cada encuentro. El espectáculo televisivo demandaba tribunas llenas, entusiastas, festejos, cánticos, banderas, fuegos de artificio y lluvias de papeles. La única forma de proveer esta parafernalia era sumar a los simpatizantes amateurs un núcleo duro de simpatizantes rentados a los cuales se financiaba para que estuvieran a disposición del club en todo momento.
Como socios del club, los barras comenzaron a intervenir en la vida interna de la entidad. Apoyaron a ciertas listas en las elecciones de comisión directiva. Apoyaban u hostigaban a un director técnico o a un jugador cuando su rendimiento era bajo. Al mismo tiempo, los directivos del club apelaron a ellos para forzar a renunciar a algún técnico, para presionar a un jugador que pedía demasiado dinero para renegociar su contrato o que no aceptaba una transferencia a otro club.
Gradualmente, los barras bravas comenzaron a cobrar autonomía, a hacerse más poderosos, más marginales y violentos. También ampliaron sus negocios incursionando en el ámbito del delito y de la política. Algunos eran o se convirtieron en delincuentes comunes. La crónica policial registra diversos casos en que barras bravas fueron detenidos durante la comisión de delitos comunes no vinculados con la actividad deportiva. En algunos clubes la barra brava comenzó a nutrirse de elementos marginales que asistían a los partidos atraídos por los negocios que se generaban en el estadio. Estos iban desde pequeños robos –arrebatadores o carteristas-, la venta de drogas, los favores y dinero recibidos de la dirigencia del club o de personajes de la política que frecuentemente requerían de los servicios de los violentos.
El vínculo entre políticos y barras bravas otorgó a estos últimos mayor impunidad para sus actividades delictivas. También hizo a los primeros dependientes de los favores o al menos de la neutralidad de las barras bravas, para desarrollar sus actividades proselitistas en ciertos barrios.
LAS BARRAS BRAVAS COMO ESTRUCTURA
Es un error muy generalizado considerar que todos los barras bravas son jóvenes violentos pertenecientes a los estratos más humildes de la sociedad. Ni todos son jóvenes ni todos son individuos marginales, semianalfabetos y frecuentemente consumidores de alcohol o drogas. La mayoría de los barras bravas responden a este perfil. Pero, otros muchos son individuos de edad madura, con una adecuada inserción social y hasta vinculaciones políticas. Rafael Di Zeo, líder de “La Doce”, la mítica barra brava del Club Boca Juniors, por ejemplo, era un miembro de la clase media urbana, con trabajo formal, que vivía en un coqueto departamento en el barrio porteño de Palermo. Era frecuente verlo en entrevista con la prensa usando relojes y anteojos de primeras marcas internacionales. Su esposa, Soledad Spinetto era la secretaria privada del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, Felipe Solá, hasta que el enjuiciamiento de su esposo por asesinato llevó a que se destinara en otra dependencia del gobierno provincial. Di Zeo incluso había recorrido varios países de América Latina dando conferencias y cursos para barras bravas. En su época de mayor popularidad, el jefe de La Doce firmaba autógrafos a la par de los futbolistas del plantel.
Podemos concluir que muchos barras bravas son individuos marginales provenientes de las “villas miserias”. En ocasiones, son jóvenes delincuentes que también actúan en los estadios de futbol y que consumen drogas y alcohol, para dar rienda suelta a su resentimiento y frustración. Pero otros, especialmente sus líderes, no lo son. Estos suelen ser personajes más cerebrales que controlan la violencia para ponerla al servicio de sus negocios. Se trata de individuos capaces de negociar con el poder, tanto dentro del Club como en el mundo de la política, y que obtiene importantes ganancias de estas actividades. En otras palabras son delincuentes organizados que emplean racionalmente la violencia para obtener beneficios económicos.
Aunque las barras bravas no poseen una ideología o filiación política definida todas son portadoras en algún grado de las siguientes pautas subculturales: exaltación de la violencia y de la fuerza, machismo exacerbado, nacionalismo extremo y un fuerte desprecio por toda forma de autoridad que no se sustente en la aplicación de la fuerza física o la violencia.
