El mayor problema que tienen las ideologías nacionalistas es que tienen un sustrato fascistoide de no solo excluir al diferente sino incluso hacerle desaparecer. El nacionalismo nacional o regional es la negación de la ciudadanía. En España sin ser muy conscientes de ello se está viviendo el enfrentamiento de dos nacionalismos. Ambos son igualmente de excluyentes, ambos igual de perniciosos para el desarrollo social.
No tengo la menor duda de que el libro más vendido estas navidades será algo así como “Despropósitos y absurdos dichos sobre el proceso catalán” y con un subtítulo que diga más o menos así: “El ridículo al que se le somete a los ciudadanos cuando los políticos no saben otra cosa que hacer”.
Tal vez, como se suele decir ahora, …se han pasado todos de frenada. Ahora y sobre todo en el tiempo venidero no solo hay que desdramatizar la cuestión, que debe hacerse, hay que aportar un poco de inteligencia y sabiduría; no para evitar el conflicto que ya está servido, sobre todo para encontrar caminos de salida.
Estaría bien hacer formulaciones sencillas, para que una vez que se ha implicado a la ciudadanía, esta supere la angustia y vea que aún con dificultad, la encrucijada puede encontrar un camino que poder transitar en busca del entendimiento.
Claro que, para ello, cada uno de los operadores en el conflicto, habrá de asumir su responsabilidad pasada y presente. Es casi un imposible cuando se está en posición de trinchera y se cree que toda la verdad y la razón están de nuestro lado.
La lectura sosegada y la comprensión reflexiva del reciente libro escrito por Borrell, De Carreras, López Burniol y Piqué: “Escucha, Cataluña. Escucha, España” es un buen manual para ello, aunque como decía uno de los autores en su presentación “no lo leerán quienes tienen que leerlo”. Es penoso que ante los problemas graves se actúe desde el estómago y no desde la cabeza.
La responsabilidad del nacionalismo español y su afán histórico de patrimonializar su idea de España (con bienes incluidos) y de apelar a las vísceras del patriotismo español más simplista es, sin duda, una de las principales causas. La ambición electorera de propiciar la bronca a cambio de hegemonizar los votos en Zamora, Madrid o Badajoz es un recurso político de tan baja estofa como de resultado cortoplacista que algún día, espero, tendrá su justa respuesta por los electores. La negación de la diversidad tiene siempre como consecuencia trabajar en pro de afirmarla y profundizarla.
En el otro polo, el nacionalismo catalán, como el español, sitúa su objetivo en la exclusión de la otracidad, con ello se condena por la dialéctica de la historia al mismo fracaso. Es una constante apelación a una división tan simplista como artificial entre los que son de aquí y los forastes. Y de aquí son solo los que piensan y sienten como yo. Esta forma de ser y actuar del nacionalismo ha forzado a “los otros catalanes” a entrar durante años, en como denomina De Carreras, en “la espiral del silencio”. La estrategia del nacionalismo es “transformar las mentalidades para que no vulneren los principios de esta ideología común”. El miedo, como la mentira organizada, es el principio de no sé qué, pero de nada bueno. El constructo del agravio y el robo han sido contestados en multitud de debates y foros, incluso mereció un estudio clarificando numéricamente la cuestión, que fue respondido vetando al autor a hablar en el aparato mediático ideológico que ha terminado siendo la televisión pública catalana. Fenómeno que se repite en todo el aparato público dependiente de la Generalitat. Es una política de la dominación. Todo da lo mismo cuando se piensa, como ya hacia el valedor intelectual del nacionalismo catalán, Prat de la Riba, que la nación y la identidad catalana existía antes y por encima de los propios catalanes, negando el concepto de ciudadanía.
Fuera de los bloques germinadores del conflicto se sitúa la órbita no nacionalista de los socialistas. El PSOE y el PSC evidentemente tienen también su cuota parte de responsabilidad y los dirigentes de uno y otro, en distintos momentos, no han estado especialmente acertados.
