En los procesos electorales, una de las tareas más esenciales es la elección de candidatos que figurarán en las diferentes listas. En esta ocasión son millares.
Muchos son sabedores de su condición de relleno, con escasas posibilidades de ser elegidos; para otros será un paso esencial en la vida. Al ser elegido concejal, diputado autonómico (o procurador) senador o diputado nacional… pasará a ser “político”. Esa profesión tan denostada por todos, pero en el fondo, tan admirada e incluso envidiada. Los que repiten, en el mismo cargo u otro, es su consolidación profesional. Dos veces sin duda es un signo inequívoco de profesionalidad. Entre otras cosas, porque llegar a figurar en una lista puede ser por multitud de razones; pero repetir, salvando errores propios y cuchilladas de propios y ajenos, es para nota.
La política, en principio, no es una actividad que requiera una capacitación previa especial. Las vías para conseguir figurar en una lista, en puestos de salida, pueden ser muchas. Se ha llegado desde las bambalinas del teatro, o por la condición de ser víctima o familiar de víctima de un atentado terrorista. Se requiere, por parte de uno, tener vocación y muchas ganas, y por parte del partido que le incluye en las listas, suponer que tiene un atractivo para los votantes… ¡que servirá como reclamo! En el caso de los reincidentes es más sencillo: contar con el apoyo o simpatía de los dirigentes y de la propia militancia… Toda persona incluida en una lista debería gozar, de forma contrastada, por lo menos de tres condiciones, no hacen falta todas con la misma intensidad: liderazgo social, orgánico y discurso político.
El imperfecto funcionamiento de los partidos políticos ha terminado porque el aval que posibilita la llegada a política sea tan sólo el orgánico, que es exclusivamente intestino sin proyección exterior; por ello la razón de ser de elecciones primarias como legitimación. El liderazgo social solo puede evaluarse desde fuera de la política (Caso Colau), con la existencia de listas cerradas, la proyección personal de los políticos en la sociedad es de escaso interés. Por ello vemos pocos diputados, concejales, etc. visitando fábricas, mercados y colegios fuera de la estricta campaña electoral. Tampoco tiene especial relevancia la actividad profesional previa o incluso la formación en la llegada a la política, ser ingeniero o peón caminero es irrelevante, aunque los asuntos que se dilucidan en el órgano para el que se es elegido, cada vez tienen mayor complejidad técnica. Bien es cierto que, pasado algún tiempo, como bien dice un buen amigo mío: lo que se estudió o fue profesionalmente pertenece al pasado se fue pero ya no se es. En el camino se pudo perder un gran ingeniero o un agudo matemático, ahora es político. Pero todo en esta vida, por bien que se haga, es efímero. Los títulos sí cotizan en el mercado laboral; eso ha provocado sin duda hechos como los vividos en los últimos años en una frenética carrera por estar “masterizado”. No por lucir currículum ante los electores que demuestren experiencia y dotes para ejercer las funciones encomendadas es para el día después.
En este súper año electoral, la designación de candidatos es la Gran Yincana. Una cosa irrisoria comparada con el ya conocido por todos: el mercado de invierno de futbolistas. El de primavera de la política va a ser mayor y por ello los electores deben estar atentos para cuando les corresponda decidir a ellos.
Ciudadanos, al ser aún un partido en garantía, ojo no de garantía, está queriendo jugar a la espectacularidad también en su elección de candidatos, para obtener notoriedad. No está fichando personas, capacidades, curriculums que aportar para una mejor gestión de las instituciones. ¡Está comprando imágenes! Ello, como digo, no debe pasar desapercibido para los votantes.
El controvertido fichaje de Silvia Clemente es un buen ejemplo de una determinada forma de concebir la política. Clemente ha sido prácticamente todo durante dos décadas en el Partido Popular de Castilla León y su gestión ha estado repleta de escándalos y sobre todo de ineficiencias. Pero no es este el dato que me interesa destacar, sino que Rivera, con el fichaje de esta ariete, lo que pretende llevar tras de sí es toda la red clientelar de favores y prebendas que dispone Clemente en la Región. Ya saben aquello de “es de bien nacido ser agradecido”… Rivera en Castilla León tiene una seria dificultad política; no cuenta con una estructura territorial y los procesos electorales encadenados, pueden poner en evidencia su precariedad como partido de gobierno. En una comunidad, tradicionalmente escorada a la derecha, puede que su discurso HNW (Hipernacionalismo New Wave) no le valga para mucho y los Populares y los acólitos Vox montados en Babieca le dejen fuera de pista. Sin contar con que al PSOE, que sí dispone de estructura territorial consolidada, le va a ser más fácil competir con tres derechas ultramontanas que con una.
Rivera pretende compensar su fichaje castellano de derechas pretendiendo hacer equidistancia por la izquierda con el balear Joan Mesquida, “decepcionado de la izquierda sanchista.” Ahora bien, Mesquida pertenece a esa clase política sin ideología concreta que hace de la permanencia en el cargo un hasta el infinito y mucho más…Los electores no recordarán su paso por el Gobierno autonómico de Baleares, o por el Ministerio de Defensa, o por la Dirección de la Policía y la Guardia Civil o por la Secretaria de Estado de Turismo; ni los electores ni nadie…pues era un ocupar y no un ser o hacer, donde lo único relevante fueron sus extraña relaciones con el periodista Pedro J. Ramírez. Todo su devenir por la Administración General del Estado tiene que ver más con esa mala costumbre de que hay que tener “en el Estado” un mallorquín, un almeriense, y un de dónde sea, sin mérito alguno. Por ello, venir a criticar la deriva independentistas de Sánchez es ridículo y oír a Rivera decir que le va encargar el Ministerio del Interior patético.
La verdad es que el coach de Ciudadanos será bueno, sin duda, para programas como la Voz pues le suena la música, pero para la política debería también conocer la letra. Ya empezó con el fichaje del navegante a la deriva Manuel Valls que con un encadenado de desaciertos, traiciones y veleidades ideológicas tiene como único mérito hacer prácticamente desaparecer al histórico Partido Socialista Francés.
Los nuevos tiempos no son para llevar a las Cortes como en la República a intelectuales como Azcárate, Valdecasas, Marañón, Ortega y Gasset o Pérez de Ayala pero tampoco a hologramas de políticos.