Lo lógico, procedente, normal, es que los aeropuertos de Venezuela estuvieran llenos de turistas de todo el mundo con destino o vuelta de Isla Margarita, los Roques, Canaima, Morrocoy o de cualquiera de los paradisíacos y bellos lugares que tiene este país. Que los millones de visitantes se encontraran dichosos de disfrutar de los impensables paisajes y de la cordialidad de los venezolanos; deseosos de recomendar, al volver a su origen, el viaje como “uno que sí o sí hay que hacer en la vida”. Eso sería lo lógico, lo que marcaría la normalidad democrática. Sin embargo, lo que estamos viviendo es el inicio irremediable de una nueva guerra civil, de esas que con harta frecuencia se disparan en un lugar u otro del mundo y contemplamos, en muchos casos, indiferentes en los noticieros.
El gran mal de los autócratas, elegidos en urnas o los nombrados con la certificación de un fusil, es que ellos ni son conscientes de que están circulando en sentido diferente a la mayoría de los ciudadanos y en todo caso en contra de la razón. La condición humana es lo que tiene, y los dictadores, dictadorzuelos y tiranos tienen esa marca de distinción. Y lo peor no es “el capo” es la corte de “beneficiados” que rodean a estos personajes. Si ya en un sistema democrático formal los dirigentes, no se sabe bien por qué, terminan rodeados de una suerte de mediocres incapaces de decirle al rey que está desnudo, en las pseudo democracias y en las dictaduras afloran medradores sin escrúpulos que a veces son peores (por crueles y sanguinarios) y más recalcitrantes (por apegados al poder) que el sujeto principal.
Maduro va agotando sus campos de decisión. Buscar una salida negociada se terminó hace tiempo y la camarilla que le rodea sabe que la resistencia no puede ser eterna y ni la Asamblea Constituyente, ni la violencia generalizada, son una salida. Tras una insignificante unidad de las Fuerzas Armadas vendrán otras, durante meses la purga en los ejércitos ha crecido, a buen seguro estos no han permanecido inmóviles y emergerán. Impedir la vulneración del orden constitucional es cometido esencial de las FFAA y las conculcaciones jurídicas han sido una constante en el gobierno venezolano.
El mayor problema es que la sociedad está partida y eso lo maneja Maduro con las mejores artes del demagogo. Si la ciudadanía se enfrente fratricidamente en las calles pasará mucho tiempo hasta poder curar la herida, lo saben todos los pueblos que se han enfrentado entre sí. Ese miedo lo tiene la oposición, no parece tenerlo el gobierno. Maduro aún puede elegir una salida del país evitando derramamientos de sangre masivos, el exilio es una opción digna. La alternativa es posible: Constitución de un gobierno provisional que proceda a la recomposición del poder institucional, y que organice a la mayor brevedad unas elecciones generales con la fiscalización y control de observadores internacionales. Esto es lo lógico, lo racional, lo democrático, pero me temo que el mundo loco en el que vivimos, mucho más loco que el que nos mostraba Quino a través de Mafalda, no es pensable que imperen lógicas políticas en los descriteriados al mando del desgobierno planetario, ellos van por otras sendas, equivocadas y peligrosas sin duda, pero sobre las que les gusta transitar.
Las amenazas de Trump no hacen sino reforzar el hipernacionalismo venezolano y ayudan poco a que la mayoría de la ciudadanía empiece a ver una oposición unida y con una guía clara la apuesta que necesita el país. La UE, nuevamente ni está ni se la espera, certificando día a día su inutilidad como operador internacional. España, como principal protagonista de la UE que debería ser, levanta voces que parecen más destinadas a consumo interno que a ser eficaces en construir una presión internacional que desencalle la situación y evite el conflicto armado.
Estamos ante un lanzamiento de “puteos” que es donde Maduro se encuentra más en su juego, en ese y en marear a la opinión pública mundial llevando de un lado a otro a los líderes de la oposición. La elección de la autoproclamada Asamblea Constituyente es el perfeccionamiento de un golpe de Estado contra el sistema democrático; la propuesta de nueva constitución una burla a la comunidad internacional y lo que es peor una anulación de la ciudadanía venezolana, por tanto, tan sólo cabe actuar como si de un nuevo apartheid sudafricano se tratara.
La respuesta cívica de las sociedades democráticas, de las instituciones y ONG defensoras de los derechos humanos, y de los gobiernos tiene que escalarse y mostrar la solidaridad con el pueblo de Venezuela.
No se trata de la eliminación del chavismo como ideología, es que el futuro de una sociedad se dirima en la transparencia de las urnas y no de otro modo. Los intentos negociadores con unos gobernantes que se deslegitiman por minutos hace mucho que se demostró imposible. Perseverar en ello es hacerlo en el error, como está haciendo el expresidente español Zapatero. Maduro y sus validos tan sólo están ganando tiempo, tiempo para encontrar sus salidas personales y las del dinero acumulado, tiempo para que sean otros los que resuelvan el problema o tiempo para que el alma incorrupta del comandante Chávez les marque el camino. Ese al que con agudeza el escritor mexicano Carlos Fuentes lo califico como “un Mussolini tropical”.