Cada grupo de barras bravas se considera custodio de la identidad del club a que pertenece. Éste era antiguamente un lugar compartido con los jugadores o técnicos “símbolo” y los dirigentes realmente comprometidos con la institución. Luego la gran rotación de jugadores y técnicos dejó esta responsabilidad en manos de los “barras”.
Las barras bravas suelen identificarse con la utilización de banderas –a las cuales denominan “trapos”– confeccionadas con los colores del club. Estas banderas tienen un carácter sagrado. Similar al que tenían en los clanes primitivos los tótem. Los barras frecuentemente suelen aprovechar la confrontación con otras hinchadas para capturar “trofeos”. Es decir, los “trapos”, camisetas o carteleras que arrebatan violentamente a alguna hinchada rival y que luego exhiben en otros partidos o por Internet.
En sus presentaciones suelen acompañarse de diversos instrumentos de percusión: en especial bombos, redoblantes e incluso fuegos artificiales. Las barras bravas también ocupan un lugar preferencial en el centro de las tribunas populares. Aquellas partes del estadio que carecen de asientos y donde los espectadores deben ver el partido de pie. La ubicación en las tribunas señala cual es el peso que cada grupo tiene dentro de la barra brava. Los que están en el centro tienen más poder y por lo tanto controlan más negocios y más dinero. De allí que ese lugar sea frecuentemente disputado por diferentes grupos dentro de una misma barra brava.
Cada barra brava tiene antagonismos particulares con la barra brava de otro club. Por ejemplo, entre la hinchadas de los clubes Nueva Chicago y All Boys. Al mismos tiempo, establece pactos de no agresión e incluso de alianza con la barra brava de algún otro club. Esto convierte a ciertos encuentros deportivos en particularmente explosivos y a otros en partidos muy pacíficos donde incluso los tantos se festejan moderadamente.
Actualmente, los enfrentamientos más violentos, que suelen derivar en uno o varios muertos, son producto de conflictos dentro de una misma barra brava y no del choque de dos hinchadas diversas. Así ocurrió cuando dos grupos de los “Borrachos del Tablón”, los que respondían a Adrián Rousseau y los “pupilos” de Alan Schelenker se enfrentaron a tiros en las instalaciones para socios del Club Atlético River Plate. Días más tarde, el 9 de agosto de 2007, la gente de Schelenker asesinó a Martín Gonzalo Acro, la mano derecha de Rousseau. Como se puede apreciar se trata de ajustes de cuentas al mejor estilo de la mafia.
NEGOCIOS EN EL TABLÓN
Las barras bravas son actualmente sofisticadas organizaciones criminales que se financian a través de actividades lícitas, parcialmente ilícitas y claramente ilícitas. Entre las primeras figuran la contratación de los barras como empleados en los clubes de futbol, en empresas pertenecientes a miembros de la Comisión Directiva del Club o incluso como empleados públicos en diversos organismos del Estado. En realidad esta contratación no significa que el barra brava desempeñe realmente las tareas para las cuales se lo contrató. El barra nunca es un trabajador real. Lo usual es que sólo eventualmente concurra a su lugar de trabajo. Con frecuencia asiste tan sólo el día de pago. Popularmente, en Argentina se denomina a este tipo de seudo trabajador con el nombre de “noqui”.
Otra fuente de ingresos para las barras bravas son las concesiones de puestos de venta de productos alimenticios y merchandising en el Club y particularmente en el estadio. También el desempeño de tareas de seguridad cuando los estadios son rentados para actividades no deportivas. Tales como conciertos de rock o la presentación de otros artistas.
La Doce, es decir, la barra brava del Club Atlético Boca Juniors gerencia diversos negocios legales. Ha otorgado una franquicia a la firma de ropa deportiva Nike para la creación y venta de una línea de vestimenta deportiva con los colores del Club y la leyenda “El jugador número doce”. Además, tienen convenios con compañías de turismo para proteger en forma encubierta a los turistas que concurren al estadio a presenciar los encuentros de futbol. Una empresa de turismo, por ejemplo, organiza un tour que denomina “Pura Adrenalina”. Por aproximadamente ciento cincuenta euros, los turistas viajan al estadio en los autobuses de “La Doce” repletos de simpatizantes xeneises, cantando y agitando banderas. Una vez en el estadio pueden saltar y agitarse subidos al para-avalanchas de la “popular”. En contrapartida, “La Doce” recibe el 60% del dinero que pagan los visitantes extranjeros por el espectáculo.
