La editorial Edhasa acaba de publicar en castellano las memorias de Robert Potash (1921 – 2016), profesor emérito de la Universidad de Massachusetts, miembro de la Academia Nacional de la Historia de Argentina y de la Academia Mexicana de Historia.
Potash es posiblemente el mejor historiador de la política en las fuerzas armadas argentinas. Distinción que sólo puede disputarle el sociólogo y diplomático francés Alain Rouquie.
Sus libros “El ejército y la política en Argentina, 1928 – 1945. De Yrigoyen a Perón” (1971) y “El ejército y la política en Argentina, 1945 – 1962. De Perón a Frondizi” (1980) me sirvieron de guía cuando como becario de CONICET, en 1984, preparaba mi tesis de doctorado sobre “Los Estilos políticos en Argentina. 1852 – 1955”.
Lo que más me fascinaba de los libros de Potash era la forma en que este profesor estadounidense accedía a las confidencias y los papeles privados y a veces a documentos oficiales reservados de manos de protagonistas vivos de la política argentina.
Antiguos militares golpistas y políticos democráticos parecían competir para revelar sus secretos y ser citados en los trabajos de Potash.
Inmediatamente imagine que Potash debía mantener algún vínculo con el gobierno estadounidense y que en realidad era éste quién, a través de su embajada en Buenos Aires, abría las puertas para que el profesor de Massachusetts obtuviera sus entrevistas y recogiera informaciones reservadas.
Al mismo tiempo sus fuentes argentinas eran más o menos conscientes que hablaban como un representante del gobierno americano y al hacerlo estaban creando o consolidando sus vínculos con ese país.
Hasta la aparición de las “Memorias” de Potash, éstas eran tan solo suposiciones de mi parte basadas únicamente en el conocimiento que tenía de la forma en que operan los servicios de inteligencia. La aparición de este libro póstumo de Robert Potash ha venido a corroborar estas suposiciones.
Potash relata que su primer contacto con los organismos de inteligencia de su país se produjo durante la Segunda Guerra Mundial, cuando el 15 de mayo de 1944 se incorporó en el “Military Intelligence Training Center” de Camp Ritchie, Maryland. El mismo centro de instrucción en inteligencia donde recibió su instrucción inicial como interrogador el Dr. Henry Kissinger. Allí, Potash se formó inicialmente como analista de fotointerpretación.
Posteriormente, Potash fue instruido como analista de orden de batalla del Ejército Imperial Japonés y se integró al G-2 (Inteligencia) del Décimo Ejército de los Estados Unidos en el Pacífico. Prestó servicios en la Isla de Okinawa. Fue licenciado el 18 de febrero de 1946, con el rango de sargento mayor, el más alto para personal reclutado con derecho a usar la cinta de teatro americano, cinta de teatro del Pacífico y una estrella de bronce por participar de la campaña de Ryukyu. Nada mal para un bisoño analista de inteligencia.
Según Potash, durante la contienda fue tentado de incorporarse a la División de Investigación de América Latina de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), el organismo que precedió a la Agencia Central de Inteligencia (CIA) creada en 1947, pero rechazó la propuesta.
Según Potash fue reclutado para la inteligencia americana recién en 1954 durante la reunión anual de la Asociación Histórica Americana, realizada en Nueva York, por Miron Burgin, jefe de la División de Investigación y Análisis de América Latina del Departamento de Estado.
Como corrían los tiempos de la Guerra Fría, su incorporación demandó engorrosas tramitaciones que seguramente incluirían comprobaciones de seguridad. Finalmente, el 3 de agosto de 1955, después de pedir licencia en su cargo docente de la Universidad de Massachusetts, Potash fue designado Oficial de Reserva del Servicio Exterior, clase 5.
Inmediatamente, fue destinado a la División de Investigación para las Repúblicas Americanas (DRA) (Bureau de Intelligence and Research) del Departamento de Inteligencia e Investigación del Departamento de Estado.
