DEMOCRACIA Y PERSONALISMO
Para algunos países, construir instituciones realmente -y no formalmente- democráticas es un proceso difícil, arduo y prolongado que en ocasiones demanda décadas.
En Rusia, por ejemplo la autocracia monárquica del zarismo se prolongó hasta 1917. La Revolución Socialista de octubre de 1917 no proporcionó un régimen democrático al país sino una sangrienta y represiva dictadura de más de setenta años a manos del Partido Comunista. La caída del régimen soviético, en 1991, tampoco mejoró mucho la institucionalidad de Rusia. Una suerte de “zar del siglo XXI” que controla los destinos del país -por diversos procedimientos solo formalmente democráticos- desde que fue nombrado Primer Ministro en a comienzos de 1999.
Algo similar ocurre en diversos países latinoamericanos arrasados por corruptos partidos políticos populistas del más variado signo ideológico y por políticos personalista que hacen recordar al “caciquismo” que tanto daño hizo a España en el pasado.
Este problema también se aprecia recurrentemente en África donde los dictadores gobiernan por décadas, muchas veces en forma vitalicia, y cuando mueren o son derrocados, quienes los reemplazan no tardan en mostrar los mismos rasgos autoritarios y en apelar al clientelismo, el nepotismo y la corrupción política para ellos también perpetuarse en el poder.
Precisamente ese el caso, de los ocurrido en Zimbabue donde el lunes 30 de julio pasado se han realizado elecciones generales para “normalizar” las instituciones del país después del golpe de Estado militar que puso fin a los 37 años de gobierno del anciano dictador Robert Mugabe, el “Camarada Bob”, como lo llaman sus partidarios.
LA CASA DE PIEDRA
Zimbabue, nombre que en dialecto shona significa: “casa de piedra”, fue conocido en un tiempo como el granero de África del Sur. Hoy pese a sus grandes riquezas naturales, es uno de los países más pobres del mundo, donde sus dieciséis millones de habitantes se enfrentan a una tasa de desempleo del 90% y el 21,4% (3,53 millones de personas) deben sobrevivir con menos de dos dólares diarios.
En 2010, Zimbabue se situó en el último ligar del Índice de Desarrollo Humano elaborado por la ONU. En 2016, ha mejorado sustancialmente ubicándose en el puesto 154 entre 188 naciones.
Conocida como Rhodesia del Sur y luego como República de Rhodesia -en honor al colonizador británico Cecil Rhodes-, el 18 de abril de 1984, luego de independizarse del Reino Unido, tomó su nombre actual de República de Zimbabue.
En diciembre de 1979, cuando finalmente fue depuesto el régimen blanco de apartheid y se celebraron elecciones libres el partido de Mugabe, el “Unión Nacional Africana de Zimbabue – Frente Popular” (Zimbawe African National Union – Patriotic Front -ZANU / PF-), obtuvo 57 de los 80 escaños del Parlamento y Robert Mugabe se convirtió en Primer Ministro. El “Camarada Bob”, como afectuosamente lo llaman sus partidarios había llegado al poder en Zimbabue y no se apartaría de él por los siguientes 37 años.
Entre 1981 y 1984, Zimbabue vivió una cruenta guerra civil entre las étnicas shonas y ndebeles. Mugabe y el ZANU-FP tomaron partido por los shonas. Mientras que el ex ministro del Interior, Joshua Nkomo y el partido ZAPU por los ndebeles.
El conflicto étnico, como suele ocurrir en todas las guerras civiles, y especialmente en África, fue particularmente cruento y pronto derivó en sangrientas matanzas de “limpieza étnica”.
Mugabe fue finalmente el más fuerte, y los militares shonas los más crueles. Se Estima que el conflicto en Zimbabue produjo entre 10.000 y 30.000 víctimas civiles, en su gran mayoría campesinos ndebeles.
La guerra finalizó totalmente, recién el 22 de diciembre de 1987, con la rendición de Nkomo y la disolución de ZAPU.
El 31 de diciembre de 1987, después de una reforma constitucional y de pacificar el país, Mugabe acumuló un inmenso poder. Dejó su cargo de Primer Ministro para transformarse en presidente.