Así, los turistas pueden concurrir a “La Bombonera” para presenciar el tradicional superclásico entre Boca Juniors y River Plate portando costosos relojes, cámaras fotográficas o de filmación y otros valiosos objetos sin sufrir ningún tipo de molestia. Esto sólo es posible por el control que la barra brava ejerce sobre el estadio y los asistentes.
Además, “La Doce” controla las “peñas” que el club tiene en el interior del país. Boca Juniors es el club de futbol más popular de la Argentina. Su sede se encuentra en la ciudad de Buenos Aires pero sus simpatizantes abarcan toda la geografía del país. Es por ello que en algunas ciudades de provincia los hinchas se agrupan en “peñas” o asociaciones civiles más o menos informales que se encargan de adquirir entradas para los encuentros, rentar micros para viajar hasta el estadio, etc.
En ocasiones, estas peñas organizan cenas a las que asisten los jugadores más populares del plantel del club. La barra brava se encarga de coordinar la actividad de estas peñas. Aunque los jugadores concurren en forma gratuita, los barras cobran a cada peña un monto de dinero por la asistencia de los jugadores y otros servicios –fotografías, pelotas y camisetas autografiadas, etc.-
Un diario digital, en 2006, informó que un grupo de “La Doce” viajó en una ocasión a la ciudad de Río Tercero, en la provincia de Córdoba distante 600 kilómetros de Buenos Aires, con pasajes, comida y alojamientos pagos para participar de una cena que costó a cada asistente unos quince euros y que incluía una comisión para la barra brava. Según este medio, la principal atracción de la noche no fueron los jugadores que asistieron sino Rafael Di Zeo, el líder de “La Doce” que debió firmar gran cantidad de autógrafos.
LOS VÍNCULOS INTERNACIONALES
“La Doce” ha obtenido también dinero dando cursos de “organización” a las barras bravas del “Fondo Sur” del club español Real Madrid, las “Chivas” de Gaudalajara y del “América” de México. Los barras del Real Madrid aprendieron de sus colegas boqueases como ingresar al estadio ilegalmente saltando los molinetes, como organizar viajes para contingentes de 250 fanáticvos. Incluso recibieron un CD con cánticos de tribuna que luego abrían de sonar en el estadio Santiago Bernabeu.
Este no es el único caso. “Los borrachos del tablón”, a su vez, asesoraron a barras bravas provenientes de Colombia y Perú. En tanto, que “La Guardia Imperial”, la barra brava del Racing Club de Buenos Aires, asesoraron a “El Frente Atlético”, la barra brava del club Atlético de Madrid.
Rafael Di Zeo incluso habría cobrado, en 2006, a la productora inglesa “Zigzag”, quince mil dólares por una entrevista para el documental “International Football Factories”, emitido luego por TV Bravo.
Más recientemente el diario deportivo Ole, en su edición del viernes 25 de abril de 2014 publicó un revelador artículo de Gustavo Grabia donde el jefe de la “torcida” del club Inter de Porto Alegre manifestaba que había viajado a la ciudad de Buenos Aires para acordar con la barra brava del Club Independiente y con la asociación civil Hinchadas Unidas Argentinas, la concurrencia a la Copa Mundial de la FIFA a realizarse ese año en Brasil ese año.
Por lo revelador de esa entrevista nos ha parecido interesante transcribir sus párrafos principales:
– Giba: “Somos amigos de la barra de Independiente desde 2011, cuando jugamos la Recopa. Antes nos recibieron acá para la Copa América, conocimos a Hinchadas Unidas Argentinas. Y ahora devolvemos el favor. Vine a tratar todas las cosas referentes al Mundial y llegamos a un acuerdo. Los vamos a alojar en dos gimnasios en Sapucaia do Sul, que está en la Gran Porto alegre, a unos veinte kilómetros del centro y que tiene espacio para 1.200 personas. Y garantizo docientos tickets para cada partido de la Selección Argentina.
– Grabia: ¿Cómo los conseguiste? Si en la Web están agotados…
– Por medios políticos
– ¿De qué manera?
