Está corriendo estos días por las redes sociales una Carta abierta del sociólogo Manuel Castells a los intelectuales del mundo, en referencia al resultado electoral de Brasil; apelando a una cierta autoridad moral para agitar las conciencias de los brasileños, a través de las redes, ante su voto en la segunda vuelta, antes que sea demasiado tarde.
Inicia su escrito con un Amigos intelectuales comprometidos con la democracia y continúa con Brasil está en peligro. Y con Brasil el mundo… Respeto profundamente al Profesor Castells, sus libros, sus conferencias plenas de sesudos análisis y planteamientos, concitadoras a abrir más prismas del pensamiento e introducirse en caminos alternativos innovadores socialmente. Ha sido sin duda, desde la sociología, uno de los grandes ideólogos de la izquierda moderna. Ahora bien su mensaje de urgencia rezuma un cierto patetismo y planteamiento utópico sobre las redes sociales que él también ha teorizado. Llega tarde para Brasil y malo para los demás no reparar en las causas.
Afirma que la cuestión no es el PT, que como bien indica, es un partido hoy día desprestigiado por haber participado en la corrupción generalizada del sistema político brasileño. El problema es una presidencia de Bolsonaro, un personaje sin duda más peligroso y extremo que Trump. El Gobierno de Lula produjo un profundo cambio social y económico en la sociedad brasileña sacando a millones de brasileños de la extrema pobreza y convirtiendo a un país, que es casi un continente por sí solo, en una de las potencias emergentes que estaban cambiando la bipolaridad económica mundial.
Recuerden con cuanta profusión, al principio de esta década, se hablaba de los BRIC (Brasil, Rusia, China, a las que se unían Sudáfrica y Argentina). Pero la sociedad brasileña terminó sucumbiendo a su propio éxito y no recordó que los avances económicos y sociales deben ser consolidados con profundas transformaciones políticas imperando la moralidad pública, el control democrático de la acción económica del estado y trazando bien la línea roja entre intereses públicos y privados; esto por decirlo refinadamente, pues en román es evitar el irrefrenable deseo humano de enriquecerse valiendo todo. Bolsonaro es entendible y explicable con lo sucedido en los últimos años desde los escándalos de Odebrecht y Petrobras, al incendio del Museo Nacional, pasando por la violencia callejera con asesinatos a la luz del día y con un PIB estancado, cuando hace una década lo hacía al 7,5%, cuando los servicios públicos vuelven a ser lo que fueron y no lo que habían llegado a ser en la bonanza. Una sociedad cansada y frustrada de unos políticos que perdieron el impulso transformador para convertirse en estrellas de la televisión.
Nada es casual y el miedo al regreso a la reacción política es menor que la incertidumbre generada por una izquierda que se durmió en las mieles de los grandes números. Los intelectuales comprometidos con la democracia debieron reaccionar, cuando los ciudadanos tenían capacidad de reaccionar, desde la defensa de un sistema que los tenía como centro de la acción política y sus políticos parecían representarles teniendo un proyecto de país.
Ahora queda lejano cuando Stefan Zweig hablaba de Brasil como el país del futuro, alejado del nacionalismo y racismo europeo, como advertía en las vísperas de la II Guerra Mundial. Advertía (La desintoxicación moral de Europa), no serán los escritos de los intelectuales y los pensamientos reflexivos los que impidan lo peor cuando se confrontan con discursos agresivos y salvadores, por ello hay que aplicarse mucho más.
Hoy en Europa volvemos a frivolizar con el resurgir de la extrema derecha que no crecerá en torno a camisas pardas, himnos y delgados bigotes. La extrema derecha es una forma de pensar y hacer, que crece avivando el miedo, la inseguridad e incertidumbre de los más, para que se gobierne a favor de los intereses de los menos, siempre ganadores. Ejemplo la crisis económica, tras ella ya nada es igual que era. Hay muchos perdedores agraviados. Y los mensajes negativos son más eficaces que los positivos, son más fáciles de entender, sus propuestas radicales unen más.
Estamos viendo estos días como la inoperancia política, la irresponsabilidad mediática y la pasividad de “los intelectuales”, está poniendo en escena a un grupúsculo de extrema derecha español que quieren convertirse en caja de depósito del resentimiento social.
Con sus muchos años y cantando lo mismo, Serrat y Miguel Ríos convocan a más gente en cualquier polideportivo, o un par de juntas generales de Bancos también reúnen a más personas. Ninguna encuesta del CIS les otorga ningún diputado, al contrario porcentajes inapreciables y no en crecimiento, señal inequívoca que nadie se las lee certeramente. Hablar de supresión de las autonomías o de que no entren más migrantes, es un discurso de barra de bar. Sin embargo, falta tiempo para la mayor cobertura en los medios de comunicación, incluso los públicos, para que los periodistas pregunten por ello a los políticos y los políticos lo incorporen a sus discursos. ¿Quién les ha dicho a los estrategas electorales que hablar de ello les beneficia? sean de la derecha, haciendo ver que para eso ya están ellos, o de la izquierda pensando que con ello se fracciona el voto. Significar al insignificante lleva a darle significado. Esa es la estrategia justo de los que pretenden abrir brecha viniendo de la nada.
La única significación la deben tener los ciudadanos y sus problemas. Centrándose en ello se difuminan los extremos. Recuperar la centralidad de los discursos, su parte propositiva y transformadora, regeneradora de las instituciones democráticas limpiándolas de corrupción y tráfico de prebendas. El juego electoral no es un fin en sí mismo para la ocupación del poder, es una forma de contrastar soluciones a favor de la mayoría. Para gestionar eficientemente, saltar los charcos y caminar por camino firme.
En definitiva, convencer por lo realizado, no por lo contado. Como dice Coque Malla“No puedo vivir sin ti no hay manera”…y añado: trabajando desde ya, fortaleciendo la democracia, tolerancia, pluralismo, convivencia, justicia social, equidad… Lo otro es pasarse una granada explosiva de mano en mano musitando… ¿estallará, no estallará, cuándo estallará?