CORRUPCIÓN EN LA POLÍTICA AFRICANA
La crisis política que hoy vive Sudáfrica y el partido del Congreso Nacional Africano debido a la renuncia del presidente Jacob Zuma pone de manifiesto que la corrupción gubernamental es un mal endémico que afecta a la mayoría de los Estados africanos.
Los sistemas políticos de los jóvenes Estados africanos padecen una serie de males, qué como una suerte de enfermedades juveniles, afectan su desarrollo, estabilidad democrática y paz social.
Uno de los principales males es que los gobernantes, una vez que llegan al poder se niegan a abandonarlos y se eternizan en el cargo y hasta pretenden transmitirlos a sus esposas o hijos. Veamos algunos ejemplos: el desaparecido Mobutu Sese Seko gobernó a la República Democrática del Congo durante 32 años hasta ser derrocado por una fuerza guerrillera, Robert “Camarada Bob” Mugabe lo hizo en Zimbabue por 37 años entre 1980 y 2017, cuando dejó la presidencia tenía 93 años; Teodoro Obiang Nguema llegó al poder en Guinea Ecuatorial gracias a un golpe de Estado, en 1979 y lo retiene actualmente. El presidente camerunés Paul Biya está en el cargo desde 1982, pese a sus 85 años. En tanto que, Abdelaziz Bouteflika, a sus 80 años y tras varios accidentes cerebro arteriales, se aferra empecinadamente al poder en Argelia.
Como puede apreciarse, viejos y enfermos los gobernantes africanos suelen empecinarse en no dejar sus cargos.
Por otra parte, la denominada “maldición de los recursos naturales” hace que la corrupción en el continente africano sea un mal endémico. Gobernantes y políticos en general se enriquecen desmedidamente permitiendo el saqueo de sus recursos naturales a manos de empresas multinacionales y gobiernos extranjeros mientras su población vive en medio de la pobreza más extrema.
Por último, las estructuras tribales de las sociedades africanas hacen del nepotismo una práctica común y aceptada. Los gobernantes y funcionarios eligen a sus parientes, a los miembros de su clan para ocupar los cargos más relevantes y favorecen a los miembros de sus tribus en las promociones o para el otorgamiento de cualquier ventaja. En estas designaciones rara vez se tiene en consideración la idoneidad de las personas.
Estas conductas se repiten porque los políticos africanos suelen considerar que gozan de una absoluta impunidad. En raras ocasiones terminan en la cárcel por los delitos cometidos en la función pública. Incluso aberrantes dictadores suelen negociar su huida al extranjero con las riquezas malversadas cuando son derrocados: Mobutu Sese Seko y Robert Mugabe han sido ejemplos paradigmáticos en este sentido.
EN EL LIBRO GUINNESS DE LA CORRUPCIÓN
Pero, el caso del ex presidente sudafricano Jacob Zuma rompió todos los parámetros y merece figurar en el “Libro Guinness” de la corrupción africana, con ochocientas denuncias en su contra. Aunque su renuncia se ha producido más por los problemas que enfrenta la economía sudafricana y, especialmente, por el enfrentamiento de Zuma con quien era su vicepresidente y reciente presidente del gobernante partido del Congreso Nacional Africano (ANC), el acaudalado empresario y abogado Matamela Cyril Ramphosa.
El ex presidente Jacob Gedleyihlekisa Zuma (1942), de origen muy humilde y sin educación formal alguna, en su juventud ingreso al Partido Comunista Sudafricano (SACP) que participó activamente de la lucha contra el régimen blanco de apartheid en Sudáfrica. Por este activismo debió cumplir una condena de cárcel de diez años en el penal de Robben Island, junto a Nelson Mandela y luego con otros diecisiete años de exilio en Mozambique, Zambia y otros países africanos.
Es un político populista que, cumpliendo con las tradiciones zulúes, practica abiertamente la poligamia. Se ha casado seis veces, se divorció de una de sus esposas y enviudó de otra, cuando la mozambiqueña Kate Mantsho se quitó la vida en el 2000. Sus esposas le han dado 21 hijos.
Primero fue vicepresidente de Sudáfrica, luego presidente del ANC y, al ganar las elecciones de 2009 se convirtió en presidente de su país. Su último mandato vencía en 2019.
Zuma había logrado superar, gracias al apoyo del ANC, siete mociones de censura parlamentaria por hechos de corrupción y hasta por delitos comunes.
Las principales imputaciones que pesan sobre el ex presidente sudafricano datan al menos del año 2005. En ese entonces, Zuma era vicepresidente del presidente Thabo Mbeki, cuando fue imputado por lavado de dinero y extorsión, con relación a un controvertido acuerdo de armamentos por valor de cinco mil millones de dólares firmado con una empresa francesa, en 1999.
En 2017, la Suprema Corte de Sudáfrica ordenó su procesamiento por 783 cargos de corrupción que Zuma había logrado que tribunales inferiores descartaran.
En 2006, fue absuelto de la acusación de haber violado a Fezekile Ntsukela Kuzmayo, una amiga de su familia. Zuma adujo que mantuvo con ella relaciones sexuales consensuadas y logró que la corte le creyera.
En 2013 empleó fondos estatales para remodelar su residencia en la zona rural de Nkandia, en el norte de KwaZulu – Natal, donde nació. La justicia lo obligó a devolver veinte millones de dólares apropiados ilegalmente con ese propósito.
