Pocas personas en el mundo dudan de que el futbol se ha convertido, en las últimas décadas, en una gran industrial multinacional que opera con millones de dólares en publicidad y turismo.
Cada cuatro años, la Copa Mundial del Futbol organizada por la FIFA constituye un evento de gran magnitud que proporciona al país organizador no sólo importantes réditos económicos sino ola oportunidad de ganar visibilidad internacional. El país sede tiene la oportunidad de presentar al mundo su sociedad, de mostrar la pujanza de su economía y la estabilidad de sus instituciones.
La importancia que este evento ha adquirido es de tal dimensión que países como los Estados Unidos, Canadá y México han archivado sus múltiples diferencias y desencuentros -en materia de política migratoria, muros fronterizos, NAFTA y cambio climático, etc.- para forjar una candidatura conjunta como país sede.
Es que el futbol también se ha infiltrado en la agenda diplomática de los Estados y es una pieza más el tablero geopolítico internacional. A tal punto que no puede sorprender que el presidente Donald Trump haya aprovechado un encuentro en la Casa Blanca con el presidente nigeriano Muhammad Buhari para presionar en favor de la candidatura de su país. “Espero que todos los países africanos y del resto del mundo apoyen nuestra candidatura con Canadá y México para la Copa del Mundo 2016. Estaremos mirando muy de cerca y cualquier ayuda que nos den será apreciada, dijo en tono de advertencia el primer mandatario estadounidense.
En estas ocasiones los países suelen privilegiar la solidaridad regional. Votan en bloque a algún país de su región o a alguno de sus aliados internacionales como candidato a país sede.
América Latina, por ejemplo, voto por la candidatura conjunta de los tres países americanos. La única excepción fue Brasil. Muy cuestionado por sus vecinos por esta aptitud discordante.
Es por ello por lo que no deja de sorprender la aptitud poco solidaria asumida por el gobierno de Arabia Saudita al votar contra la candidatura de Marruecos. En especial porque no solo se trató de un voto en contra, sino que Riad hizo campaña en favor de la candidatura conjunto ante los gobiernos de otros países árabes.
En Rabat la aptitud saudita fue vivida como una auténtica traición. Marruecos siempre ha sido un aliado firme y confiable de la monarquía saudí. Marruecos siempre ha estado presente con su apoyo a los sauditas en todos los casos en que se le requirió, en especial en su disputa con el régimen shíi de Irán.
Como entender entonces esta defección de Riad, en una votación en que Marruecos cosechó la solidaridad de la mayoría de los países africanos -incluso de su rival regional: Argelia- y árabes, reuniendo por sí solo 65 votos frente a los 134 votos reunidos por tres importantes estados: la superpotencia de los Estados Unidos, sumada a Canadá y México.
La explicación más sencilla sería pensar que la monarquía saudita procedió en esa forma buscando congraciarse con Washington. Pero puede haber algo más.
En los últimos tiempos, en especial desde que el príncipe Mohamed ibn Salmán se ha convertido en el poder tras el trono, Riad ha comenzado a mirar con suspicacia el creciente soft power de Marruecos y el gran prestigio que como estadista tiene Mohamed VI en todo el mundo. En especial, el incremento de la influencia de Marruecos en África.
Además, lo saudíes no pueden perdonar que Marruecos no los haya acompañado en su rompimiento con el emirato de Qatar.
El 5 de junio de 2017, Riad y un conjunto de países aliados (Baréin, Egipto, Emiratos Árabes Unidos, Libia, Maldivas y Yemen) rompieron relaciones diplomáticas con Qatar.
La causa fue el pago, por parte del gobierno de Qatar, de una gran suma de dinero a las milicias shiís en Irak como rescate por 26 rehenes cataríes (entre ellos miembros de la familia real Thani). Arabia Saudita y sus aliados acusaron a Qatar de financiar a grupos terroristas.
En esa ocasión Marruecos, dio una muestra de prudencia y prefirió buscar un entendimiento entre países musulmanes. Riad no encajó bien esa muestra de independencia por parte del país magrebí y esperó arteramente la oportunidad de hacerle pagar esa “factura” a su tradicional aliado.
Posiblemente esto explique el comportamiento de Arabia Saudita. Al mismo tiempo, Marruecos, como sede de la Copa Mundial de Futbol 2026, se habría proyectado aún más claramente como una nación líder en el ámbito global, opacando la influencia saudita en el mundo árabe.
Como es de esperar, Marruecos tampoco olvidará fácilmente la afrenta infligida por Arabia Saudita y el hecho seguramente tendrá repercusiones posteriores en el mundo árabe.
Cada vez es más evidente que en los estadios de la Copa Mundial de la FIFA se juega algo más que un resultado deportivo. Podríamos decir, en términos clausewitzcianos, que el futbol se ha convertido en una “guerra por otros medios” donde se juegan negocios y el prestigio de los países.
Lo único cierto por el momento es que Marruecos ha intentado infructuosamente seis veces ser país sede y el tema se ha convertido en una cuestión de orgullo nacional. Por lo cual, seguramente el Reino intentará nuevamente, en 2022, ser designado el país organizador de la Copa Mundial de la FIFA 2030. Esperemos que en esa ocasión no sufra nuevas traiciones de quienes considera sus amigos y hermanos.