EL “CAMARADA BOB”
Fueron tiempos de prosperidad, Zimbabue se transformó en uno de los mayores productores agrícolas de África, tanto de cereales como de tabaco, del que el país se convirtió en gran exportador.
Mugabe combatió decididamente el analfabetismo, destinando a la educación ocho veces más recursos que los mandatarios de los países vecinos, hasta reducirlo en un diez por ciento y consiguió un importante crecimiento económico.
En 1990, renunció al modelo marxista de partido único, aunque cambiando el sistema parlamentario por otro presidencialista que incrementó notablemente sus facultades como gobernante. Mugabe se convirtió en una celebridad en los foros internacionales, en especial, en la Unión Africana y el Movimiento de Países No Alineados. Incluso, en 1994, la reina Isabel II lo nombró “caballero”. Aunque en 2008 le retiró el título por las atrocidades que cometía.
Pero, como no hay prosperidad que dure para siempre, a finales de los años noventa, la economía de Zimbabue comenzó a decaer.
En 1998, una decisión económica desacertada precipitó la tragedia. Una improvisada reforma agraria expropió el 32% de las tierras agrícolas hasta entonces en manos de la minoría blanca y las puso en manos de veteranos de la guerra de la independencia que se convirtieron en productores minifundistas.
Los pequeños campesinos carecían de conocimientos técnicos, capital y manejo de los circuitos de comercialización internacionales. La producción agrícola se derrumbó y el país pasó de exportador a vivir en una economía de subsistencia.
Para colmo de males, tanto los Estados Unidos como la Unión Europea aplicaron sanciones económicas en represalia por las expropiaciones a sus nacionales y sus empresas.
Mugabe siguió ganando elecciones cada vez más fraudulentas mientras el país se precipitaba al abismo. La esperanza de vida descendió hasta los 36 años, la mortalidad infantil en los primeros diez años de vida se incrementó a 650 muertos cada mil niños. El analfabetismo comenzó a crecer aceleradamente cuando el gobierno terminó con la enseñanza gratuita.
Mugabe apeló a la receta clásica. Impuso precios máximos en los productos esenciales y comenzó a perseguir a los empresarios para contener a la inflación. El resultado en Zimbabue fue un total fracaso, provocó emisión monetaria desbordada, desabastecimiento, mercado negro, fuga de capitales y de mano de obras calificada.
El evidente deterioro en la salud de Robert Mugabe dada su avanzada edad, por ejemplo, su costumbre de quedarse dormido durante el desarrollo de las ceremonias oficiales y reuniones de gabinete desataron una sórdida lucha por su sucesión. No obstante, el nonagenario presidente anunció que se presentaría para su octava reelección en 2018.
EL COCODRILO MNANGAGWA ENTRA EN ACCIÓN
En 2014, en un agitado Congreso del ZANU-PF, el abogado Emmerson “Cocodrilo” Mnangagwa, quien había dirigido el ministerio de Defensa por diez años, se convirtió en vicepresidente.
Mnangagwa era el líder de los dirigentes históricos y contaba con el respaldo del Ejército. Nacido el 15 de septiembre de 1942, en el distrito de Zvishavana, al sudoeste de Zimbabue, entonces británico, el joven Emmerson creció en Zambia. Hijo de un militante anticolonialista, se unió en 1966 a las filas de la guerrilla independentista contra el poder colonial. Detenido, escapó a la pena de muerte y, al igual que Mugabe, cumplió diez años de prisión.
Los zimbabuenses lo llaman “Lacoste” en referencia al apodo de sus años de guerrillero: “El cocodrilo”, por no derramar lágrimas sino morder más fuerte. Mnangagwa ha reconocido que sus años de guerrilla le enseñaron a “destruir y matar”.
Luego jefe de Seguridad Nacional dirigió, en 1983, la brutal represión de la policía en las provincias secesionistas de Matabeleland (oeste) y Midlands (centro).
El pasado 6 de noviembre, Mugabe pateó el tablero al destituir a Mnangagwa -quien recientemente había sobrevivido a un intento de envenenamiento, acusándolo de “deslealtad y escasa honradez en la ejecución de deberes”. Mnangagwa se refugió en la vecina Sudáfrica.
