A los 55 años y sin haber desempeñado nunca un cargo público, Félix Tshisekedi se ha convertido en el quinto presidente de la República Democrática del Congo. Un presidente cuya legitimidad ha sido puesta en duda por la Unión Africana, Francia y Bélgica.
Una clara muestra del aislamiento a que se enfrenta el nuevo presidente es el hecho de que a su asunción del cargo solo concurrió un jefe de Estado africanos, el keniano Uhuru Kenyatta y los vicepresidentes de Namibia, Tanzania y Zimbabue. El presidente de Sudáfrica que se ha pronunciado en respaldo de Tshisekedi se abstuvo de concurrir a la ceremonia en Kinshasa.
Las elecciones realizadas el 31 de diciembre pasado llegaron tras dos años de atrasos e incertidumbre, desde que el entonces presidente Joseph Kabila -en el poder durante los últimos 18 años-concluyera por ley su segundo y último mandato electoral, reteniendo de facto el poder desde diciembre de 2016. Luego de varias aplazamientos, los comicios tuvieron lugar, pero el recuento de votos se demoró más de lo esperado. Finalmente, la Comisión Electoral Nacional Independiente (CENI), con el aval de la Corte Constitucional de país dio por vencedor a Tshisekedi con el 38,57% de los votos emitidos. Pero, esos datos fueron cuestionados tanto por la Conferencia Episcopal como por el candidato opositor Martín Fayulu, favorito en los sondeos previos, que solicitaron infructuosamente un nuevo recuento de votos.
Félix Tshisekedi, es el líder de la Unión para la Democracia y el Progreso Social (UDPS), un partido fundado por su padre Étienne Tshisekedi, un ex ministro del dictador Joseph Mobutu Sese Seko, fallecido el año pasado a los 86 años.
En medios internacionales se sospecha la existencia de un pacto entre Kabila y Tshisekedi que preserve los intereses económicos y la influencia política del presidente saliente. De hecho, el nuevo presidente agradeció a Kabila su importante rol en la “transición y reconstrucción del país” y lo ha considerado como uno de los actores “que ha hecho posible la alternancia democrática”. En un gesto poco usual en la política africana el presidente saliente y el nuevo mandatario se fundieron en un cálido abrazo durante la ceremonia de traspaso del mando.
En realidad, Joseph Kabila deja la presidencia pero conserva aún gran poder en la RDC. Su partido el Frente Conjunto para el Congo tiene mayoría propia en la Asamblea Nacional donde el UDPS, partido del presidente es la tercera minoría.
Además, él y su familia son propietarios de 700 kilómetros cuadrados de las mejores tierras, controlan ochenta grandes empresas presentes en todos los sectores estratégicos -minería, construcciones, telecomunicaciones, etc.-. La fortuna de Kabila no ha dejado de crecer desde que asumió la presidencia en 2001, tras el asesinato de su padre Laurent-Desirée Kabila.
El nuevo presidente, en su discurso de asunción a dicho: “Nuestro Congo no será el de la división, el odio y el tribalismo”. También se comprometió a “revisar la lista de los prisioneros políticos”. Las buenas intenciones de Tshisekedi pueden ser promesas difíciles de cumplir en un país rico, pero densamente poblado, sometido a la explotación de los grandes conglomerados internacionales, con un PBI per cápita de 500 dólares, sacudido periódicamente por las epidemias de ébola y la endémica violencia tribal.