– No puedo informarte. Pero ya los tengo conmigo.
– ¿Los compraste?
– No, no, me los regalan (Nota de Autor: el valor por entonces de cada ticket era de 2.000 U$S)
– Algo darás a cambio…
– Sí, después yo ayudo a los políticos en su cosas con la gente que manejo en Porto Alegre (ahí Argentina juega con Nigeria). Y para los partidos en Río y Belo Horizonte (la Selección va contra Bosnia e Irán), las torcidas de Flamengo y Cruzeiro me consiguen los tickets. Ellos tienen los mismos contactos que yo. Será una gran copa.
– Para ustedes será un gran negocio.
– Yo lo hago de amigo y les resuelvo las cosas a los de Hinchadas Unidas Argentinas. El alojamiento, el transporte, los abogados si hay un problema legal, tudo bem.
– ¿Con quién negociás en Argentina?
– Con Bebote. Mi negocio es con Bebote Álvarez. Yo consigo las cosas y él decide quienes vienen y reciben los tickets. Yo le doy todo a él.
– Pero si tenés 200 tickets y vienen 1.200 barras, seguro habrá lío.
– No es mi problema. Yo les doy eso, el resto lo tendrán que conseguir ellos con sus contactos.
– En Brasil hay mucha rivalidad con los argentinos. ¿Vos garantizás que no ocurrirá nada?
– Yo garantizo que con esos 1.200 vamos a confraternizar. ¿Qué pasa con la torcida del Gremio? No se van a cruzar: ellos no entran a nuestros barrios y nosotros no pisamos los de ellos.
– Y no tenés miedo de que nuestros barras lleven la violencia allá. En Sudáfrica hubo un muerto y 29 deportados.
– Esto no es Sudáfrica y Hinchadas Unidas Argentinas tiene líderes y sabrá manejar a su gente.
– Pero, muchos barras son delincuentes, tienen prontuario…
– Los argentinos deberán hacerse responsables por los argentinos. Los conozco y son buena gente. Ni ellos ni nosotros queremos lío, será una Copa bonita.
– Bueno, tienen algo común: vos tenés derecho de admisión a los estadios, como varios de nuestras barras.
– Me lo pusieron por defender a mi gente. Pelee contra la Policía porque oprime al pueblo del Inter y no dialoga. Pero aunque no entro a la cancha, sigo manejando todo con la dirigencia, los políticos, con todo.
– Los barras argentinos tienen un montón de negocios. Además de la reventa, manejan los micros, el merchandising ilegal, puestos de comida y bebida, estacionamientos en espacios públicos, les cobran a los representantes por alentar a sus jugadores, hasta tienen pases de algunos. ¿Cómo es en Brasil?
– Muy diferente. Lo único que nos dan son los tickets y la plata para los micros. Pero a mí me gustaría que fuera como en la Argentina: acá por lo visto está todo mucho más desarrollado.”
El testimonio es por demás revelador. Un abogado podría decir: a reconocimiento de parte, relevamiento de prueba…
Por último, se podría mencionar que los barras bravas cobran por exhibir, durante los encuentros de futbol, banderas con leyendas en apoyo de ciertos políticos. La Guardia Imperial solí colocar en su tribuna una bandera que en letras gigantescas rezaba: “Kirchner 2007”.
Los negocios semi-ilícitos son bien conocidos. Comienzan con la “reventa” de entradas que reciben gratuitamente de los dirigentes de los clubes. Siguen con el control de los estacionamientos. Es decir, en el control de las calles aledañas a los estadios de futbol. Si bien el estacionamiento en esa áreas de la vía pública es libre para cualquier persona, resulta imposible aparcar los automóviles con seguridad allí sin pagar un canon a los barras que cuidan los vehículos. Todo ello ante la mirada indiferente de las autoridades policiales y municipales presentes en el lugar.
En eventos especiales un “clásico”, un encuentro de final de copa o el concierto en que se presenta una figura internacional de la música el costo de aparcar en ese lugar el automóvil puede alcanzar los diez euros.
