Las sucesivas crisis del sistema institucional nos obligan a tomarnos lo que está sucediendo muy en serio y arbitrar profundos cambios en las formas de actuar de los partidos políticos. Aunque no lo creamos son pieza esencial para el funcionamiento democrático de una sociedad.
Un cuento popular sudamericano dice más o menos así: Pedro Urdemales vio a un huaso (campesino) que venía a caballo hacia él. Agarró una piedra muy grande que había en la falda de un cerro. Cuando el huaso llegó, Pedro le dijo: “Si esta piedra se cae, el mundo se acaba, yo estoy muy cansado; ¿por qué no se pone usted en mi lugar mientras voy a buscar gente que nos ayude y la sujete?”. Desmontó y se colocó en el sitio de Pedro, este se subió al caballo y le pidió que aguantara un ratito. Lo dejó agarrando la piedra y esperando hasta el día de hoy la vuelta del caballo.
Esto es lo que les viene pasando a los partidos políticos. Creen que están sujetando la piedra del fin del mundo con ímprobos esfuerzos y por ello no se mueven. Una piedra a la que de tanto sujetarla se le termina cogiendo cariño. El problema surge en el punto en que desde hace más de veinte años los partidos políticos han perdido sus bases de referencia (comunismo vs capitalismo y la progresiva introducción de las TIC y las RRSS en nuestras vidas cotidianas). Esto no fue inocuo para los partidos, para su forma de estar en la sociedad, ni para cumplir su misión de interpretar y conducir las demandas ciudadanas.
Todo el espacio de la vida pública progresivamente ha ido mutando hacia una democracia de partidos en la cual estos han perdido su esencia como organizaciones de compromiso, con numerosos miembros que extendían su red de acción entre diferentes colectivos a los que trasladar su proyecto y de los que recibían impulsos para poder adecuar sus propuestas. El abandono de ese modelo ha sido sin duda uno de los motivos de la crisis de los partidos socialdemócratas. Por otro lado, el hecho de que las organizaciones sindicales no hayan encontrado su sitio en esta nueva etapa del capitalismo ha agravado, junto a otras cuestiones, el problema de los partidos de izquierda de gobierno. La proliferación y conversión de los movimientos sociales en organizaciones no gubernamentales subsidiados por el Estado hicieron perder a estos su independencia y capacidad crítica y con ello su posibilidad de influencia efectiva en las propuestas y acción de los partidos que han terminado entregándose a los estudios de opinión para confeccionar sus ofertas y el sesgo de las mismas. Por otro lado, los partidos fueron configurando su modelo de organización a imagen y semejanza del líder de turno, hurtando así, de la discrepancia leal y de un debate plural y siempre enriquecedor.
Por ello, no puede extrañarnos que si analizamos la serie histórica de los estudios del CIS comprobemos que los partidos políticos se sitúan en el lugar más bajo de confianza institucional de los ciudadanos (-3%) solo por encima, en algunas décimas, de los sindicatos (2.5 %). Esto es preocupante cuando son pieza clave en el funcionamiento democrático y los ciudadanos se sienten tan lejanos de ellos.
Dice Tezanos en su trabajo “Los Partidos Políticos, Democracia y Cambio Social”: “los partidos no son un fin en sí mismo, ni un lugar para experimentar vivencias democráticas, sino que son instrumentos de acción que tienen que ser agiles y eficaces”. Por el contrario, se han convertido en cápsulas cerradas a los aires de la calle, viviendo en sus cuitas de poder interno, dificultando la incorporación y atracción a nuevos colectivos que quieran canalizar y conducir su interés por la política. En definitiva, incapaces de sintonizar con nuevos ciudadanos de un nuevo tiempo. La gravedad del asunto es que en gran medida muchos de sus miembros y sus dirigentes orgánicos e institucionales han encontrado su zona de confort en esta situación siendo incapaces de dar el paso para convertirse en entidades ciudadanas por miedo a perder su subsidencia económica o la posibilidad de ella, sin contar con el pírrico disfrute de la erótica del poder.
