Muchos occidentales solo tienen presente Mogadiscio por la película “La caída del halcón negro”. El film, realizado en 2001, que ganara dos premios Oscar, recrea un hecho real ocurrido en 1993 durante el desarrollo de una misión humanitaria en Somalia.
Las tropas de Estados Unidos y sus aliados habían concurrido a Somalia, como parte de una misión humanitaria de la ONU, debido a que la sequía, la hambruna y las luchas tribales estaban haciendo estragos en el empobrecido país del Cuerno de África.
Somalia, con casi 11 millones de habitantes y una expectativa media de vida de 55,7 años, según la ONU, vivía en estado de guerra y caos desde 1991, cuando fue derrocado el dictador Mohamed Siad Barré. Su salida dejó al país sin un gobierno efectivo y en manos de milicias radicales islámicas, señores de la guerra que responden a los intereses de un clan determinado y bandas de delincuentes armados.
Lo que siguió a la llegada de las fuerzas de la ONU fue una tragedia aún mayor. Las milicias somalíes se resistieron, asesinaron a algunos soldados occidentales y pasearon los cadáveres horriblemente mutilados por las calles de Mogadiscio.
Después de una operación frustrada de las tropas estadounidenses en las cuales murieron 19 soldados, resultaron heridos otros 73 y muertos unos mil somalíes, las fuerzas de la ONU se retiraron dejando el país librado a su suerte.
La semana pasada Mogadiscio volvió a ser noticia internacional debido al peor atentado terrorista de la historia de Somalia que produjo 315 víctimas mortales. El doble ataque, efectuado bajo la modalidad de “coche bomba” tuvo lugar en el centro de la ciudad de Mogadiscio. La primera y más sangrienta explosión, provocada por un camión bomba, tuvo lugar sobre las 15.00 hora local en la zona conocida como “PK5”, cerca del hotel Safari, en una de las calles más concurridas de la ciudad llena de comercios y restaurantes y a una hora en la que había numerosos puestos callejeros ocupando las aceras. Testigos relataron que la onda expansiva se dejó sentir en toda la ciudad y que provocó una columna de humo negro de tres kilómetros de altura. La segunda detonación, de menor intensidad, tuvo lugar instantes después cerca de un mercado en el distrito de Wadajir.
Los hospitales de la ciudad pronto se vieron desbordados para atender a los heridos, por lo que el presidente somalí, Mohamed Abdullahi Mohamed, conocido como “Farmajo”, realizó un llamamiento para solicitar donaciones urgentes de sangre y declaró tres días de luto oficial con las banderas a media asta.
Sufriendo los efectos combinados de la enésima sequía y una guerra interna de larga duración. Somalia no sale de su círculo infernal. La prolongada falta de lluvias amenaza con repetir la hambruna que, en 2011, se cobró la vida de 260.000 somalíes. Sería la tercera en 25 años, desde la dramática crisis de 1992.
La mitad de la población (6,2 millones de personas) necesita asistencia humanitaria. Con el inicio de la estación seca, se enfrentan a una situación de grave inseguridad alimentaria, según el Programa Mundial de Alimentos (PMA). Entre ellos, están unos 275.000 niños que padecen desnutrición severa.
La sequía ha devastado los cultivos y privado a amplios sectores de la población de comida y agua, causando, además, un repunte del precio de los cereales. Las comunidades agrícolas y ganaderas son las más afectadas. Dos millones de somalíes han abandonado sus hogares y ya no cuentan con medios para mantenerse. Ahora, también el terrorismo azota a Somalia cuando un nuevo brote de cólera y diarrea completa el escenario de emergencia.
Los medios locales aseguran que el atentado fue perpetrado por Al Shabab, aunque la organización terrorista no ha reivindicado su autoría.
Al Shabab es un grupo terrorista de corte yihadista radical cuya fundación tuvo lugar hace una década y que, en 2012, se convirtió en una franquicia africana de la red Al Qaeda. En la actualidad y tras su expulsión de los principales centros urbanos y sobre todo de la capital, controla zonas rurales de Somalia y se estima que puede estar integrado por unos 7.000 combatientes. Sus acciones más sonadas son atentados terroristas con coches bomba y ataques a edificios, que han provocado miles de muertos en los últimos siete años. Además, Al Shabab sigue obstaculizando la llegada de ayuda humanitaria a distintas regiones del sur.
La presencia de Al Shabab ha incrementado la inestabilidad en Somalia. El pasado mes de febrero, “Farmajo” fue elegido presidente del país y se dio un plazo de dos años para acabar con este grupo terrorista.
Mientras tanto, sus ciudadanos son grandes protagonistas del éxodo migratorio hacia Europa de los últimos años debido a la violencia y la pobreza. Somalia es uno de los países que sufre el veto migratorio hacia EE UU establecido por Donald Trump.
El cuadro es tan desgarrador que se llega a pensar que Dios ha olvidado a este pueblo perdido en un confín de África. Si Dios no la ha olvidado los países occidentales sí. Pero, precisamente esas tierras olvidadas son santuarios ideales para los yihadistas y canteras inagotables de nuevos muyahidines y terroristas suicidas, por lo cual desentenderse de lo que allí ocurre puede ser un grave error. Uno tan grande como lo fue ignorar lo que sucedía en Afganistán antes del 9/11.