Quedarán días para analizar con mayor detenimiento lo sucedido en Chile con las elecciones presidenciales y legislativas del 17 de diciembre, ahora sólo toca una aproximación de urgencia.
En conclusión, ha sido una contundente victoria del candidato de la derecha Sebastián Piñera, presidente de la República desde 2010 a 2014, sustituyendo a Michel Bachelet a la que ahora volverá a sustituir. Los nueve puntos de diferencia, 54,5% para Piñera frente a los 45,5% para el senador Alejandro Guillier, candidato de la centroizquierda, un independiente que figuraba en las listas del Partido Socialista, ha sido una contundente derrota del centro izquierda que venía de haber ganado en el 2013 por una diferencia del 24 % a la derecha encabezada por Evelyn Matthei.
Diferentes razones pueden ponerse encima de la mesa para explicar lo sucedido, tanto en lo que ha sido el proceso electoral, como en los cuatro años de gestión de la izquierda reformista de la denominada Nueva Mayoría. Analizar todos los datos y hechos excedería en mucho las pretensiones de este rápido comentario, apuntémoslos sintéticamente.
Los resultados de la primera vuelta, a pesar de la ruptura de la coalición de centro izquierda, hicieron albergar la posibilidad de considerar que la derecha había alcanzado su techo y que el 20% obtenido por la izquierda del Frente Amplio (a semejanza de la coalición gobernante en Uruguay) y un llamamiento a la movilización para impedir una victoria de la derecha, ha resultado un fiasco para los socialistas y sus coaligados. El voto ha crecido con relación a la primera vuelta, pero erróneamente no ha sido el voto progresista el movilizado, sino el votante de derecha es el que tocó a arrebato, prueba de ello es que consiguieron ocupar todos los puestos de controladores en las mesas, no así el candidato socialista que sus correligionarios dejaron muchas mesas sin cubrir. Ello ha terminado de reflejarse en votos a Piñera, que ha obtenido mejor resultado que Bachelet en el 2013 y el mayor número de votos de un candidato en segunda vuelta.
Determinante ha sido la ruptura de la coalición gobernante Nueva Mayoría, heredera de los gobiernos de la Concertación, que supo conducir los difíciles años del tránsito desde la dictadura pinochetista hasta la democracia; el desarrollo económico del país; el crecimiento de las clases medias y la modernización de las infraestructuras. La Democracia Cristiana, valga de ejemplo, ha presentado, por primera vez desde el abandono de Pinochet, candidato presidencial propio en la primera vuelta.
En esta segunda vuelta el Partido Socialista ha intentado, en voz de su candidato, avivar el discurso “negativo “de impedir la vuelta de Piñera mientras que este ha asumido el discurso de la derecha social, no sólo económica, incluso apostando por la gratuidad de la enseñanza, una de las grandes asignaturas pendientes chilenas.
El segundo factor que analizar son los convulsos años del Gobierno de Bachelet; permanentes cambios en las carteras, en uno de ellos pasaron 108 horas de incertidumbre en las cuales la mayoría de los ministros estuvieron cesados. Bachelet, en su elección, se marcó ambiciosos objetivos para el mandato: reforma fiscal, educativa, laboral y constitucional. Estos eran los ejes de reformas estructurales de su mandato ante el fin de la década prodigiosa que había vivido Sudamérica y de la cual Chile era la punta de lanza. Tras el crecimiento procedía el reparto y asegurar la cohesión social. Probablemente, por lo menos a corto plazo, el único que ha tenido y está teniendo ciertas luces positivas es la inacabada reforma de la enseñanza para asegurar la gratuidad (es uno de los países de Latinoamérica donde es más caro estudiar).
El resto de reformas, unas acabadas y otras no, para ser estructurales nunca contaron con ningún apoyo por parte de la oposición, no supieron cautivar a la ciudadanía, ni hacer un cambio pedagógico de la sociedad a la que se le promete más de lo que se es capaz de dar.
Además, el mandato, desde el primer momento, ha estado presidido por casos de “corrupción” muy cercanos a la presidenta incluso situados en el mismo Palacio de la Moneda (caso CAVAL) que afectaban directamente al hijo de Bachelet, que trabajaba como alto cargo presidencial. La gestión de aquella crisis fue patéticamente gestionada y hubiera exigido, incluso, la dimisión de la presidenta.
En estas cuestiones está la clave de la falta de acuerdo en la izquierda para continuar con un único candidato de la otrora mayoría oficialista del bloque de la Concertación. La derecha celebró sus primarias, igual que el Frente Amplio, posicionando a sus candidatos lo que probablemente les dio una ventaja de salida para la primera vuelta, la izquierda ha sido incapacidad de atraer a un electorado de izquierda desencantado, en la segunda, de la gestión gubernamental realizada.
En todo caso sigue llamando la atención la escasa participación (49% segunda vuelta y 42 % en la primera) en las elecciones en un país con menos de 30 años de vida democrática.
Un dato que va más allá de lo anecdótico, mientras se realizaba el recuento de los votos, medio país sufrió un gran apagón debido a la incapacidad que tiene el sistema eléctrico para soportar el consumo producido. Chile es un dinámico país del cual, la izquierda reformista, no ha sabido aún percatarse que tras el discurso esperanzador está la gestión eficaz, las palabras por sí solas no valen para transformar la realidad.
(*) La “cresta”, expresión popular chilena, cuando a un gallo le sacan la cresta se considera que es por donde más sangra queda mal parado y no le quedan fuerzas.