La oscarizada Linda Hunt, en su papel de fotógrafo en la película “El año que vivimos peligrosamente”, le recrimina a Gibson la aparente búsqueda de objetividad periodística: “Uno no debe pensar en los problemas de manera global, debe hacer lo que pueda para aliviar las pequeñas miserias cotidianas, ¿le parece algo ingenuo, verdad?”
La izquierda lleva muchos años, en Europa y en España, viviendo peligrosamente. Sin embargo puede que el año que empezamos en unas semanas sea de todos el que más. Repasemos el panorama. El SPD ha entrado en franco retroceso. En Italia, el macronismo de Renzi llevo al PD a ser la tercera fuerza en el Congreso y la cuarta en el Senado. En Francia, la izquierda quedó diluida en el centrismo impostado de Macron, que ahora no pasa tampoco por sus mejores momentos. A pesar de ello, el PS francés esta entre el quinto o sexto puesto en intención de voto para las europeas. En el Reino Unido y con un Brexit cada día más incierto, tampoco parece ser que los británicos, en las encuestas, vean en el laborismo de Corbyn la solución. Portugal parece ser el único territorio donde el Partido Socialista mantiene su fortaleza, tanto por la aceptación de su gobierno, como en la intención de voto.
En España, la caída en intención de voto de UP es un dato cierto, corroborado con lo sucedido en los comicios andaluces. El PSOE, aunque las encuestas le colocan en primer lugar en este momento después de ser terceros hace un año, no cuenta con el suficiente margen para asegurar un gobierno de izquierda con UP, más si consideramos que la irrupción del voto de VOX puede desequilibrar el voto de la derecha, pero también el de la izquierda.
¿Qué retos tiene la izquierda por delante? Las elecciones europeas se presentan como determinantes para la izquierda socialdemócrata europea ante un riesgo, más que probable, de que la derecha euroescéptica, xenófoba…nacional populista entre de forma contundente en el Parlamento Europeo y utilizando los mecanismos y capacidades que la propia democracia europea establece y puede distorsionar, más gravemente aún, las políticas estatales. El caso del euroescéptico UKIP británico en connivencia con los erráticos conservadores es un buen ejemplo y el catastrófico Brexit consecuencia de ello. La renovación del pacto social que Europa necesita pasa indefectiblemente por una socialdemocracia fuerte y con conservadores y liberales conscientes de que el futuro de la democracia y el bienestar de los europeos están en encontrar un gran consenso con la socialdemocracia y no en abrir la puerta al populismo.
La izquierda tiene que saber pensar los problemas de forma global que recuperen la senda de un modelo de sociedad de bienestar y arbitrar en la práctica medidas eficientes de gestión que alivien las carencias de una sociedad que camina hacia una brecha insostenible de desigualdad social.
Lo peor: cada día es un día menos para hacer llegar a los ciudadanos un discurso renovado y contundente que genere esperanza en un futuro de convivencia pacífica y bienestar en Europa. Lo mejor: ese proyecto europeo y estatal no tiene que inventarlo, pertenece al acervo de los socialdemócratas. Ahora bien, tienen que liberarse de los lastres que les vienen hipotecando, tanto orgánica como estratégicamente, de su ensimismamiento, de la ausencia de autocrítica y esbozar y hacer políticas reformistas sólidas que vayan transformando el patético y peligroso panorama actual.
Las elecciones autonómicas y municipales también pasan a ser cruciales. Es, desde el ámbito municipal y regional, donde puede fortalecerse la izquierda y hacer de nuevo creíble y fuerte el mensaje socialista. Proyectando políticas locales que recuperen el viejo paradigma municipalista de la izquierda. Es, en la proximidad al ciudadano, donde la política adquiere su pleno sentido. En la salubridad pública, el saneamiento urbano, la seguridad, en el aire que respiramos, en los parques y jardines, en la movilidad, en la sanidad, en el consumo… en un larguísimo etcétera que, con una buena concepción y eficiente gestión, conforma la calidad de vida de ciudades y ciudadanos. Es en el escalón superior, en las políticas regionales, donde el Estado del bienestar toma cuerpo con los servicios públicos redistributivos de la renta y que garantizan la cohesión social, educación, sanidad, servicios sociales… Es el gran valor de los estados descentralizados acercando las soluciones a los problemas, profundizando la democracia y dando vigor, con ello, a la relación entre política y ciudadanía. Los socialistas tienen que tomar conciencia de ello y no confundir el nivel de sus discursos. Explicar a los ciudadanos la importancia de diferenciar los votos.
