Nadie bien informado puede ignorar que Argelia no es una auténtica democracia sino un sistema opaco que no respeta ni su propia Constitución ni su sistema jurídico.
Un régimen antidemocrático y autoritario que solo tolera una discrepancia política suave, pero nada que realmente amenace su hegemonía.
Argelia es un país donde la prensa es sometida a diario a una férrea censura y los jóvenes blogueros que satirizan al presidente son condenados a largas sentencias de cárcel. Incluso los médicos que se atrevieron a reclamar por la falta de inversiones en la sanidad pública fueron duramente represaliados y cuatro mil de ellos optaron por marcharse del país.
Desde su independencia de Francia en 1962, en tiempos de la Guerra Fría, el coloso del Magreb se convirtió en un país socialista con fuertes vínculos con el Bloque Soviético.
En los últimos veinte años, Argelia ha sido gobernada por el mismo hombre Abdelaziz Bouteflika, un político proveniente de las filas del hegemónico Frente de Liberación Nacional que acostumbra “ganar” las elecciones por más del 80% de los votos.
El problema es que Bouteflika hoy tiene 82 años y está seriamente discapacitado desde que, en 2013, un accidente cerebro vascular lo confinó a una silla de ruedas.
Desde entonces el anciano presidente no pronuncia discursos, no aparee en público y el pueblo solo lo conoce por antiguas fotografías estáticas. Bouteflika tampoco asiste a cumbre internacionales de primeros mandatarios ni recibe a los jefes de gobierno que visitan su país.
El verdadero poder reside en un oscuro entramado de clanes encabezados por el hermano menor del presidente, Said Bouteflika, el Ejército representado por el Jefe de Estado Mayor, Ahmed Gaid Salah, un general de 79 años, y un grupo de poderosos empresarios que monopolizan los grandes negocios argelinos.
En los últimos años, los problemas de gobernabilidad en Argelia no sólo se originan en la vejez y precaria salud del presidente, sino también en una economía dependiente en un 95% de las exportaciones de gas y petróleo a Europa afectadas por el fuerte descenso internacional de estos productos.
El hartazgo ante el estancamiento económico pronto comenzó a invadir a los jóvenes ante la falta de trabajo y oportunidades de crecimiento personal.
Para ellos las opciones se reducían a la resignación, el exilio o la rebelión. Durante años la presión invisible del régimen forzó la paciencia y los más disconformes optaron por buscar un mejor destino en Europa. Ahora las cosas han comenzado a cambiar y el gobierno se muestra impotente para controlar el descontento.
En enero el gobierno anunció elecciones presidenciales para el 18 de abril de este año. Desde hacia meses los cánticos contra el gobierno eran frecuentes en los estadios de futbol, pero el 22 de febrero la protesta llegó a las calles, dos días antes que Bouteflika fuera trasladado a Ginebra “para un tratamiento de rutina”, se suspendiera la inauguración del nuevo aeropuerto en Argel y el anciano presidente anunciara la postulación para un quinto mandato consecutivo.
Las protestas de los viernes, convocadas por las redes sociales, sin líderes evidentes ni organizaciones políticas de sostén, fueron haciéndose cada más multitudinarias y se expandieron hacia las principales ciudades argelinas.
Para contenerlas el gobierno suspendió las clases en colegios y universidades intentando desmovilizar a los estudiantes. Pero fue inútil, la protesta del pasado viernes 8 de marzo fue particularmente masiva.
Impotente, el gobierno respondió trayendo de regreso a Bouteflika para anunciar que retiraba su postulación. Además, violando la constitución el régimen decidió suspender los comicios presidenciales sin fecha. En un acto que en la práctica constituye un auténtico golpe de Estado.
Para justificar la medida el gobierno anunció la convocatoria a una conferencia nacional “inclusiva e independiente” presidida por una “personalidad independiente, consensual y experimentada” que será responsable de conducir este proceso. Pero no proporcionó ni un calendario ni una “hoja de ruta” para el desarrollo de este supuesto proceso democratizador.
Esto ha hecho pensar a la oposición en calles que el gobierno tan sólo intenta ganar tiempo hasta que comience el mes de Ramadán a fines de abril para encontrar un candidato alternativo a Bouteflika, que preserve el statu quo entre los grupos dirigentes, y, al mismo tiempo, “planchar” las demandas de cambios profundos.
Por lo cual, la oposición está convocando a una nueva y aún más masiva jornada de protesta para el próximo viernes 15 de marzo.
La pregunta es si el régimen aceptará las demandas de una transición democrática ordenada o intentará ahogar las protestas con una violenta represión como hizo con los islamistas en la década del noventa.
Por el momento, nadie sabe con certeza como evolucionará la situación en el país más grande y más poblado del Magreb.