Por último, los barras bravas incluso venden sus servicios a los dirigentes políticos y sindicales para organizar el proselitismo durante las campañas electorales. Sus servicios pueden ser de lo más variados: pintar consignas electorales en las paredes, llevar pancartas, banderas o tambores a los actos de campaña. Y, llegado el caso, imponer el orden en los actos. Según algunos testimonios, “Los borrachos del tablón” habrían cobrado unos 15.000 euros a un candidato a intendente de la provincia de Buenos Aires por su apoyo en la campaña electoral interna de su partido.
Los negocios ilícitos son menos evidentes. Comienzan con la extorsión a dirigentes, técnicos y jugadores del Club. Aunque estos siempre lo niegan todos “colaboran” financieramente con los “muchachos” de la hinchada.
En ocasiones, la barra brava impulsa a un determinado jugador por que ha recibido de un dirigente, del representante o del dueño del pase del jugador la promesa de percibir una comisión si este es vendido a algún club del extranjero. Por los mismos motivos apoyan o atacan, según el caso, a los directores técnicos. Si el técnico les paga, cuando el equipo pierde, los barras amenazan a los jugadores con represalias si no esfuerzan más para ganar. En ocasiones, es algún dirigente del club el que paga a la barra brava para que hostilice al director técnico y fuerce su reemplazo por otro más afín a sus intereses.
La barra brava también recauda “colaboraciones” entre los comerciantes de la zona aledaña al estadio. En esta forma los comerciantes se aseguran que sus establecimientos no sufran ataques los días en que hay partidos.
Además, la barra brava controla la venta de drogas en el club y en el estadio. En muchos casos, los barrar bravas, son en realidad narcotraficantes provenientes de las villas miserias o de los barrios populares aledaños que han extendido sus actividades criminales al lucrativo negocio del futbol.
Finalmente, las barras bravas obtienen también recursos de sus vínculos con políticos y sindicalistas, tal como se verá seguidamente.
BARRAS BRAVAS, POLÍTICOS Y SINDICALISTAS
La política pronto comprendió que no podía permanecer al margen de un negocio que congregaba multitudes, que generaba adhesiones fanáticas y operaba con millones de dólares. En un principio, los políticos ejercieron su influencia para proteger a los barras bravas de la acción de la justicia. Presionaban a las autoridades policiales o judiciales para lograr la impunidad de los violentos. Cuando esto resultaba imposible, para proporcionarles condenas más reducidas, mejores condiciones de detención, etc. El grado de estas influencias políticas podían llegar incluso a una amnistía presidencial. En enero de 1993, el entonces presidente Carlos S. Menem conmutó la pena del barra brava del Club Atlético San Lorenzo, Emilio Narváez Chávez condenado por asesinar a Saturnino Chávez, el 14 de diciembre de 1990, en el estadio del Club Atlético Boca Juniors, conocido popularmente como “La Bombonera”. Ese día, durante un encuentro entre los equipos de San Lorenzo y Boca Juniors, Narváez Chávez arrojó un caño que pesaba unos veinte kilogramos sobre la bandeja inferior de la tribuna donde se encontraba parte de la hinchada de Boca Juniors provocando la muerte del simpatizante boquense Saturnino Cabrera.
Es indudable que el futbol se ha convertido en una industria millonaria, tan millonaria como la política, al menos en Argentina. De forma tal que ambas entrelazan sus actividades y comparten en muchas ocasiones sus actores centrales. Un claro ejemplo de esta situación lo brinda el actual Jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, el ingeniero Mauricio Macri. Miembro de una familia de poderosos empresarios, poseía una considerable fortuna personal cuando decidió dejar la dirección de las industrias familiares para convertirse en presidente del club de futbol más popular de la Argentina: Boca Juniors. Su objetivo final parece ser competir por la presidencia de la Argentina. Con ese objeto empleó su brillante gestión como presidente del Club para hacer que su nombre y su figura fueran conocidos en todo el país. Al mismo tiempo se rodeó de una aureola de administrador eficiente y creativo. Prestigio y popularidad lo convirtieron en jefe de Gobierno de la ciudad más populosa e importante del país.
Estos no son, claro esta, los únicos ejemplos de vinculaciones entre el futbol y la política. En ocasiones los barras bravas actúan como fuerzas de choque para dirimir algún conflicto político o como “operadores políticos” durante las campañas electorales.