Ello ha llevado a que algunas organizaciones políticas jueguen al péndulo político: Conformarse con lo que la realidad depara o pedir el extremo opuesto; aceptar cualquier recorte en el sistema de bienestar o pedir la independencia, sin solución de continuidad; de la laxitud en la praxis a la ortodoxia ideológica.
La emergencia de nuevos partidos no ha cambiado la situación y la impresión es que estos vienen siendo un reflejo mimético de lo que dicen venir a cambiar. Con lo cual no aportan nada nuevo a un problema que viene de lejos y que está afectando a toda Europa con mayor o menor intensidad.
Los partidos políticos por sí mismos no han sabido rectificar, salvo honrosas excepciones y a un coste muy alto, pero en poco han sido apoyados por el entorno de intermediación entre ellos y la sociedad. Muy al contrario, el papel por el que han apostado los poderes mediáticos es caminar hacia una democracia de opinión, ello ha sido propiciado por sentir que las redes sociales les dejaban fuera de la pista. Mejor hubiera sido democratizar los medios para no perder la batalla de la digitalización. Han optado por convertirse en ser los generadores de la “ideología de la inmediatez” y configuradores de un paupérrimo debate público que encuentra en las redes sociales, de uso universal, su canal de distribución. En este contexto nos encontramos. Como traído desde la mejor película de espionaje tenemos: que los ciberataques rusos adquieren toda la verisimilitud; y del crimen: la “Tabla de Flandes 2” en la que hay que averiguar a través de un endiablado juego si el malo es malo, o solo tonto.
Vivimos envueltos en un esterilizante espectáculo político – mediático. La corrupción llega a sentar al partido del gobierno en el banquillo sin asumir responsabilidad alguna, es un capítulo de novela negra; las bolsas de plástico colombianas de un presidente de una Comunidad Autónoma y los millones robados y evadidos es un comic de superhéroes; o las declaraciones de independencia una sesión de ventriloquia donde el que habla es otro y no el muñeco. Por no hablar de los efectos del cambio climático que se consideran un monólogo humorístico del que nos reímos.
Esto hace que las sociedades estén en algo peor que un círculo vicioso, uno pernicioso. Los partidos son incapaces de ser parte viva de la sociedad, insertos en ella, ayudándola a construir la narración de lo que está pasando, escuchando su sentir y padecer. Los medios y sus entornos están en ese conductismo del pensamiento ciudadano sin olvidar su bolsillo. A la sazón, vivimos en un sistema económico donde eso termina siendo lo más importante. A los medios no se les puede llegar a convencer de que su camino no es el mejor para una redefinición del sistema democrático cuando este tiene necesidades perentorias de fortalecimiento.
Los partidos, los que pueden y han visto que mirando hacia dentro no hay nada tienen que ejercer su responsabilidad propiciando el cambio haciendo tabla rasa de sus dinámicas pasadas. Ello puede llegar a significar dejar en la cuneta a “algunos patriotas de partido” y romper sin miedo algún equilibrio interno apostando por cambiar de “estilo” y la canción, para adaptarse a nuevos tiempos. Si alguien quiere ser escuchado tendrá que iniciar el proceso escuchando, es un aprendizaje.
Los partidos conservadores todos estos problemas los tienen superados. Su ideología es inmutable, sus políticas son adaptadas según la coyuntura, el ejercicio del liderazgo es castrense y los medios comunicación son parte de ellos mismos.
La izquierda para ser mayoritaria tiene ante sí una tarea más compleja. Su pluralidad no es enriquecedora en este momento pues en su práctica diaria se ve que hay una izquierda excluyente que sorpresivamente camina hacia atrás. Igual es mejor no decírselo pues está sorda en su empeño de sujetar la piedra del fin del mundo, lo importante es que la otra comience rápido a avanzar liberada de cargas pesadas y pasadas.