Las conmemoraciones de los cuarenta años de las primeras elecciones democráticas en España han llevado a diferentes medios de comunicación, a preguntar a sus seguidores, y a los diferentes opinantes que llenan los medios, a reflexionar si “los políticos de ahora son peores o iguales que los de aquella época”.
¿Era mejor Julio Cesar que Napoleón, Alejandro Magno que Carlomagno, Felipe Gónzalez que Azaña, Pedro Sánchez que Rodolfo Llopis?
Todos ellos han desarrollado su acción desde teóricas posiciones similares: líderes de potencias políticas o militares, presidentes del Gobierno o responsables de organizaciones políticas. Posiciones similares e incluso iguales, pero tiempos históricos muy diferentes. Sociedades con preocupaciones, inquietudes y problemas que poco tenían que ver entre sí y sobre todo, rodeados de contextos culturales y personales que no tienen parangón posible. No veo al emperador macedonio o al francés preocupados por las crónicas de los titulares del día siguiente después de una derrota militar que también las tuvieron. Ni Cesar, ni Carlomagno por el pago de pensiones para los pobladores de sus imperios. Sí a Azaña, con el problema catalán, pero no por el progresivo deterioro del medio ambiente y su huella sobre el clima o por los problemas de colusión de las grandes corporaciones del automóvil europeas.
No solo son liderazgos a medirse con otras problemáticas, sino también con sociedades que sus niveles de exigencia con las que dirimir responsabilidades nada tienen que ver.
La Agenda de 1977 era una y ahora la historia puede decir que fue una época de luz en las muchas contradicciones que viven los pueblos. Eso es porque salió bien, porque los tipos con criterio eran más que los que no lo tenían, que los miedos y ambiciones de la sociedad eran otros muy distintos. Y sobre todo, como en otros órdenes de la vida hubo suerte. Factor que debería ser analizado con más profusión por las ciencias sociales.
El listado de tareas del 17 no es ni más ni menos importante que el del momento histórico del 77, y los líderes políticos ni son más mediocres ni peor capacitados. En ambos casos, problemas y personas, son las que son. Es el caminar del día a día el que nos va colocando las encrucijadas consecuencia de nuestros actos y es cada vez más la capacidad colectiva de los “equipos de gestión” (dándoles una denominación genérica) los que van a propiciar que se alcancen las metas perseguidas. Su habilidad para convertir los conflictos en resultados acordados y satisfactorios para amplias mayorías.
En este quehacer de los líderes y de los equipos que les rodean, sí se ha convertido en sustantivo no lo que hacen sino lo que parece que hacen, y se percibe y transmite por una pléyade de intermediarios a través de los medios más variados y en progresivo crecimiento (lo importante no es que Bonaparte entre en Moscú sino que se cuente que lo hizo).
El pueblo, la sociedad, la gente (según la vulgaridad que algunos utilizan ahora) la ciudadanía, que se ha ganado ese nombre, también se preocupa, anhela y espera la solución a las cuestiones de este tiempo, no de otro. Incluso puede pensar, legítimamente, que los líderes no son tan buenos como cabría esperar, pero igual ella tampoco lo es. ¿Y qué?, es lo que hay.
No merece la pena dar muchas vueltas. La historia ya se ocupará de contar lo que buenamente parezca. El hoy idolatrado e incontestable Adolfo Suárez parece, en la historia contada, que su caída fue producto de pisarse un cordón del zapato, cuando en realidad se criticó con saña desde lo que comía hasta lo que no leía. Hemerotecas dixit.
Lo irrefutable es que estos líderes y no los del 77, ni Julio Cesar tampoco, son los que después del verano junto a sus equipos tienen que dar respuesta política al tema catalán. Que sí parece avivado por líderes de otro tiempo. Ellos tendrán que solventar la crisis de nuestro sistema de pensiones, dotándole de suficiencia financiera, al igual que otros instrumentos de la sociedad del bienestar que nos permite ser comunidades cohesionadas que no viven como las del pasado, intentando subsistir. Estos líderes sí o sí tendrán que acometer una profunda y consensuada reforma fiscal que pueda financiar los servicios que nos hacen ciudadanos, para ello habrá que equilibrar una balanza que se ha descompensado. Estos líderes de ahora tendrán que asumir con valentía que si quieren que el sistema basado en el consumo siga funcionando, como creador de empleo y distribución de riqueza, tendrán que disciplinar a las “todo poderosas corporaciones transnacionales” de la energía, comunicaciones, automóvil, alimentación, construcción, etc. disciplinándolas para competir realmente en un mercado transparente, ni falseado, ni corrupto, donde el consumidor/ciudadano no ocupe siempre la posición más débil e inerme.
No sabremos nunca si los líderes del pasado sabrían resolver los problemas del presente, lo que no tengo duda es que los de hoy tienen que ser muy buenos para hacerlo. Por ello, a ellos como a mis lectores les deseo regresen en septiembre para acometer la dura tarea.
Feliz agosto.