MORFOLOGÍA DE UN CIRCO.
Esta semana se lazo la campaña de los principales partidos políticos que lideran los primeros puestos en las –muy cuestionadas- encuestas. Los nuevos “caudillos políticos” –que muy lejos están de ser aquellos caudillos de mitad del siglo XIX que generaban adeptos en la Argentina solo con sus ideas y nada más que con sus ideas- presentaron sus plataformas políticas –si es que pueden ser llamadas así- en grandes actos multitudinarios.
La campaña permite reflotar aquello que cada candidato está dispuesto a hacer: mostrar a los potenciales electores cuál es su capacidad económica a la hora de montar un show –casi mediático- el cual en Argentina es conocido como “el lanzamiento de la campaña”.
Estos actos se estructuran en medio de las calles, en teatros y en hoteles. Por lo general, los candidatos abren sus campañas en pequeños pueblos del interior argentino o en grandes metrópolis.
Nuevamente, el merchandasing desembarca a las tierras donde en algún momento la discusión política y de ideales se desarrollaba al costado de los lagos de Palermo, la tierra de las grandes discusiones en los clubes políticos que se situaban en la calle Piedras, la tierra del arrabal porteño, la tierra donde el tango era el espejo de lo que sucedía en la política Argentina, la tierra donde en el Congreso la sangre corrió por el escándalo de las carnes (el escándalo supo cobrarse la vida de Enzo Bohardebere) la tierra donde se pretendió esgrimir una suerte de bipartidismo (unos peronistas, otros radicales) la tierra del crisol de culturas.
La Argentina en la que nos toca vivir está muy lejos de aquella Argentina que llevaba en su ADN el patrón de la política en su esencia más pura, la política del debate, la política de los ideales. Hoy nuestro ADN es otro. El ADN político actual se encuentra cargado de creencias banales, se encuentra vacío de ideales, se encuentra vacío de plataformas políticas, se encuentra cargado de fiestas con músicos populares y comida, se encuentra cargado de candidatos carismáticos.
NI PERONISTAS, NI RADICALES.
Todos los candidatos que presentaron listas para las próximas elecciones han formado parte de diversos partidos políticos. Moviéndose por todo el arco político de la Argentina, dando cuenta que para una elección pueden ser radicales, y para otra pueden ser radicales. Un año apoyan a la lista color celeste, luego a una lista amarilla, luego a una lista naranja, y así sucesivamente. Año tras año, los candidatos han demostrado su falta de convicción política, han demostrado su astucia y pragmatismo para adecuarse a cualquier lista política. Una vez más los candidatos muestran cómo lo único que les interesa es su beneficio propio.
Quienes en el pasado decían ser peronistas, hoy se llaman radicales, quienes eran kirchneristas hoy son peronistas, quienes eran radicales hoy son peronistas. Esta inestabilidad es aquella protagonista del escenario político de la últimas dos décadas, evidenciando que ya no existen candidatos con una misma convicción política desde el inicio de su carrera, sino que por el contrario en estos días existen candidatos que mutan su convicción política por beneficio propio. Hoy, asistimos al país de la falta de candidatos que muestren seguridad sobre las ideas que persiguen, que muestren convicción, que muestren principios claros. De lo único que estamos seguros es que la campaña se ha convertido en una suerte de mercado de oportunidades para los candidatos, quienes piensan que mostrando un gran show lograran comprar los votos. Hay una virtud que poseen los candidatos: todos sus discursos contienen las palabras que los ciudadanos quieren escuchar, apelando así a la falacia -ad misericordiam- apelando al hecho de que en la Argentina todo no está bien, y que son ellos quienes tienen la carta mesiánica para mejorar “la difícil situación que estamos atravesando”. Claro que muchas veces estos discursos suelen exagerar la situación actual en su beneficio.
Esto nos hace pensar el hecho de que ningún candidato es auténtico, todos están dispuestos a desembarcar en la Argentina una guerra en los próximos meses. El primer cientista político (Nicholas Maquiavelo) en su texto “El Príncipe” dejo en claro que “el fin justifica los medios” aquí el fin sería la guerra mediática, la guerra en los tribunales, quien tiene el acto más grande y multitudinario. ¿Y el fin? El fin es ocupar una banca. Los incentivos que persiguen son muchos: algunos quieren el sueldo, otros quieren estar en la cocina del poder, y otro solo quieren los fueros. Muy pocos quieren ocupar el cargo por vocación, me atrevería a decir que nadie.
Grandes actos financiados por el Estado.
La ley 26.215 (Ley de financiamiento de partidos políticos) establece que:
ARTICULO 5º — Financiamiento público. El Estado contribuye al normal funcionamiento de los partidos políticos reconocidos en las condiciones establecidas en esta ley.
Con tales aportes los partidos políticos podrán realizar las siguientes actividades:
a) Desenvolvimiento institucional;
b) Capacitación y formación política;
c) Campañas electorales primarias y generales.
Se entiende por desenvolvimiento institucional todas las actividades políticas, institucionales y administrativas derivadas del cumplimiento de la Ley 23.298, la presente ley y la carta orgánica partidaria, así como la actualización, sistematización y divulgación doctrinaria a nivel nacional o internacional
Entonces, ¿Quiénes pagan por los costos de la campaña? Los ciudadanos, en otras palabras, la población argentina. Esto implica que la sociedad carga con cuatros costos: 1) el de la campaña de las PASO, 2) el de las PASO, 3) el de la campaña de las elecciones de octubre, y 4) el costo de las elecciones de octubre.
Esto implica que el financiamiento por parte del Estado a los partidos políticos, no resulta ser económicamente viable. En primer lugar, esto contribuye a acrecentar el déficit fiscal porque son fondos que egresan de las arcas del Estado, y son fondos perdidos, es decir, no hay retorno. En segundo lugar, no siempre el dinero que reciben los partidos políticos para la campaña llega a su destino, sino que muchas veces queda a mitad de camino, en algún escritorio. En tercer lugar, se confirma una vez más el negocio que gira en torno a las elecciones: los candidatos reciben dinero durante la campaña y si su lista ha de ganar tendrán por cuatros años un sueldo por representar al pueblo.
Los políticos no hacen campaña por el pueblo, por sus ideales o por sus convicciones, en la mayoría de los casos hacen política por su beneficio propio y el de los círculos que se estructuran a su alrededor.