Hay tres que a mi modo de ver son los más significativos: Uno no haber “puesto en su sitio” al gran mentor del nacionalismo actual Jordi Pujol cuando ejercía de patriarca del Novo Estat Catala, pensando ingenuamente que se le frenaba con recursos de inconstitucional y conflictos de competencia ante el TC y no en el rigor del diálogo político marcándole la línea de la Lealtad Constitucional, que daba y da razón de ser a todos, y no consentirle el chantaje político permanente.
Dos, la torpe e ingenua tramitación que se hizo de la reforma del Estatut, pensando que eso calmaba la voracidad del nacionalismo conservador y más aún, cuando había perdido la chequera del gobierno de la Generalitat y tres, escorando el PSC su discurso hacia un nacionalismo socialista que si sintácticamente es el oxímoron perfecto de la política, políticamente fue complicado de entender por su electorado tradicional, ese que le votaba mayoritariamente en las elecciones generales pero se mostraba distante en las autonómicas. Error propiciado en el seno del PSOE por no entender la propuesta de Maragall de “federalismo asimétrico”. Se puso el énfasis en el concepto de federalismo que, salvo por los socialistas, no fue revindicado por nadie en Cataluña y no en la asimetría que es donde está el quid de la cuestión. En cuanto a la responsabilidad de los nuevos operadores políticos (Ciudadanos y Podemos) es no cuantificable pues han llegado al juego con él ya empezado, unas veces quieren ser indios y otras veces vaqueros.
Llegados a este punto la propuesta de comisión parlamentaria para la reforma del poder político territorial es tardía en su arribada al problema, pero no por ello menos necesaria. Ahora bien, aún con reforma constitucional incluida todos están igualmente convencidos de que no va solventar per sé el problema catalán, aunque evite problemas futuros y resuelva parte de los arrastrados: El reparto competencial, que no puede seguir resolviéndose a golpes de recursos en el TC. Un sistema de financiación que es más producto de polémicas interterritoriales y con el Estado que un marco de funcionalidad solidaria y equilibrada; por no hablar de la inutilidad del Senado cuya reforma es tan proclamada como desoída.
Evidentemente si el modelo que se prefigure termina encontrando el consenso necesario puede ser una ocasión para determinar los puntos de asimetría que puedan servir para alcanzar un nuevo pacto constitucional que garantice la lealtad ahora inexistente y fraguar un armazón que evite lo peor: la fractura ciudadana que entre territorios y dentro de la propia sociedad catalana se está produciendo.
El paso del Rubicón de los actuales dirigentes de la Generalidad es tan “sacrílego y parricida” como como la advertencia del Senado Romano de no hacerlo a sus generales y esta vez el éxito no estará de su parte, como la tuvo Julio Cesar, por mucho que todos hayan entonado su particular “Alea jacta est”.
Han ido dando zancadas y patadas vejando el concepto universal de democracia, como bien ha dicho el Profesor García Fernández: “Con la forma de aprobar estas leyes y con su contenido inconstitucional podemos comprender qué entienden los independentistas por su tan invocada democracia y como sería el Estado que quieren crear”. Sin ser de menor importancia tener su voluntad secuestrada CUP, partido legal y legítimo en sus aspiraciones, pero cuya agenda va más lejos de la independencia burguesa de sus auspiciadores.
El esfuerzo del día después será hacer entender esta comedia de opereta de despropósitos, absurdos y ridículos. Todos ellos son imputables a dirigentes políticos concretos y no a las diferentes comunidades. Lo peor es que de una manera u otra al final ganen “los malos de aquí y de allá” ungidos y salvados por sus respectivas cortes mediáticas. España está requiriendo con urgencia la emergencia de un liderazgo capaz de abrir una nueva época en el diseño de su configuración, y en Cataluña alguien tendrá también que asumir ese nuevo tiempo, capaz no solo de desdramatizar las soluciones sino incluso de conducir un proceso de entendimiento de todos. Esto es posible sin duda, queda tiempo aún para que lo comentemos.