En agosto de 1995, el entonces intendente del Municipio de Morón, Juan Carlos Rousselot recurrió a los barras bravas de los clubes Deportivo Morón y Chacarita Juniors para impedir la entrada al Consejo Deliberante de un grupo de vecinos que protestaba contra un acto de corrupción del intendente en la contratación de empresas para la construcción de cloacas en ese Partido.
En ese entonces, la barra brava de Deportivo Morón era dirigida por Máximo Manuel Zurita, conocido como “cadena” por el objeto que empleaba en las reyertas con otros barras. Un individuo que había cumplido una condena de cárcel por el robo a mano armada a una panadería y a quien se responsabilizaba por el asesinato del joven simpatizante de Boca Juniors, Daniel Hernán García de una puñalada en el abdomen. García, de 19 años, había concurrido a Uruguay para presenciar el encuentro que por la Copa América en que la selección argentina derrotó por 4 a 0 a la selección chilena. Al regresar, el transporte en que viajaba, junto a simpatizantes del Club Defensores de Belgrano, fue interceptado, en la ciudad uruguaya de Paysandú, por los barras bravas de los clubes Deportivo Morón y Tigre. El saldo fueron un muerto y tres heridos graves, todos ellos por armas blancas. Zurita fue identificado por los testigos como uno de los agresores y como el victimario de García.
Zurita había sido designado por el intendente Rousselot con el legajo N° 79.269 para cumplir funciones en el Sector Servicios Públicos del Partido Morón. El barra brava nunca fue separado de su empleo pese a las imputaciones en su contra.
Al igual que los políticos, los dirigentes sindicales suelen apelar a los barras bravas para dirimir violentamente sus conflictos. El 17 de octubre de 2006, se efectuó el traslado de los restos mortales de Juan D. Perón desde su bóveda en el cementerio de La Chacarita hasta la quinta de San Vicente, en la provincia de Buenos Aires. Allí se enfrentaron los seguidores de Hugo Moyano, Secretario General del Sindicato de Camioneros con quienes respondían al sindicalista Juan Pablo “Pata” Medina, dirigente de la Unión Obreros de la Construcción de la República Argentina –UOCRA-, de la filial correspondiente a la ciudad de La Plata. Para reforzar a sus huestes en la puja por ocupar el lugar central en la ceremonia de traslado de los restos, Moyano recurrió a la barra brava del Club Atlético Independiente. El hijo de Moyano, Pablo, además de ser él también un importante dirigente sindical, es vocal titular de la Comisión Directiva del Club Atlético Independiente. Además estaba a cargo del predio que esa entidad deportiva tiene en la localidad de Villa Domínico y que habría sido remodelada con dinero suministrado por el gremio de los camioneros. Su rival, “El Pata” Medina apeló a los barras bravas de los clubes Estudiantes de La Plata y Defensores de Cambaceres.
El enfrentamiento, transmitido por la televisión, se inició con insultos y golpes de puño pronto escaló al empleo de palos y piedras para culminar con impoertante intercambio de disparos. Entre quienes apelaron a las armas se identificó a Emilio Quiroz, alias “Madonna”, chofer de Pablo Moyano y conocido integrante de la barra brava del club Independiente.
Hugo Moyano, actualmente es también Secretario General de la Confederación General del Trabajo –CGT-, la central sindical oficial de la Argentina y Vicepresidente del Partido Justicialista, es decir, del partido que gobierna el país. Quienes lo conocen afirman que el objetivo de Moyano es imitar a Inacio Lula Da Silva y Lech Valesca. Convertirse en el primer sindicalista que llega a la presidencia de Argentina.
Podríamos continuar aportando ejemplos de los inocultables vínculos entre barras bravas, políticos y sindicalistas. Pero para concluir es suficiente con recordar la esclarecedora respuesta que dio el presidente de la Asociación del Futbol de Argentina –AFA-, Julio Grondona a la Comisión de Deportes de la Cámara de Diputados de Argentina. Ante la pregunta sobrfe los vínculos entre dirigentes de los clubes de futbol y los barras bravas, el veterano dirigente respondió con otra pregunta: “¿Cuántos empleados hay en esta casa (por el Congreso de la Nación) que pertenecen a las barras bravas?”