Zuma también esta acusado de tráfico de influencias por favorecer los negocios de la rica familia india Gupta posibilitando que obtuviera lucrativos contratos con el gobierno.
Pero lo que puso fin a la carrera de Zuma no fueron estos hechos de corrupción sino su enfrentamiento con el vicepresidente Ramaphosa.
Jacob Zuma postuló a su ex esposa Nksazama Dlamini – Zuma para sucederlo como presidente del ANC en camino a la candidatura presidencial para las elecciones de 2019. Pero está perdió la votación frente a Matamela Cyril Ramphosa.
Desde la presidencia del ANC, Ramphosa inició una campaña de desestabilización contra el presidente Zuma empleando como excusa la lucha contra la corrupción. No es que Zuma fuera inocente de estas acusaciones, sino que Ramphosa nunca había mencionado el tema y aceptado importantes cargos en su gobierno hasta que se enfrentaron por la conducción del ANC y la candidatura presidencial en 2019.
El 13 de febrero de 2018, Ramphosa logró que el Congreso Nacional Africano pidiera al presidente Zuma que dejará su cargo “por interés del país”.
En un primer momento, Jacob Zuma intentó resistir su desplazamiento y pidió al ANC un plazo de tres a seis meses para dejar su cargo. Pero, ante la intransigencia de sus detractores y al ver que carecía totalmente de apoyo debió renunciar.
OTRO MAGNATE COMO PRESIDENTE
Matamela Cyril Ramphosa, es un magnate sudafricano, nacido en la pobreza y que se ha convertido en uno de los africanos más ricos. Al dedicarse a la política, Ramphosa sigue el mismo camino de otros potentados que descubren su vocación por la política como Donald Trump, Silvio Berlusconi o Mauricio Macri.
Nacido en la turbulenta área urbana de Soweto, situada 24 km al suroeste de Johannesburgo, en la provincia de Gauteng, en 1952. Soweto es una de las superficies urbanas más grandes del país, con una población estimada de entre tres y cuatro millones de personas. Su nombre deriva de la abreviatura silábica en inglés para South Western Townships (Asentamientos sudoccidentales).
Ramphosa, era hijo de un agente de policía que falleció cuando el era tan solo un niño. Mientras estudiaba derecho en la Universidad del Norte se unió a la Organización de Estudiantes Sudafricanos y a la Convención del Pueblo Negro. Este activismo político lo llevó en dos oportunidades acusado de actividades terroristas.
Al ser liberado comenzó a trabajar como asistente en un estudio jurídico y completó sus estudios de derecho, graduándose como abogado en la Universidad Nacional de Sudáfrica, en 1981.
Ramphosa se convirtió en abogado del Consejo de Sindicatos de Sudáfrica. En 1982, se convirtió en Secretario General de la Unión Nacional de Mineros, cargo que desempeñó hasta su renuncia en 1991.
Ese mismo año se convirtió en Secretario General del Congreso Nacional Africano. Inmediatamente se convirtió en jefe del equipo de negociadores de ANC que acordaron la transición del régimen de apartheid con el gobierno del Partido Nacional.
Después de las primeras elecciones totalmente democráticas, en 1994, Ramphosa se convirtió en miembro del Parlamento. Fue elegido presidente de la Asamblea Constituyente, el 24 de marzo de 1994, y desempeño un papel central en el gobierno de unidad nacional.
Después de perder la competencia para convertirse en presidente de Sudáfrica con Thabo Mbeki, renunció a sus cargos políticos en 1997 y se dedicó a la actividad privada.
Este humilde abogado, sindicalista y político, de pronto se convirtió en un magnate. Se inició como director de New Africa Investment Limited. Pronto se convirtió en presidente ejecutivo del Shanduka Group, una compañía con intereses en la explotación minera, energía, bienes raíces, bancos, seguros y telecomunicaciones (SEACOM). También es presidente de Bidvest Group Limited y la empresa de telecomunicaciones MTN. Integra las juntas del Macsteel Holdings, Alexander Forbes y Standard Bank. Además, tiene la franquicia del McDonad’s South Africa por veinte años. También es miembro del Consejo Asesor Internacional de Coca-Cola Company.
La revista Forbes lo considera uno de los africanos más ricos con una fortuna aproximada a los setecientos millones de dólares y numerosas propiedades.
Ramphosa también ha encontrado tiempo para desarrollar una actividad académica como jurista. En 1991, fue profesor visitante de la Universidad de Stanford. Ha recibido doctorados honoris causa de la Universidad de Natal, Universidad de Port Elizabeth, Universidad de Universidad de Ciudad del Cabo, la Universidad del Norte, la Universidad Nacional de Lesoto, la Universidad de Massachusetts Amherst y la Universidad de Pensilvania.
Recibió el premio Olaf Palme en 1987 y en 2007, fue incluido en la lista Time 100, como una de las cien personalidades que están moldeando nuestro mundo.
Este hombre, un claro representante del mundo financiero internacional, es quien tiene ahora en sus manos los destinos de Sudáfrica y que promete hacer un gobierno libre de corrupción. Veremos cuanto de esto se cumple.
Por otra parte, recordemos que África hoy tiene 1.200 millones de habitantes, pero, en 2050, habrá duplicado esa población alcanzando los 2.400 millones de personas. Una explosión demográfica de tal envergadura significa que lo que afecte a África no se quedará en África. Por lo tanto, la corrupción y la debilidad de los regímenes políticos africanos es también un problema para el resto del mundo.