El miércoles 15, en horas de la madrugada llegó la réplica de los militares. El Ejército salió a las calles, forzó la renuncia del “Camarada Bob” y colocó en la presidencia a Emmerson “Cocodrilo” Mnangagwa.
No obstante, Robert Mugabe tuvo la habilidad y entereza suficiente para negociar con los militares golpistas una serie de jugosas prebendas a cambio de su renuncia. Comenzando por una indemnización de diez millones de dólares, una pensión vitalicia de cien mil dólares para él y de setenta y cinco mil para su esposa Grace. El empobrecido Estado de Zimbabue además deberá hacerse cargo de los gastos médicos, de seguridad y viajes de la expareja presidencial. Mugabe continuará viviendo en su lujosa residencia de Blue Roof, en Harare, valuada en más de siete millones de dólares.
Incluso los 21 de febrero, día del nacimiento de Mugabe, será feriado nacional bajo la denominación de “Día de la Juventud Robert Mugabe”. Además, logró protección para sus empresas y aún las inversiones de hijos están garantizadas.
“El cocodrilo” Mnangagwa se puso al frente de un país aislado internacionalmente, que arrastraba una grave crisis económica e hiperinflación desde principios de este siglo y una persecución sistemática a los opositores al régimen de Mugabe y del ZANU-PF.
El cambio de gobierno limó asperezas con algunas potencias internacionales, que anunciaron que estudiarían levantar las sanciones impuestas durante la era Mugabe. Esto ha propiciado varios encuentros con inversores internacionales, aunque los acuerdos aún no han sido implementados. A día de hoy los principales socios comerciales de Zimbabue siguen siendo Sudáfrica y China, especialmente en los sectores agrario y minero.
ELECCIONES CUESTIONADAS
El lunes 30 de julio, 5,5 millones de zimbabuenses que se inscribieron como electores concurrieron a 10.985 centros de votación en todo el país para elegir entre 23 candidatos al nuevo presidente y a 210 diputados a la Asamblea Nacional.
Las elecciones fueron supervisadas por una comisión de observación internacional de la Unión Europea, los Estados Unidos y la Conmonwealth.
Emmerson Mnangagwa (1942), de la gobernante Unión Nacional Africana de Zimbabue – Frente Patriótico se impuso a su principal rival, el líder del Movimiento por el Cambio Democrático -MDC-, el joven abogado y religioso Nelson Chamisa (1978), en seis de las diez provincias del país.
El presidente de facto logró algo más de 2,4 millones de votos (el 50,8%), de manera que evitó ir a una segunda vuelta al cumplir con el requisito de obtener, como mínimo, la mitad de los sufragios más uno.
Chamisa, por su parte, se adjudicó 2,1 millones de votos (el 44,3%), si bien un portavoz de su partido.
El ZANU-PF logró 145 escaños en la Asamblea Nacional, el MDC obtuvo 63 asientos, el Frente Patriótico Nacional, un partido creado recientemente por antiguos aliados de Mugabe, y otro a un candidato independiente.
Al conocerse el resultado de los comicios, el candidato opositor Nelson Chamisa del Movimiento por el Cambio Democrático denunció fraude y sus partidarios tomaron las calles del centro de la capital, Harare, para protestar.
Desde las últimas semanas de campaña electoral, los partidos opositores habían denunciado maniobras de fraude y luego sospecharon por la demora en dar a conocer los resultados del recuento de votos.
El Ejército y la policía mantuvo el control de la situación reprimiendo a los manifestantes con gases lacrimógenos, chorros de agua y cuando esto no es suficiente apelando a munición de guerra. La represión gubernamental de las protestas dejó un saldo de al menos tres manifestantes muertos.
EN SÍNTESIS
Los destinos de Zimbabue, después del eclipse político de Robert Mugabe, siguen en manos de los hombres y del partido político que condujo al país hacia la independencia.
Aunque Mnangagwa controla la situación y cuenta con el apoyo del Ejército, Zimbabue no ha podido superar el trágico legado de Mugabe y si el país quiere salir del atolladero en el que se encuentra, terminar con el aislamiento internacional y recibir inversiones productivas debe mejorar la vigencia de los derechos humanos y crear instituciones democráticas fuertes y creíbles algo que por el momento parece difícil.