Aunque sus estudios previos sobre América Latina y su única estadía en la región habían sido en México, Potash fue designado “analista de la región rioplatense que comprendía Argentina, Uruguay y Paraguay”.
En otras palabras su interés por la Argentina surgió de una asignación oficial como oficial de inteligencia y no de una decisión académica o afectiva hacia la Argentina. Su pasión por la Argentina se inició en un requerimiento de sus superiores que pudo cumplir satisfactoriamente en función de su experiencia en la construcción del “orden de batalla” japonés durante la guerra.
Incluso su primer viaje a la Argentina se produjo en junio de 1956 y fue financiado y coordinado por sus superiores en el Departamento de Estado. Además de una estadía de treinta días (entre el 29 de junio y el 1° de agosto) en Argentina, el periplo comprendió visitas a Río de Janeiro, San Pablo, Montevideo, Asunción, La Paz y Lima durante otras dos semanas. El Departamento de Estado estaba invirtiendo en la capacitación de un analista (P. 90).
Como en veintidós de los veinticinco viajes que Robert Potash realizó a la Argentina entre 1956 y 2001, lo acompañó su diligente esposa Jeannie.
Según Potash dejó el Departamento de Estado en agosto de 1957 para retornar a su vida académica, pero reconoce que siguió elaborando informes y estimaciones nacionales de inteligencia sobre Argentina como analista externo contratado durante una cantidad de años que no precisa (P. 95).
Además, el Ejército de los Estados Unidos siguió financiando la publicación de algunos de sus trabajos, en especial obras colectivas sobre Sudamérica, así como aportando fondos a través de organismos de cobertura para solventar viajes y tares de “investigación” realizadas por Potash en Argentina sobre temas de su interés.
Potash refiere que incluso en el año 2000, fue convocado por el encargado de negocios en Argentina Manuel Rocha a un almuerzo en la Embajada en Buenos Aires con el objeto de preguntarle sobre sus actividades como miembro de la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en Argentina (CEANA), creada en noviembre de 1997 por el gobierno de Carlos Menem.
Potash, como experto en temas militares en la década de 1940 y 1950 y por su condición de judío, fue contratado por el Ministerio de Relaciones Exteriores para integrar la CEANA como uno de los tres expertos internacionales y era el gobierno argentino quien cubría sus gastos de pasajes y estadía en Argentina.
Rocha aprovechó la oportunidad para solicitarle su apreciación sobre las actividades políticas de la cúpula militar argentina de ese entonces sabiendo de que el historiador gozaba de la amistas y confianza del entonces Jefe de Estado Mayor del Ejército, general Martín Balza.
Como puede apreciarse es muy difícil determinar cuando Potash estaba actuando como historiador y cuando como analista de inteligencia. Tampoco era sencillo establecer si esta recomendando a un prometedor joven historiador o actuando como “caza talentos” para la inteligencia de su país.
Las “Memorias” de Potash resultan de sumo interés para apreciar en que forma se interrelacionan íntimamente los servicios de inteligencia estadounidense con sus universidades y académicos, como reclutan cuadros valiosos y luego como los mismos terminan alternando sus actividades académicas y de inteligencia. Técnica que deberían imitar los organismos de inteligencia locales.
En 2016, a los 95 años, falleció Robert Potash, en Applewod, una comunidad de retiro donde residía desde 1997, seguramente en los últimos años extrañaría al país que dedicó una parte importante de su vida.
Dejó dos hijas y tres nietos, una docena de valiosos libros, centenares de artículos, informes y ponencias, además de miles de admiradores en todo el mundo.
Las 338 páginas de sus memorias sobriamente editadas por Edhasa presenta una traducción muy cuidada digna de él. Es un libro apasionante y de ágil lectura (me demandó escasa 48 horas) aunque lamentablemente para un lector subcuarenta no especializado en la historia e historiografía argentina muchas de las personas mencionadas en el texto le dirán muy poco.
Pero, para los que nos formamos como historiadores con sus libros estas memorias son un imprescindible “Adiós al Maestro”.