Argelia vive desde hace diez días la peor ola de protestas desde que comenzó su vida independiente en 1962.
La indignación de los argelinos se desató cuando el pasado 10 de febrero el anciano presidente Abdulaziz Bouteflika, en el poder desde 1999, anuncio en una “Carta a los Argelinos” su decisión de presentarse en las elecciones presidenciales del 18 de abril próximo para acceder a un quinto mandato presidencial consecutivo.
Convocados a través de las redes sociales los jóvenes se precipitaron a las calles al grito de “Degage”, que en francés puede traducirse como “lárgate”, la misma consigna que emplearon los manifestantes tunecinos que, en 2011, expulsaron del poder al dictador Ben Alí, en el marco de la “Primavera Árabe”.
Bouteflika, al quien el pueblo suele denominarlo “la momia”, accedió al gobierno después de una sangrienta y brutal guerra civil llevada a cabo por las fuerzas armadas contra elementos islamistas. El conflicto se desarrolló entre 1992 y 2002 y se caracterizó por todo tipo de violaciones a los derechos humanos, incluso la muerte y desaparición de al menos 200.000 personas.
Después de un genocidio de tal magnitud, la actitud mesurada de Abdelaziz Bouteflika resultó de alivio. Pero con el tiempo se hizo evidente que el presidente era solo la cara visible de una “democracia tutelada” por la llamada “generación de los descolonizadores” que llevaron a cabo la lucha por la independencia y desde entonces controlan al ejército, al aparato de seguridad y al servicio secreto militarizado, la poderosa Dirección de Inteligencia y Seguridad, DRS (por su sigla en francés), además del partido oficial el Frente de Liberación Nacional.
Bouteflika es el responsable de consolidar en el tiempo un régimen represivo, opaco y con un “techo invisible” que veda todo acceso al poder a quienes no han tomado parte en la guerra de liberación o no es pariente cercano de la “casta de los descolonizadores” y sus secuaces. El resto de los argelinos deben optar por callarse o marcharse al exilio en busca de mejores oportunidades.
Durante su segundo mandato presidencial, en 2008, Bouteflika modificó la constitución argelina posibilitando la reelección indefinida del presidente -algo similar a lo que hizo en su momento Hugo Chávez en Venezuela-.
Pero, al igual que al líder bolivariano, la biología y el precio del petróleo le pusieron límites a sus planes, en 2013.
Mientras que los precios del petróleo, único sostén de la economía argelina, descendían precipitadamente el presidente sufrió un imprevisto accidente celebrar arterial que primero lo mantuvo internado en un hospital de Francia por ochenta días y luego lo confinó a una silla de ruedas sin poder hablar fluidamente. Desde entonces la verdadera situación en que se encuentra su salud constituye un muy bien guardado secreto de Estado y es fuente de todo tipo de especulaciones.
Desde el 2013, Bouteflika no concurre a cumbres internacionales, no recibe a los jefes de Estado que visitan Argelia ni da discursos públicos. Incluso ganó las elecciones presidenciales de 2014 sin aparece nunca en público ni recorrer el país. Es por ese motivo que los argelinos lo apodan “la momia” o “la imagen” porque solo lo conocen por fotos estáticas tomadas hace diez años. Son pocos los argelinos que recuerdan haber visto al primer mandatario en movimiento.
La economía de Argelia es dependiente en un 95% de sus exportaciones de hidrocarburos, gas y petróleo, vitales para el abastecimiento de la Europa Comunitaria. Es por ello que, tanto Francia como España, suelen cerrar los ojos ante la falta de democracia en Argelia. Con Libia sumida aún en la anarquía y Túnez con una estabilidad precaria, los líderes europeos temen que si se incrementan los problemas de gobernabilidad en Argelia, con sus 41 millones de habitantes, una nueva ola de migrantes se proyecte a las costas comunitarias o que incluso la crisis tenga repercusiones en las comunidades de inmigrantes argelinos residentes en Europa.
Además, lógicamente, de temer por la continuidad de sus esenciales suministros de hidrocarburos argelinos.
Con Abdelaziz Bouteflika, de 82 años, recluido desde hace una semana en una clínica de Ginebra para realizarse “exámenes médicos de rutina”, es evidente más que nunca que el poder real reside en la camarilla que controla la Mouradia, el palacio presidencial.
Es decir, por el hermano menor del presidente Said Bouteflika, el Jefe del Estado Mayor, el general Ahmed Gaid Salah, algunos jefes de clanes dentro del Frente de Liberación Nacional y un puñado de empresarios que se han enriquecido desmesuradamente gracias a la corrupción que impera en el país y al control de actividades económicas claves.
Estos son los hombres que pretenden que nada cambie y para ello han impulsado una quinta candidatura presidencial. Para aliviar las resistencias de la población han emitido un supuesto mensaje a la Nación de Bouteflika donde el presidente se compromete, que si es reelegido el próximo 18 de abril, convocará a un referéndum sobre una nueva constitución y respetará el pedido de la oposición de crear una comisión electoral independiente. “Me comprometo a no ser candidato en esa consulta”, precisó en la misiva. Claro que no ha dicho cuanto tiempo le demandará supuestamente adoptar esas medidas y cuál sería la participación del pueblo argelino en ese proceso.
El gobierno argelino pese a las resistencias avanza con la postulación de Bouteflika. Incluso notificó a la prensa internacional que no se le permitirá acceder al país para informar sobre la situación y el desarrollo de la campaña presidencial hasta dos semanas antes de los comicios.
Por el momento, los sectores juveniles opositores, apoyados por plataformas como los intelectuales de “Mutuwana” y el Movimiento Social por la Paz (MSP), el principal grupo islamista autorizado en Argelia, además de organizaciones de abogados y periodistas, no cesan en su actividad callejera pese a que ya se ha producido la muerte de un manifestante de 56 años, 183 heridos y un centenar de detenidos.
El futuro de la democracia en Argelia es por demás incierto en estos días.