Ahora bien, la socialdemocracia tiene todo un camino que recorrer y en muchos aspectos desandar algunos que ha transitado erróneamente desbordado por los efectos de la globalización y la revolución tecnológica; por haber aceptado como irremediable el universo neoliberal con sus valores y formas de entender y hacer política con el objetivo del poder como un fin en sí mismos. Recuperar la esencia transformadora y el hecho diferencial de la política de izquierdas.
Para ello, la izquierda tiene que repensar su modelo organizativo y de liderazgo, no inocuo a como los ciudadanos la perciben. Si se proyecta con calcadas semejanzas a como lo hacen liberales y conservadores no pueden extrañarse que consideren que es la misma cosa.
La izquierda no puede circunscribir su discurso a “lo social”. El crecimiento y consolidación del bienestar tiene consecuencia directa en el desarrollo económico. El trabajo es un derecho inalienable del ser humano y es el único patrimonio de las personas a las que representa la izquierda. Hoy el problema es tenerlo y que este sea digno en todos sus términos (salariales, género, territorio…). El Estado no crea trabajo, pero la izquierda debe conseguir que este vuelva a ser motor y garante de su creación, fomentando y supervisando sus condiciones. El horizonte es tan ambicioso como complejo: Empleo y cambio productivo, mejora de la productividad empresarial y equitativo reparto de los beneficios a través de un sistema fiscal que permita una eficiente distribución de rentas que haga que los beneficios sociales, instrumentados en servicios públicos, no constituyan “situaciones de coyuntura”.
La economía tecnológica está suponiendo un cambio geométrico de los entornos vitales pero por sí mismo no es suficiente para crear empleo. La máquina de vapor causó una legión de desempleados pero fue también el inicio del movimiento obrero y del socialismo democrático (con partidos y sindicatos) consiguiendo convertir lo negativo en positivo. Hoy es necesario apostar ante el cambio de modelo productivo por un nuevo proceso de reindustrialización que requiere ciencia e imaginación, no solo palabras, que además no puede ser de cualquier manera; teniendo en cuenta, sí o sí, la herida producida al medio ambiente, para el crecimiento no vale todo, de lo contrario haremos más profunda la fosa.
La migración masiva, que no deja de ser una consecuencia más de lo que hoy parece un imparable cambio climático, requiere una respuesta clara. Por ello, la socialdemocracia debe de dejar su tibieza con el discurso migratorio y plantar cara a la derecha xenófoba y afrontar, con los ciudadanos, un debate explicativo diciendo las cosas como son. El despoblamiento, la desertización, la crisis fiscal y el envejecimiento de la población tienen en la migración la solución y no es problema como los populistas enarbolan. No es un tema fácil y requiere mucha pedagogía política, y también políticas globales de largo alcance. No se puede contar sólo la política del día siguiente.
La izquierda en los años 90 asumió el discurso de la diversidad (pluralidad) ideológica (pacifismo, ecologismo, feminismo…) como instrumento de renovación, con ello se introdujo una visión plural y enriquecedora del socialismo democrático, pero también significó un alejamiento de su identidad en la defensa de la clase trabajadora. Esto pasó, por ser benévolos, a ser una idea viejuna en una sociedad europea que construía sus paradigmas en el dinero y el consumo. Esto también supuso una progresiva ruptura con el movimiento sindical sin reparar en que, sin alianza con las organizaciones de trabajadores, es imposible arbitrar políticas socialdemócratas basadas en el consenso. Hoy recuperar el movimiento sindical, que no ha estado exento de graves errores, parece muy difícil con un mercado laboral atomizado y globalizado; sin embargo, engañarse en la diversidad como núcleo de la identidad socialdemócrata, no parece el camino.
En definitiva, el socialismo es globalmente una cultura política, hoy tan necesaria como ayer, en la lucha contra toda relación de dominación, explotación y discriminación a nivel planetario. Por tanto, bajo el término socialismo se incluye todo y se ha vuelto a convertir en un pensamiento y práctica política de combate frente al populismo y de esperanza de futuro para la sociedad…ese es el relato.
El próximo año va a ser un tiempo histórico, como fueron otros, para que la izquierda, la socialdemocracia, el socialismo vuelva a evidenciar todo lo que de válido tiene para afrontar un futuro muy incierto y complicado.
No es un deseo para el próximo año es una necesidad. No importa vivir peligrosamente un año, si la historia termina bien.