Hace casi 30 años cuando en España estábamos creando el Sistema de Gestión de Crisis, lo digo en primera persona del plural, y tuve que aguantar la sorna de diferentes compañeros, altos cargos de la Administración Pública, como se reían de que se pretendiese crear algo como aquello: “tienen salas en las cuales había relojes con las horas de diferentes países”; esa era la burla de menor tenor, todo lo que pretendíamos hacer era risible y carente de sentido…sin muro de Berlín el mundo iba a ser una fiesta de vino y rosas. La desgracia es que personajes como aquellos han ocupado puestos en la dirigencia política, con unos gobiernos u otros (a los colores me refiero), del país. Ese Sistema no estaba destinado a dirigir a los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad, ni a las Fuerzas Armadas, tampoco eran los llamados Servicios de Inteligencia, cuya misión, con permiso de los “James Bond mundiales”, es otra muy diferente. Un sistema de gestión de crisis tiene como objetivo primordial analizar posibles riesgos potenciales de una sociedad, prever su respuesta y asegurar que para ello los diferentes operativos cuentan con los medios suficientes y se coordinan eficientemente. Lo que no va en lágrimas termina yendo en suspiros, dice ese conocido dicho.
La frivolidad de aquellos directivos ha sido sustituida por la de otros parecidos, esto pasa en España y en medio mundo y en el otro también, que tienen bien aprendido un pulcro discurso político que pasa por lamentaciones, ruegos, minutos de silencio, convocatorias de manifestaciones, declaraciones de fotocopiadora y el consabido “se han tomado todas las medidas y en los próximos días se ampliarán”. Como diría un tendero de comestibles “en neto nada”.
El atentado de Barcelona, lo mismo que los anteriores producidos en la desarrollada Europa o en los más desarrollados Estados Unidos demuestra que a pesar de los esfuerzos de los cuerpos policiales, que la utilización de sofisticada tecnología se muestra impotente para hacer frente al terrorismo loco, despiadado y cada vez más barato en sus costes, del yihadismo. Los políticos como exponente máximo de la dirección de la sociedad son incapaces de reconocer que no tienen respuesta alguna. Esto sería una manera de empezar a centrar la búsqueda de soluciones en otros escenarios que hunden sus raíces en una grave enfermedad social de comunidades e individuos, no se les puede llamar ciudadanos pues no están integrados en el sistema cívico de respeto y convivencia que ello significa. Para ello los gobiernos tendrían que estar igualmente preocupados, ocupados y dolidos por lo que está pasando en sociedades no occidentales.
Barcelona es una ciudad maravillosa y un destino turístico soñado mundialmente donde no se vive más tensión colectiva que la avivada por la política mediocre de intereses electorales cortoplacistas.
El golpe recibido, la tragedia, la impotencia de ciudadanos y visitantes se produce 25 años después de que en los Juegos Olímpicos del 92 todo el mundo cantara el “amigos para siempre” desde el Estadio de Montjuic. En 1995 se puso en marcha en esa misma ciudad el llamado Proceso de Barcelona cuyo objetivo era proponer políticas relacionadas con el desarrollo económico entre los países de la cuenca mediterránea, la lucha antiterrorista, la promoción de la democracia y los derechos humanos… Todo un fracaso, pues tras la incalificable Guerra del Golfo (1990-91) era el instrumento que se pensó para propiciar un acuerdo a un “diálogo de civilizaciones” no intentado tras la descolonización. El proceso fracasó, el motivo el mismo que el que ha regido la política mundial de los grandes Estados y bloques regionales: primero ocuparse de lo urgente y “ya llegará el minuto de lo importante”
. Visión corta para no atisbar que esto es lo urgente e importante a acometer. Tan corta, como para no ver que el problema no está sólo, como antaño, en las fronteras o en garantizar la supervivencia de un mundo que vive en la pandemia, el tribalismo y el dogmatismo religioso. El problema está también en las sociedades occidentales y no solo en las europeas, no es ser agorero, en donde la franja entre los que tienen y los que no tienen está pasando a ser abismo. Quien piense que la crisis económica no es abono para lo que nos está pasando se equivocan. Los medios de comunicación que evalúen estas tragedias bajo el prisma de “cuánta audiencia nos siguió cuando lo contábamos” no dejan de ser colaboradores necesarios, con todos los respetos, del fuego que les está ardiendo bajo los pies. Los expertos que surgen en televisiones dando su “docta opinión” llenando horas de emisión hacen flaco favor a una ciudadanía poco formada, excesivamente informada y terriblemente influenciable. Todos sabemos de todo, todos hablamos de todo.
Estas líneas, seguramente una vez más, se dejan llevar por el dolor, la impotencia, la angustia y la preocupación. Es muy difícil comprender y digerir que unos desalmados puedan acabar con la vida de unas personas que disfrutaban, como cualquiera, de una soleada tarde de verano, como tú, como yo, como tus hijos, como los míos.
No me digan nuevamente que lo sienten, que venceremos, díganme qué VAMOS a hacer.
“Hi ha gitanos i jueus, i valencians i portuguesos,
andalusos i algerins, i mallorquins i aragonesos.
I les Rambles que estan plenes de fecunda humanitat,
oasi de tolerància impossible d'amagar” (Gato Pérez).